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Andalucía, la que divierte

¿Para qué sirvió el referéndum que nos igualaba con las llamadas comunidades históricas?

 Creo que fue a mediados de 1980, celebrado ya el referéndum de la autonomía andaluza, cuando mi amigo Paco Vizcaíno me llevó al Garbanzo Palace para que escuchara a un cantautor flamenco que, con voz quebrada y una flauta, reivindicaba justicia e igualdad para una Andalucía subdesarrollada que se despertaba al futuro de la mano del nuevo Estado de las autonomías. Se llamaba Pepe Suero, procedía del grupo teatral de Salvador Távora, La Cuadra, y una de sus canciones, “Andalucía, la que divierte” (“Andalucía, la que divierte, grabado a fuego lleva un puñal de yunques viejos que la dirigen y la enseñaro sólo a rezar”) se me quedó grabada en la memoria. Han pasado cuarenta años y, si el tango dice que veinte años no es nada, tampoco lo son estos cuarenta que han transcurrido desde aquel referéndum del 28-F en el que los andaluces contestaron mayoritariamente “sí” al jeroglífico que les planteaba el Gobierno de Adolfo Suárez, a saber, “¿Da usted su acuerdo a la ratificación de la iniciativa prevista en el artículo 151 de la Constitución a efectos de la tramitación por el procedimiento establecido en dicho artículo?”. El mejor editorialista que definió el asunto fue Mingote en el ABC quien dibujó a un andaluz con cara de estupor que contestaba: “La gallina”.

 

El caso es que, con la excepción de Almería, todas las provincias dieron un sí absoluto y de un total de casi cuatro millones y medio de votantes, dos millones y medio avalaron la autonomía. Todo ello pese a la campaña en contra del Gobierno en radios y televisiones utilizando a personajes como Lauren Postigo: “Andaluz, este no es tu referéndum”. El centro derecha lo pagó caro y los socialistas aprovecharon el tirón y los errores para hacerse con el poder y comenzar a labrar un tupido entramado social y político, basado en las subvenciones públicas, que les asegurara durante muchos años el Gobierno. Y se lo aseguró nada más y nada menos que cuarenta. Todo un récord de fidelidad en un pueblo que seguía sumido en la incultura, la explotación y bajo el yugo de un paro sistémico que medio siglo después, pese a los anuncios de la primera y segunda modernización y la California de Europa, hechos por Borbolla y Chaves, continúa batiendo récords en el conjunto del Estado y de la Europa comunitaria.

 

Por más que nos empeñemos, cuarenta años después de aquel referéndum, la Andalucía de 2020 sigue siendo aquella que cantaba Pepe Suero, “la que divierte”. Sin un entramado industrial que fue desmantelado en beneficio de Cataluña y País Vasco, una agricultura de monocultivo a la que le ha costado muchos esfuerzos y sacrificios modernizarse para hacerse competitiva y con el turismo como casi única fuente de ingresos, Andalucía sigue siendo una de las cenicientas de esta nueva España multinacional que Pedro Sánchez quiere imponernos. La pregunta es: ¿Para qué sirvió el referéndum que nos igualaba con las llamadas comunidades históricas? Y la respusta es simple y llanamente, para nada. Para nada por la pura apatía y sumiso conformismo del pueblo andaluz. Cataluña y Euskadi siguen marcando la agenda del Gobierno central, como la marcaron desde la década de los 70 del pasado siglo e incluso antes, tanto con González, como Aznar, Zapatero o Rajoy. Dicen los nacionalistas catalanes eso tan manido de “España nos roba”. Yo no sé España, pero lo que es Andalucía les ha dado todos estos años no sólo mucho dinero, sino también mucha sangre, sudor y lágrimas que han regado los barrios obreros deprimidos cercanos a la Barcelona del Paseo de Gracia o al Bilbao de Neguri.

 

Así que menos lobos, Caperucita. Va siendo hora de que los andaluces enseñemos nuetras garras y pongamos sobre el tapete del Consejo de Ministros de la Moncloa algunas de las condiciones que reivindican los Torra, Puigdemont, Urkullu y el resto de xenófobos racistas que completan la nómina de  los “negociadores” de Sánchez. Aquí no queremos ser más, pero tampoco menos. Queremos un trato similar al que los distintos Gobiernos centrales que han dirigido España tras la muerte de Franco le han dado a catalanes y vascos. Nos conformamos con poco, que para nosotros, dadas las condiciones actuales, es mucho. El aviso y las movilizaciones que estos días están protagonizando los agricultores andaluces desde El Cabo de Gata al Ayamonte y desde Despeñaperros a Algeciras no debe caer en saco roto, sino servir de espoleta para que el resto de los sectores económicos marginados por décadas de abandono gubernamental (desde los autónomos a los parados y desde los jubilados a los funcionarios), salgan a la calle para mostrar su disconformidad y reivindicar, de paso, aquel 28 de febrero de 1980 que tanta ilusión sembró en el ánimo de millones de andaluces. Como escribió Gabriel Celaya, “¡A la calle, que ya es hora de pasearnos a cuerpo y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo!”. Eso sí, con la imagen de Canal Sur fundiéndose en negro por primera vez desde el comienzo de sus emisiones en 1989, en protesta por la política del Gobierno trifachito de Andalucía. ¡Manda huevos!, que diría Trillo, después de cuarenta años de dictadura socialista en “la nuestra” convertida en el BOJA audiovisual de la Junta de Borbolla, Chaves, Griñán o Susana y en el altavoz mediático de esa “Andalucía, la que divierte” que cantaba Pepe Suero. Es lo que hay.