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Almería, estación términis

Francisco Gimenez Alemán
Francisco Giménez-Alemán

En abril de 1907, José Martínez Ruiz “Azorín”, candidato del partido de Maura por Purchena, llega a la estación del ferrocarril de Almería hecho un basilisco después de dieciocho horas en el tren expreso que le traía desde Madrid para cumplir con los compromisos de la campaña electoral en su circunscripción. Y llega visiblemente enojado por las condiciones de un viaje insufrible, según relataría días después a sus compañeros de redacción de ABC. No volvería nunca más a pisar tierra almeriense el gran escritor y periodista de Monóvar, adjurando una y mil veces del día que aceptó su nombramiento para representar en las Cortes a Purchena, del que por cierto escribe que es un bello pueblo en el que hicieron parada los Reyes Católicos en su camino hacia los dominios del rey Zagal.

Más de un siglo después las comunicaciones ferroviarias con Almería podrían resumirse en la crónica del maestro Azorín. No solo no han mejorado sino que en la moderna estructura del tren en nuestros días la provincia córner del Sureste ha quedado descolgada de cualquier proyecto que remotamente tuviera algo que ver con la modernidad. Es sencillamente un olvido injusto e injustificable el que a lo largo de cien años se ha venido cometiendo con Almería por parte de la Renfe, y ahora de Adif, independientemente de los regímenes políticos que se han sucedido en España. Las lamentaciones de Azorín tienen plena vigencia, como las tienen las de millares de ciudadanos –yo mismo- que a lo largo del tiempo hemos tenido que padecer el martirio de ir a Madrid o incluso a la cercana Granada cuando éramos estudiantes.

Aunque en este bendito país es ya difícil llamarse a escándalo, lo del ferrocarril  es una afrenta permanente al pueblo de Almería que ve contenido su desarrollo merced a decisiones políticas manifiestamente injustas.

  La Plataforma de Defensa del Ferrocarril, numerosos de sus miembros acompañados de representantes de los partidos políticos, ha hecho la heroicidad el 7 de abril de viajar de Almería a Sevilla en tren. Y es una lástima que Azorín no fuese uno de los viajeros para que hubiese relatado el pormenor del recorrido. Salen los expedicionarios de la estación de Almería (una joya arquitectónica camino de la ruina por falta de conservación) a las 6,15 de la mañana para rendir viaje en Santa Justa a las 12,10, o lo que es lo mismo seis horas para recorrer los 406 kilómetros que separan a una y otra capital. Llega el grupo a Granada y es invitado a transbordar a un autobús hasta Antequera, debido a las obras de adaptación de la vía al Ave. Vuelta a subir al tren en la ciudad de los dólmenes y, más cabreados que una mona, llegan a Sevilla donde entregarán su protesta por escrito a la Comisión de Fomento del Parlamento de Andalucía. Es de esperar que el gesto y el sacrificio de tan esforzados viajeros aporte consecuencias positivas.

Aunque en este bendito país es ya difícil llamarse a escándalo, lo del ferrocarril  es una afrenta permanente al pueblo de Almería que ve contenido su desarrollo merced a decisiones políticas manifiestamente injustas y discriminatorias con una provincia que aporta buenos réditos agrícolas y turísticos a las arcas del Estado. ¿Qué hace entretanto la Diputación, el Ayuntamiento y las entidades locales por las que atraviese el tren a paso de tortuga? A lo que parece, nada de nada. A más de uno habría que recordarle que en democracia tales facturas se pasan en las urnas.