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20-D: Entre la duda y el error

El creciente desprestigio de los partidos tradicionales inclina a los electores hacia los recién llegados, rodeados de incógnitas

Pedro Pitarch/ Opinión.- Un mar de dudas. Eso se palpa a una semana del 20-D. Lo percibo en mi entorno, en los comentarios en mi blog, en la gente que conozco, en muchos compañeros de profesión y en mí mismo. Somos quizás demasiados los electores que todavía dudamos del sentido de nuestro respectivo voto, en unas elecciones generales que estimamos de gran trascendencia. Después de la tremenda crisis que durante ocho años tantas heridas ha producido en el conjunto nacional, tanto en el ámbito político como en el tejido económico-social, vamos a abrir una legislatura distinta a las anteriores. La que tendrá que gestionar la postcrisis. La que debería cerrar el problema español en Cataluña. La de la reforma constitucional de incierto recorrido.

Es un escenario extremadamente complejo y arriesgado, en una atmósfera impregnada por la pestilencia de la corrupción. Porque, como si fuera una forma de (contra)cultura, no hay día que no se destapen nuevos casos de malversación de caudales públicos, o de puertas giratorias ilegítimas, o de latrocinios de guante blanco, o de descontrol en la administración de fondos públicos, o de financiaciones partidarias ilegales y qué se yo más. Todo un inventario de acciones tipificadas en el Código Penal que, para más inri, son percibidas como impunes. En definitiva, un fétido tablao de corrupción galopante y de desprestigio de la política, en el que los electores hemos de madurar el sentido de nuestro sufragio. Y, todavía peor en algunos casos, acercarnos a las urnas sin saber a quién votar.

El error enseña, pero no tiene vuelta atrás, al menos en cuatro años de legislatura. La duda poco o nada enseña, pero te mantiene activo hasta el último instante.

Imagino que no somos pocos a los que los nos gustaría que el 20-D sirviera para limpiar el ambiente, y empezar a disfrutar de la fragancia de un tiempo nuevo. Asimismo adivino que somos muchos los que querríamos que quedaran aparcadas, por algunos años, las opciones políticas que, con su ejercicio de la gobernanza, nos han despeñado hasta aquí. Pero no va a resultar fácil superar ese bipartidismo PP-PSOE, que tan excluyente ha sido en los últimos treinta y cinco años. No es fácil contrarrestar la fuerza inercial del recuerdo de voto. Para muchos, el consuelo o la esperanza vienen de pensar que si la crisis ha traído algo bueno ha sido la aparición en el ruedo madrileño de dos nuevas formaciones políticas, las llamadas emergentes, Ciudadanos (C’s) y Podemos (P’s), que se pregonan ante los votantes como palancas transformadoras y, al menos de momento, sin la sospecha de la corrupción.

El PP será seguramente el partido más votado el 20-D. Pero no creo descubrir nada si afirmo que se le percibe minado hasta la médula por la corrupción. El PSOE lo tiene peor, porque añade a su correspondiente cuota de corrupción el estar quebrado, tanto en su estructura federal (que fue siempre una de sus fortalezas) como en su ala izquierda. Ante este triste panorama de los llamados grandes partidos, no pocos de sus anteriores votantes desearían no repetir el voto. Tienen, pues, que decantarse. Pero el relámpago de la inteligencia que significa elegir les enfrenta inmediatamente al desasosiego de optar por el error o por la duda. El primero sería votar a quien no es lo que uno creía que era. En depositar la confianza en quien no la merece. El error enseña, pero no tiene vuelta atrás, al menos en cuatro años de legislatura. La duda poco o nada enseña, pero te mantiene activo hasta el último instante.

[blockquote style=»1″]Pienso que votar a C’s es moverse en el campo de la duda y votar a P’s en el del error. Un dilema que resuelve Manzoni: “Es menos malo agitarse en la duda que descansar en el error”.[/blockquote]

Dudando y queriendo dar votos de castigo al bipartidismo, muchos sufragios irán a los partidos emergentes. Y, sin pretenderlo, quizás se esté votando a uno de los dos previamente descartados. Porque si, por ejemplo, uno quiere votar a C’s y este partido no logra una mayoría suficiente para gobernar, en la investidura tendrá que apoyar (en primera o en segunda votación) o al PP, o al PSOE, o al PSOE+P’s. Solamente si C’s fuera el partido más votado, su líder podría ser apoyado en la investidura por el PP. Aunque esto sería ya entrar en el campo de la Fe matemática.

En el caso de P’s pienso que las cosas están claras: sus posibilidades de gobierno son nulas. Por eso su líder puede permitirse la soflama de laboratorio y la falta de compromiso razonable. Su discurso, basado exclusivamente en señalar los errores de los demás, tiene recorrido, pero limitado. Sus votos, aunque legítimos, son el descontento de los que poco o nada tienen que perder. De los que arman ruido en las redes sociales, de las que no pueden desconectarse porque las necesitan para vocear cualquier cosa que se les ocurra. De los que, en resumen, se han equivocado o de país o de siglo.

En último término, pienso que votar a C’s es moverse en el campo de la duda y votar a P’s en el del error. Un dilema que resuelve Manzoni: “Es menos malo agitarse en la duda que descansar en el error”.