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Allons enfants

Tras los atentados de París, se hace difícil separar las interpretaciones útiles de los devaneos de «simples lectores de solapas»

Opinión / LOLA ÁLVAREZ.– No hay calificativos. En realidad ya no nos quedan palabras a las que aferrarnos para tratar de describir tanto horror. El doloroso fantasma de aquel 11-M se nos hizo presente de nuevo. Miles de imágenes, testimonios, análisis, comentarios, editoriales, directos, conexiones, todo para acercarnos a las consecuencias de la barbarie. Y todo, dicen, en nombre del más grande. De nuevo, el uso torticero  y canalla. De nuevo la apelación impía y retorcida para justificar lo injustificable. ¿Que dirá ahora la muchacha de Almonte? ¿Seguirá tapándose los oídos con su niqab?

Pocas voces en las tertulias saben de verdad lo que se traen entre manos y sin embargo les oigo opinar con un desparpajo que asusta. Paro el mando –a distancia– ante los del Instituto Elcano y algún otro analista internacional de siempre. Esos si saben. Los demás, simples lectores de solapas.

De las miles de imágenes con la que en estos días no atiborran los ojos me quedo, de momento, con la de esos aficionados futboleros, saliendo del estadio por un túnel  cantando la Marsellesa. «Allons enfants de la patrie, le jour de gloire est arrivé. Contre nous de la tyrannie, l´étendard sanglant est levé«  / «En marcha, hijos de la patria, ha llegado el día de gloria. Contra nosotros la tiranía alza su sangriento pendón”.  Los pelos de punta. Eso tiene el haber estudiado francés (mercie mademoiselle Lissén)  que en mi época era lo que se estudiaba. Lo del english vino después.

Cuarenta y ocho horas ha tardado el ejército francés en bombardear territorio sirio. Emergencia nacional en todo el país y alertada Europa. “Francia está en guerra”, dice Hollande. Y aún no doy crédito al nivel de contundencia. En Versalles los parlamentarios volvieron a cantar La Marsellesa.  Mientras tanto, se peinan los suburbios a la búsqueda de los cachorros del terror y sus satánicos tutores, de quienes muchas veces me he preguntado cómo es posible que siempre envíen al Paraíso a otros y nunca se animen ellos.

Pocas voces en las tertulias saben de verdad lo que se traen entre manos y sin embargo les oigo opinar con un desparpajo que asusta. Paro el mando –a distancia–  ante los del Instituto Elcano y algún otro analista internacional de siempre. Esos sí saben. Los demás, simples lectores de solapas.

Le faltó tiempo a la Le Pen y los suyos, para ponerse a bramar y a tergiversar, obvio, a su provecho. Al final, todo termina siendo una cuestión de votos.

A ver quién tiene el valor de decírselo en la cara a cualquiera de los padres de esos jóvenes que fueron a  escuchar un concierto y no volvieron. 

Las fotos muestran los restos de la sangrienta desbandada. Un par de zapatillas de deporte, junto a unos cristales, en la acera, se pasea por los diarios. De nuevo, las velas, las flores, las frases, el dolor y la emoción en el alma. Una ciudad, un país, un continente, conmocionados. Je étais Charlie, je suis París. ¿Y ahora?