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Algo andaluz tras el 26-J

Pedro Pitarch
Pedro Pitarch

Visto desde fuera, el resultado del 26-J en Andalucía sorprende un poco. “Grosso modo” el PP sube, el PSOE baja, UP (P,s +IU) se mantiene y C’s baja. No era previsible que el PP obtuviera 2 escaños y 100.000 votos más que el PSOE y que, en el conjunto de la comunidad andaluza, el PP fuera el ganador. Transcurrida una semana desde entonces, esa valoración se matiza en el sentido de que aquellos resultados, aunque inesperados, son lógicos. Son una extrapolación a nivel autonómico de lo sucedido a nivel nacional, en cuanto a escaños se refiere. Además, en el caso del PSOE-A, a pesar de haber sido sobrepasado (lo que ahora se llama “sorpassado”) por el PP, su porcentaje de votos (31%) es muy superior al del PSOE a nivel nacional (22%).
La situación tras el 26-J es en gran medida diferente a la se dio después del 20-D. No solo ha cambiado el reparto de escaños, con un meritorio reforzamiento del PP tanto en el Congreso como en el Senado, sino y sobre todo han cambiado percepciones esenciales entre la población. Las expectativas —elementos de referencia en el plano sociológico— son ahora distintas. Hay una generalizada conciencia de que al PP le toca dar un gobierno al país. No solamente porque ha incrementado su fuerza y ganado las elecciones, sino también porque ir a unas terceras generales, además de provocar la carcajada europea originaría una general frustración ciudadana, que bien podría dar lugar a otra legislatura (en este caso la XIII) de renovada mayoría absoluta del PP.

Quedarse en la ambigüedad declarativa cuando el tiempo apremia para resolver la parálisis institucional, y cuando la gobernanza de la nación está en juego no es, en mi opinión, una postura que contribuya mucho al bien de España, doña Susana.

Viene una “guerra psicológica” inter-partidaria que se irá apoderando del escenario político nacional en las próximas semanas. En ella, los partidos constitucionalistas buscarán minimizar los efectos negativos entre sus votantes de, en su caso, tener que apoyar o permitir la constitución de un gobierno del PP. Porque éste y no otro debería ser el resultado de una investidura, que podría producirse al filo del comienzo de agosto. Sería la consecuencia lógica de un proceso reglado: constitución de las Cortes, consultas reales, propuesta de candidato a la investidura por parte de SM El Rey, debate y votación en el congreso de los diputados, etc. Un proceso al que los partidos determinantes en el parlamento deberían concurrir con sus problemas internos resueltos, para poder presentar posturas bien fundamentadas.
Y, en ese complejo horizonte, el PSOE está en almoneda. Son demasiadas las voces de altos responsables del partido, nacionales y territoriales, que corean melodías ambiguas cuando no opuestas. Su déficit de liderazgo interno es algo generalmente percibido. Y el liderazgo no es solo una cuestión de orgánica. También juega el carisma personal y los resultados electorales, que resultan fundamentales en una actividad como la política cuyo idioma es el voto. Uno modestamente piensa que un líder que está frecuentemente cuestionado y que no es capaz ni de lograr un plena sintonía con su organismo superior —en este caso, el Comité Federal—, ni tampoco presentar unos resultados electorales solventes, tiene los días contados. Algo que debería resolverse rápidamente para poder fijar una posición homogénea y firme con respecto a la potencial investidura de don Mariano Rajoy. Porque, seamos sinceros, lo de “salvar los muebles” por no haber sufrido el sorpasso de UP, no pasa de ser un canto de carretero calandriano. Si tal sorpasso se hubiera dado el 26-J, la salida de don Pedro Sánchez de Ferraz se habría producido al día siguiente.
Se podría concluir de todo lo expuesto que la remontada del PP y el retroceso del PSOE-A en Andalucía son un transvase de lo sucedido en el conjunto nacional. O, en otros términos, que entre los responsables del sorpasso, del 26-J, del PP andaluz al PSOE-A, la calle Ferraz de Madrid tiene un lugar de primera fila. En todo caso, no se puede olvidar que el PSOE-A continúa siendo un puntal maestro de la estructura federal de su partido. Por eso, desde una posición independiente, uno adivina que el PSOE-A algo tendría que decir sobre el esencial tema del liderazgo. Quedarse en la ambigüedad declarativa cuando el tiempo apremia para resolver la parálisis institucional, y cuando la gobernanza de la nación está en juego no es, en mi opinión, una postura que contribuya mucho al bien de España, doña Susana.