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¡ Allá vosotros con lo que compráis !

Llegar a los altos estadíos de la política debería suponer la superación de un  amplio período de aprendizaje.

 

Aún hay quién cree que el ejercicio de la política implica la lucha por la justicia, pero en realidad, ejercer la política es una profesión. Profesión a la que se han dedicado eminentes eruditos y nobles corazones a lo largo de la historia. Como cualquier otra, ésta es una vocación que consume las energías y aporta satisfacciones al tiempo que frustración. Muchas son las materias que debe controlar aquél que se aventura en las insondables aguas de los anhelos y conflictos de las sociedades. Vivir en sociedad es lo único que ha permitido al ser humano, uno de los seres menos dotados para la supervivencia que existen en la naturaleza, prosperar y dominar al resto de especies. Y las sociedades en sí mismas son organismos autónomos dotados de voluntad parecer. Gestionar y canalizar esta voluntad y parecer es tarea para mentes adelantadas y espíritus generosos. Tarea para personas conocedoras de su posición real y de las necesidades de sus conciudadanos, desprovistas de ambiciones personalistas y dotadas de capacidad de sacrificio y entrega a causas justas. Una profesión que requiere conocimientos humanísticos, sociales, económicos, espirituales, al tiempo que conocimientos en las técnicas de  arbitraje y la  negociación. El político debe poseer carisma y empatía y, en sus manifestaciones públicas debe mostrar apariencia de verosimilitud.

Llegar a los altos estadíos de la política debería suponer la superación de un  amplio período de aprendizaje y brega en puestos inferiores, el cusrus honorum. Conocer la teoría y la práctica. Manejarse en asuntos públicos y estar familiarizado con el farragoso mundo del  derecho administrativo.

Hay una lápida en la facultad de medicina de Sevilla, justo a la espalda del antiguo departamento anatómico forense en la calle Don Fadrique que dice: El médico que sólo de medicina sabe, ten por seguro que ni medicina sabe”. La leí siendo un adolescente y la guardé en mi memoria como alerta de mi educación futura, supe que no debía limitar mi aprendizaje a materias concretas y tasadas y que debería adentrarme en todos los resquicios del saber que me fuesen posible.

La nueva generación de ególatras que se ha encaramado a la cima de la política local, autonómica y nacional muestra a las claras cuan desprovistas de estas virtudes o cualidades está. Chicos ambiciosos salidos de nuestras clases medias altas han optado por ocupar el vacío que dejaron los intelectuales y profesionales cualificados  para acceder sin rubor alguno a los puestos que les generaran ingresos muy superiores a cualquier puesto ganado por oposición y les abrirán las puertas a ocupar cargos directivos en empresas que usaran y abusarán de los contactos que,  éstos advenedizos, hayan podido establecer durante sus breves mandatos.

No es de extrañar que un señor con tan pocas dotes intelectuales y sociales haya alcanzado por vía insólita el más alto cargo de representación de la nación española. Con extrañas maniobras, que la historia se encargará de valorar convenientemente, se alzó con lo que tanto anhelaba: El poder. Y para él, el poder se ha manifestado en la necesidad de tener  elegir entre dos opciones igualmente desagradables: ceder una parcela de poder o someterse a un nuevo escrutinio.

Su oponente por la izquierda aprovechó la táctica  de mano dura del Gobierno que convirtió una protesta de escasa importancia en un movimiento de oposición radical y, enarbolando un programa basado en sufragio universal, asambleario, la autodeterminación para las nacionalidades y unas reformas sociales de largo alcance,  se situó a escasos centímetros de derrocar al vetusto y encorsetado PSOE. De “uff,  casi” está el mundo del futbol lleno, pero goles son amores y no buenas razones. El  señor de la modestia recogida en grácil trenza cual abuela decimonónica, tiró el penalti que le daba el campeonato a lo panenca y ohhh, para asombro de propios y extraños, falló. En la prorroga ha vuelto a disponer de un jaque mate al rey suplente y tras un tirabuzón con doble salto mortal para disparar, ha vuelto a fallar.

Hay pocos asuntos cuya lectura resulte más aburrida que la felicidad, y eso debieron pensar los seguidores del Sr. Rajoy que se las prometían muy felices tras la repetición electoral del 2016 y se dedicaron a campar por sus posesiones  sin atreverse a mirar la realidad circundante. Claro está, ante tanta ceguera era difícil sustraerse a la tentación de robarles la cartera. Ojos que no ven, gabardina que se llevan.

Ya sabemos todos, y si no lo sabemos deberíamos hacerlo que, para que estos nuevos advenidos llamados a ser los altos mandatarios locales, autonómicos y nacionales accedan a tan codiciados puestos es necesario contar con nuestro apoyo, ser agraciados con nuestro preciado voto.

Ya han mostrado suficientemente sus cartas, ahora solo queda decir:  Caveat emptor.  ¡! Allá vosotros con lo que compráis!!.

“Caveat emptor”. En la antigua Roma, antes de que se introdujeran las acciones ediciales, si el vendedor actuaba de buena fe y no había prometido específicamente al comprador que el objeto  vendido tenía determinadas cualidades (o carecía de determinados defectos), no respondía ante él por la ausencia de esas cualidades o la presencia de defectos.