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8 de marzo y mucho por hacer

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Caty León

Las efemérides no sirven de mucho y hay demasiados “días de”, pero, como existen, más vale aprovecharlas. Sobre todo algunas significativas y que, aunque pueden parecer innecesarias, si reflexionas no lo son tanto.

El 8 de marzo es el Día Internacional de la Mujer. Antes se llamaba Día de la Mujer Trabajadora, pero alguien pensó que todas las mujeres trabajan, incluso (quizá, sobre todo) las que se quedan en casa cuidando a su familia. Nada que objetar a ello cuando es una elección, pero si te fijas, ¡ cuántas ventajas se derivan del hecho de que la mujer sea independiente económicamente¡

No se trata solo de tener en sus manos la posibilidad de decidir qué compra o qué hace con su dinero sino la de elegir su propia vida. Al menos en teoría. Antes de que el fenómeno del trabajo femenino se extendiera, antes de que las mujeres asistieran en masa a la universidad o estudiaran, la dependencia con respecto al hombre, la necesidad de un buen matrimonio, cercenaba sus posibilidades.

Hay más. Durante muchísimos años, siglos, el papel de la mujer a la hora de desarrollar su talento, de exponer sus creaciones, ha estado en cuestión. Resulta imposible pensar, si repasamos la nómina de pintores, músicos, escritores, en los últimos siglos, que sea lógica esa mínima representación femenina. El concepto de autoría, que en el Renacimiento estaba ya plenamente asentado en lo que al hombre se refiere, tardó siglos en llega a la mujer. En los primeros años del siglo XIX, en los que Jane Austen publicó su obra, ni una sola de sus novelas iba firmada con su nombres. Y no fue el único caso. Todo ello tiene que ver con su papel subalterno, con la oscuridad en la que ha desarrollado su talento y, a veces, con la suplantación de su obra por su marido.

Resulta imposible pensar, si repasamos la nómina de pintores, músicos, escritores, en los últimos siglos, que sea lógica esa mínima representación femenina.

Existen todavía numerosos escollos para poder lograr una situación de igualdad real. No solamente laborales, económicos o técnicos, también de mentalidad. La ambición en la mujer está mal vista y es muy frecuente que haya de sacrificarse la maternidad y la familia si quieren conseguirse determinados puestos de excelencia. Y, por si esto fuera poco, observamos en los últimos tiempos todos aquellos que tratamos con jóvenes, una especie de regresión, una vuelta al pasado. Demasiadas chicas se enredan en relaciones tóxicas que limitan sus posibilidades y que acotan su futuro de una manera irremediable. Demasiadas veces se piensa que una mujer sola, sin pareja, está a la mitad, es un fallo, una anomalía social.

Y, sobre todo, en más ocasiones de las debidas somos las propias mujeres las que nos transformamos en sufridoras, en pacientes escuchantes, en Penélopes a la espera de un príncipe, convirtiendo el regalo que debería ser cada día de nuestra vida en un camino de sufrimiento. La educación sentimental es la clave. El control de las emociones y la valoración de una misma como elemento diferente a la pareja y la negativa a que el amor nos paralice.

Reivindiquemos sueldos igualitarios, puestos en los consejos de administración, participación activa en la vida pública por parte de las mujeres. Luchemos porque nuestros jóvenes no den un paso atrás en los logros conseguidos. Pero, sobre todo, aprendamos cada una de nosotras, sin demora y para siempre, que ningún sentimiento puede ser la coartada para renunciar a nuestros objetivos y metas; que ningún sentimiento que nos haga sufrir y nos convierta en seres sumisos, desvalidos o desilusionados merece la pena. Que la sensibilidad no vaya en contra de la razón.

Frente al feminismo de barricada, la conciencia clara de que merecemos vivir nuestra vida en las mejores condiciones posibles, en pie de igualdad y sin que nada ni nadie nos impida desarrollar nuestro talento y lograr nuestras metas. Nadie. Ni nosotras mismas.