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Almería, de víctimas y de ira

Una reacción emocional llenó el viernes el centro de la ciudad.

Soy uno del norte que vive en el sur, Almería. Lo explico porque, por menos de lo sucedido estos días, en mi otra tierra se han quemado autobuses. No daré, pues, lecciones de templanza.

Me he movido, estos días, por una Almería que afrontó la desaparición del niño Gabriel con una movilización rara en una provincia que casi podría denominarse tradicionalmente apática. Una reacción emocional llenó el viernes el centro de la ciudad. Aún pueden verse dibujos de peces en escaparates o vallas de colegios. Mira que pensé, como ahora se detenga a alguien se lía parda, tal y como están los ánimos. Y llegó el domingo. Y se detuvo a alguien ¿Se lió? No, en el mundo físico, no. En el virtual sí. Ya se sabe, las redes sociales son el hábitat natural del odio, un poco como la litrona lo es del chandalero.

El alcalde convocó esa misma tarde una concentración para cinco minutos de silencio. Y volví a pensar, aquí se lía parda

El alcalde convocó esa misma tarde una concentración para cinco minutos de silencio. Y volví a pensar, aquí se lía parda, porque el lugar de concentración  distara unos 700 metros –puede que más, pero ya advierto que no se medir- de la Comandancia de la Guardia Civil. Allí tenían a la presunta autora. Pensé para mí: como parte esa gente vaya para allá esto acaba como la concentración ante la Consejería de Economía en Barcelona, aquella de los Jordis encima de un coche, y de manifestantes borrachos que podían disparar según ha declarado el mayor de los Mossos. Lo comento por situarnos, antes de pontificar sobre comportamientos bárbaros.

 

¿Y qué había en la puerta de esa Comandancia? Había gente si, unos trescientos en el momento del telediario. Y ¿Cómo diría? Era una reunión multicultural, plural. Vamos, que no la calificaría de tradicional reunión racista heteropatriarcal. Impactante. Enfocaba la cámara y arreciaban los gritos. Hablaba la locutora y adolescentes con móviles de pantalla más grande que el salón de mi casa, lo mostraban con la palabra asesina, pidiendo justicia, que entiendo no la diferenciaban mucho del linchamiento. Solo ese rato porque se gasta la batería.

Por supuesto, siguiendo una incomprensible costumbre patria, cuando alguien es detenido y le llevan al juzgado o a reconstruir el crimen, allí que se junta vecinos indignados gritando que nos la dejen a nosotros y aporreando el coche de la policía. Esta vez también. Es la tradición. Hay que respetarla.

Eso era el mundo físico, ya digo, el de la conversación de panadería: al que mata habría que matarlo. Pero señora, digo, eso llevaría a matar al que mata al que ha matado. ¿Tú no serás un poco…? me inquirió ella. No, no, no, solo tengo pluma cuando me pongo nervioso, tuve que responder –con más pluma, aún- mientras la buena mujer me observaba con expresión de querer degollarme.

En el mundo de las redes sociales, la cosa es diferente. Alejados ya, por completo, de la realidad de un niño asesinado, cada cual se lanza a lo suyo. El odio desbordaba, la desmesura producía más vergüenza ajena que enfado. ¿Quién no ha recibido un mensaje de Facebook diciendo que si reúnen no sé qué miles de firmas se puede condenar a la autora a 25 años de cárcel? Es la nefasta influencia de los realities, que si juntas mucha gente puedes nominar o hacer que gane tu cantante favorito.  Un país virtual enloquecido, eso somos.

 

Esto afecto, como es lógico, a los influencers de la verdadera izquierda, siempre atentos, siempre sufriendo a un pueblo ingrato pero al que al mismo tiempo hay que salvar. No está pagado ser un referente cultural del progresismo en este país, parecían decirse. ¡Qué país este, de racistas, misóginos, qué chabacanos como diría Ortega, pero sin citarle, porque era facha ¡Si no fuera mujer, negra e inmigrante no habría esas reacciones!

No lo crean. Si hubieran detenido al primer sospechoso, el corredor, la reacción sería igual ¿Existiría, entonces, un tuit con miles de me gusta afirmando: si has dicho que han detenido a un runner por matar a un niño en lugar de que ha aparecido el cadáver de un niño eres un antirunner y deberías avergonzarte?

Eran las dos y media de ese triste domingo, cuando un concejal popular de Almería colocó en twitter: Y ahora PSOE, Podemos y Ciudadanos sigan con su proyecto de votar en contra de la Prisión permanente revisable.

De lado derecho, por su parte, nos ofrecieron la solución a la criminalidad. Esa que el buenismo no quiere aceptar. Eran las dos y media de ese triste domingo, cuando un concejal popular de Almería colocó en twitter: Y ahora PSOE, Podemos y Ciudadanos sigan con su proyecto de votar en contra de la Prisión permanente revisable. Para que vean como empatizar con el sufrimiento no impide una mirada al deber con tu partido.

El diputado Rafael Hernando, a su manera también un influencer, no dejó pasar la oportunidad para una cuña publicitaria: “Deseo que la prisión permanente revisable pueda mantenerse aprobándose la iniciativa del grupo popular y pueda caer con toda la fuerza sobre personas como la asesina de Gabriel”.  Ni presunta ni nada, que el tuit tiene los caracteres que tiene.

Ahí, nada de respetar el sufrimiento y no intentar sacar ventaja del estado de excepción emocional de la gente. Nada de esperar a exponer sus argumentos sobre esa medida punitiva cuando se debata la reforma en el Congreso y hacerlo desde la serenidad, necesaria en una sociedad crispada y ansiosa de motivos para enfrentarse. Serenidad que, por cierto, jamás ha acompañado las reformas penales. Ante cada crimen, se ha respondido a través de informaciones ideológicamente sesgadas, ofreciendo a una sociedad traumatizada más penas, más altas. Como si aumentarlas hasta la exageración punitiva pudiera reparar el daño que las víctimas han sufrido o prevenir daños futuros.

Al final, a la madre de Gabriel, solo me cabe decirle como en La Delgada Línea Roja ¿Pensabas que porque creías en la bondad, tu sufrimiento sería menor? Pues ya ves como somos.