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100 años de la revolución rusa, Lenin y el mito

Pablo Gea
Pablo Gea*

A cien años de los “10 días que estremecieron al mundo”, como acertadamente señaló el escritor comunista estadounidense John Reed en su crónica imperecedera, cientos de miles de personas se han lanzado a reivindicar su legado. Llevados por el romanticismo, la melancolía, la propaganda, la ignorancia o la convicción, esos deseos de reivindicar la obra magna se agolpan en las tertulias, en los periódicos y en los escaparates de las librerías. Las redes sociales se chamuscan con las discusiones licuadas por la seguridad de quienes parecieron asistir en primera persona a los sucesos. Los políticos no iban a ser menos. Ahí tenemos a Alberto Garzón, que en abril de este año se lanzó a una catarata de conferencias cual predicador cristiano para difundir la ideología marxista-leninista. No en vano, en noviembre del año pasado no dudó en dejarlo bien claro en twitter. 

Este año ha repetido jugada: Hoy hace 100 años que el sol salió por el Este animando a la clase trabajadora de todo el mundo a liberarse de sus cadenas. #Revolución100. Y un grabado de Lenin llegando a la estación de Finlandia en Petrogrado el 3 de abril de 1917.

 

En sus célebres Tesis de Abril, Lenin, el alma de la Revolución, dejó claras sus intenciones. El Comité Militar Revolucionario del Sóviet de Petrogrado, dirigido por Trotsky y controlado por los bolcheviques, le dio el golpe de gracia.

 

Puede estar tranquilo el lector. No vamos a glosar aquí lo que fue un complejo acontecimiento histórico. Pero vamos a observar qué hay detrás de los carteles de propaganda en el centenario de una revolución política, social y económica que desembocó en una de las tiranías más espantosas que ha conocido la humanidad. En primer lugar, hay que tener presente que lo que se ha presentado por una muy hábil literatura pro-soviética como una revolución popular fue en realidad un Golpe de Estado organizado por un partido muy minoritario -el bolchevique- con escasa o nula implantación en la inmensa mayoría de Rusia. Dicho golpe no fue dirigido contra una monarquía absoluta y opresora, (pues esta ya había caído a resultas de las protestas del 23 de febrero de 1917), sino contra un gobierno provisional democrático al estilo de las democracias occidentales, que en septiembre proclamó la República. En sus célebres Tesis de Abril, Lenin, el alma de la Revolución, dejó claras sus intenciones. El Comité Militar Revolucionario del Sóviet de Petrogrado, dirigido por Trotsky y controlado por los bolcheviques, le dio el golpe de gracia. La madrugada de la sublevación, Lenin y sus seguidores habían constituido ya el Consejo de Comisarios del Pueblo, con Trotsky y Stalin como miembros destacados, antes de la toma de Poder misma. Este Consejo de Comisarios del Pueblo o Sovnarkom ponía en práctica las órdenes del Politburó, órgano de dirección del Partido Bolchevique elegido a su vez por el Comité Central.

 

Seguían al pie de la letra las enseñanzas de Marx y Engels. “Batid a vuestros enemigos internos y podréis entonces estar orgullosamente conscientes de haber derrotado a toda la antigua sociedad” dejó escrito Marx.

 

No perdieron el tiempo. El 27 de octubre de prohibió la oposición al Gobierno. El 4 de noviembre el Sovnarkom se otorgó poderes a sí mismo para gobernar sin el refrendo de los Soviets. Y el 7 del mismo mes se dotó se su propia policía política, la infame Comisión Extraordinaria Rusa para la Lucha contra la Contrarrevolución y el Sabotaje, la CHEKA. Ahí quedan las palabras de Lenin: “Estamos ocupados en la aniquilación. ¿No te acuerdas de lo que decía Pisarev? <<¡Romper, machacarlo todo, golpear y destruir! ¡Todo lo que se rompe es basura y no tiene derecho a vivir! Lo que sobrevive es lo bueno>>” Trotsky no se quedó atrás: “Os digo que las cabezas tienen que rodar, y la sangre tiene que correr (…) La fuerza de la Revolución francesa estaba en la máquina que rebaja en una cabeza la altura de los enemigos del pueblo. Era una máquina perfecta. Debemos tener una en cada ciudad.” Seguían al pie de la letra las enseñanzas de Marx y Engels. “Batid a vuestros enemigos internos y podréis entonces estar orgullosamente conscientes de haber derrotado a toda la antigua sociedad” dejó escrito Marx, que entronca a la perfección con su compañero y amigo Engels cuando señala “La próxima guerra mundial hará desaparecer de la tierra no sólo clases y dinastías reaccionarias sino también pueblos enteros reaccionarios. Y eso será también un adelanto”. Y afinó más, para no dejar lugar a la más mínima duda: “la Revolución no permite poner condiciones. Se es revolucionario y se aceptan las consecuencias de la Revolución, las que fueren, o uno cae en los brazos de la contrarrevolución (…)” porque “afirmaremos la revolución, mediante el terror más decidido (…)”. ¿Y qué era esa Revolución? “Una pelea a muerte (…) una lucha de aniquilamiento y terrorismo sin piedad” en la que “ni los lemas ni las promesas de un incierto futuro democrático nos impedirán tratar a nuestros enemigos como enemigos”. En el Manifiesto del Partido Comunista, ambos pensadores y revolucionarios resumieron bien la cuestión:

“Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden social existente. Las clases dominantes pueden temblar ante una Revolución Comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar.”

 

“El objeto principal de la constitución de la República Socialista Federativa de Rusia, establecida para el período transitorio actual, consiste en el establecimiento de la dictadura del proletariado urbano y rural…»

 

 Manos a la obra. El 5 de enero de 1918 se reunió la Asamblea Constituyente para redactar una Constitución que había quedado pendiente desde el Gobierno Provisional. Los bolcheviques fueron reticentes a la misma, pero se vieron obligados a convocarla porque, en teoría, constituían tan sólo un gobierno provisional hasta la convocatoria de elecciones. Estas fueron peor de lo que esperaban, siendo el Partido Social-Revolucionario (de base social campesina, recuérdese, la mayoría de la población rusa) el ganador y obteniendo los comunistas un resultado muy inferior. No sirvió de nada. El 6 de enero, en la madrugada, la Asamblea fue disuelta violentamente. La decisión estaba tomado de antemano, tal y como se desprende de las Tesis sobre la Asamblea Constituyente de Lenin, publicadas ya el 26 de diciembre de 1917. La Asamblea “no podía representar (…) más que el papel de pantalla para disimular la lucha de los contrarrevolucionarios por el derrocamiento de los Sóviets.”

 La Constitución de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia se aprobó el 10 de julio de 1918 por el V Congreso Panruso de los Sóviets. Se trataba de un texto formal, no material, pues sólo se contempló como un medio para construir el Socialismo, y no como un fin en sí mismo. Muestra de ello es que los “derechos” que figuran en ellos no son más que meras enunciaciones, al no reconocerse garantías judiciales para los mismos, y además ser atribuidos no a los individuos particulares, sino en función del colectivo o clase al que, desde la visión comunista de la realidad, se pertenezca. No existe División de Poderes, ni Tutela Judicial Efectiva, ni Principio de Legalidad Penal, ni Derecho de Petición individual o colectiva, ni Inviolabilidad del Domicilio. Nada de Hábeas Corpus ni de garantías procesales algunas. No hablemos de Derecho al Trabajo. Era una obligación. El artículo 9 del Capítulo V es explícito:

“El objeto principal de la constitución de la República Socialista Federativa de Rusia, establecida para el período transitorio actual, consiste en el establecimiento de la dictadura del proletariado urbano y rural y de las clases campesinas más pobres, bajo forma del Poder soberano de los Consejos de Rusia, a fin de llegar al aplastamiento completo de la burguesía, la abolición de la explotación del hombre por su prójimo y de la institución del socialismo, no admitiendo ni división de clases ni Poder del Estado.”

 

Marx, la gran deidad comunista, lo sabía muy bien: “Toda estructura provisional del Estado después de una revolución, exige una dictadura, y una dictadura enérgica”.

 

 La Constitución, que debe ser siempre en un ordenamiento jurídico sano la base de la arquitectura democrática, se convirtió en la Revolución de Octubre en la cobertura legal para un Estado Totalitario de Partido único, centralizado y burocratizado, que desató una guerra civil que ocasionó millones de muertos. Las cartas ya estaban marcadas. Lenin, el líder y mito revolucionario, nos lo explica para que lo entendamos: “la palabra dictadura es una gran palabra. Y las grandes palabras no deben ser lanzadas a voleo. La dictadura es un Poder férreo, de audacia y rapidez revolucionarias, implacable en la represión tanto de los explotadores como de los malhechores”. Esta Dictadura “es un poder que se apoya directamente en la violencia y no está sometido a ley alguna”, por consiguiente “es un poder conquistado y mantenido mediante la violencia ejercida por el proletariado sobre la burguesía, un poder no sujeto a ley alguna” porque “el proletariado no puede triunfar sin vencer la resistencia de la burguesía, sin reprimir por la violencia a sus adversarios; y donde hay “represión violenta”, donde no hay “libertad”, desde luego no hay democracia.” Muy en concordancia con su maestro Engels cuando decía que “con la implantación del régimen socialista, el Estado se disolverá por sí mismo (sich auflöst) y desaparecerá. Siendo el Estado una institución meramente transitoria, que se utiliza en la lucha, en la revolución, para someter por la violencia a los adversarios, es absurdo hablar de Estado Popular libre: mientras el proletariado necesite todavía del Estado no lo necesitará en interés de la libertad, sino para someter a sus adversarios, y tan pronto como pueda hablarse de libertad, el Estado como tal dejará de existir.” Marx, la gran deidad comunista, lo sabía muy bien: “Toda estructura provisional del Estado después de una revolución, exige una dictadura, y una dictadura enérgica”.

 La guerra y el terror eran propósitos implícitos dentro de la visión socialista y comunista. Marx y Lenin parecen intercambiables. El primero declara que la guerra “es una violencia contra las naciones, pero esto no obsta para que los socialistas estén a favor de la guerra revolucionaria.” El segundo que “toda gran revolución, especialmente una revolución socialista, es inconcebible sin guerra interior, es decir, sin guerra civil, incluso si no existe una guerra exterior. Y la guerra civil lleva implícita una ruina mayor aún que la ocasionada por la guerra exterior; significa millares y millones de vacilaciones y de deserciones de un campo a otro, un estado de terrible incertidumbre, de desequilibrio y de caos.” Y así fue. Los comunistas rusos se lanzaron a una guerra civil despiadada con el propósito, además de mantenerse en el Poder, de poner en marcha un genocidio de clase. Genocidio que implicó a su vez una guerra contra el campesinado librada por medio de la expropiación, la confiscación, la colectivización, el terror, el asesinato, los campos de concentración y… el gas. En efecto, adelantándose a los Nazis en dos décadas, los Comunistas emplearon el gas para exterminar poblaciones civiles durante la represión de la Rebelión de Tambov en 1921. Como también se adelantaron a ellos al invadir Polonia en 1920 para extender su revolución por toda Europa. La aplicación del llamado Comunismo de guerra convirtió a la sociedad en un inmenso cuartel y confirmó el monopolio del Poder del Partido Comunista.

 

«Háganlo de tal manera que la gente, a centenares de verstas a la redonda, vea, tiemble, sepa, grite: están estrangulando y estrangularán hasta la muerte a los kulaks chupasangres.”

 

 

La famosa orden de ahorcamiento masivo  de los kulaks (en palabras de Zinóviev, líder bolchevique, “Nos satisface llamar kulak a cualquier campesino que tenga lo suficiente para comer”) de Lenin del 11 de Agosto de 1918 habla por sí misma:

 

“¡Camaradas!

La rebelión de los cinco distritos de kulaks debe ser suprimida sin misericordia. El interés de la revolución en su conjunto lo exige, porque “la batalla final decisiva” con los kulaks se está desarrollando por todas partes. Necesitamos estatuir un ejemplo.

  • Ahorquen (ahorquen de una manera que la gente lo vea) no menos de 100 kulaks conocidos, hombres ricos, chupasangres.
  • Publiquen sus nombres.
  • Quítenles todo su grano.
  • Designen rehenes –de acuerdo con el telegrama de ayer.

Háganlo de tal manera que la gente, a centenares de verstas a la redonda, vea, tiemble, sepa, grite: están estrangulando y estrangularán hasta la muerte a los kulaks chupasangres.”

 

 

Que haya políticos hoy en día que defiendan esto y que se identifiquen con ello nos obliga a reflexionar severamente sobre la calidad de nuestra democracia.

 

Los resultados del Asalto a los cielos son desoladores: la producción agrícola disminuyó de 69 millones de toneladas en 1909-1913 a menos de 31 millones en el año 1921, la superficie cultivada varió de los más de 224 millones de hectáreas en el mismo período a menos de 158 millones en 1921. La producción industrial en 1920 equivalió al 20% de la de antes de la guerra. Entre los años 1917 y 1922, la población disminuyó en 16 millones más allá de las pérdidas bélicas consideradas en sí mismas y de las ocasionadas por la emigración. En Petrogrado y Moscú, la población bajó en un 58,2%. De 1918 a 1920, 8 millones de personas se trasladaron de las ciudades a las aldeas, tal y como señalan Del Rey y Canales en su Tormenta Roja. La Revolución Rusa. 1917-1922. Pero el balance más duro fueron los millones de personas que perecieron por la hambruna que asoló Rusia durante todos estos años, particularmente fuerte en 1922, provocada por las políticas comunistas. Este y no otro es el legado de Octubre de 1917. Un legado que se prolongó dolorosamente para la población de la naciente Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la URSS, que durante el mandato de Stalin vivió una época de terror y muerte mayor incluso. Desde que la Asamblea Constituyente fue disuelta, Rusia no ha conocido otra cosa la Dictadura, ya sea bajo Brézhnev o bajo Putin.

Que haya políticos hoy en día que defiendan esto y que se identifiquen con ello nos obliga a reflexionar severamente sobre la calidad de nuestra democracia. ¿Cómo es posible que gente así pueda sentarse en los escaños de un Parlamento civilizado? El desastre de la Revolución Rusa no acabó ahí, pues sirvió de modelo y guía para otra tiranía igual de detestable y sanguinaria:

“Yo no soy tan sólo quien ha vencido al marxismo, sino también su realizador: o sea de aquella parte del mismo que es esencial y está justificada, despojada de su dogma hebreo-talmúdico (…) He aprendido mucho del marxismo, y no dudo en admitirlo (…) El nacional-socialismo es lo que el marxismo habría podido ser si hubiera conseguido romper sus vínculos absurdos y artificiales con un orden democrático”

 ¿Saben quién dijo esto? Adolf Hitler.

 

*Pablo Gea es Analista y Activista Político.

@Pablo_GCO