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Andalucía, tercer mundo

¿No están hartos, hasta la mismísims coronilla?¿Cuánto tiempo llevamos ya hablando de la matraca catalana, debatiendo en tertulias, foros y discusiones de bares el sí pero no, el huevo y la gallina de un independentismo anacrónico, mentiroso, xenófobo y decimonónico que sólo busca mantener los privilegios de los de siempre?

Meses, años, y ellos erre que erre, alargando la goma hasta la extenuación, proponiendo tretas y engaños para ganar tiempo con el fin de impedir como sea que el Estado les chafe con el artículo 155 su deprimente ópera bufa, ese esperpento que nos tiene en vilo y al borde del infarto al resto de los españoles. Ya está bueno lo bueno. Hay que acabar de una vez con ese chantaje periódico al que estamos siendo sometidos desde hace muchas décadas. Ya está bien de los engañosos puntos suspensivos. Hay que poner punto y final a esta tragedia. Da igual lo que invente ahora Puigdemont, da igual que siga sin declarar la independencia efectiva o que proclame la república independiente, que anuncie elecciones o que se vaya al cine. Hasta aquí hemos llegado y, si el PSOE no se echa al final atrás (que aún está por ver), el Estado tiene que aplicar ya los recursos que pone en su mano la propia Constitución y el ordenamiento jurídico que todos los españoles nos hemos dado para vivir en paz.

 

Lo más curioso del caso es que de todas ellas solo tres se han venido a Andalucía, dos a Málaga y una a Córdoba, y ninguna a Sevilla.

 

Pero me estoy enrollando y bastante tenemos con lo que tenemos para que yo siga dándoles la lata con los catalanes. Quisiera hoy centrar este artículo en la repercusión que está teniendo el reto secesionista catalán en el resto de España, y más concretamente en Andalucía. Como saben, desde que el Parlament aprobó esa ley de desconexón de Cataluña y Puigdemont montó el numerito de la independencia de dos minutos, las empresas ubicadas allí se tocaron la ropa y decidieron poner pies en polvorosa por lo que pudiera pasar. Prmero fueron los bancos. El Sabadell y La Caixa trasladaron sus domicilios sociales y fiscales a Madrid y a Valencia, y a ellos les siguieron más de mil trescientas empresas en fuga ante la inestabilidad e inseguridad jurídica propiciadas por el Govern. Lo más curioso del caso es que de todas ellas solo tres se han venido a Andalucía, dos a Málaga y una a Córdoba, y ninguna a Sevilla. Si obviamos el aumento de ventas del cava malagueño, onubense o gaditano y el número de turistas que han cambiado su destino de Barcelona a Sevilla para evitar jaleos, en poco se ha beneficiado Andalucía del miedo al procés. Ello da una idea del erial inversor en que se ha convertido nuestra comunidad. No sé si se deberá a la política empresarial poco atractiva de la Junta o a la falta de incentivos, pero se trata de una realidad de la que Susana Díaz debería tener en cuenta ante el futuro.

 

Le pido prestado al maestro Antonio Burgos el título de uno de sus primeros libros, “Andalucía, tercer mundo”, por el que espero que no me cobre copyrrais, para hacer un retrato del estado de nuestra comunidad. Un retrato que comenzó un 4 de diciembre de hace ya cuarenta años en el que los andaluces nos echamos a la calle para exigirle al Gobierno de Adolfo Suárez una autonomía por el artículo 151 de la Constitución en igualdad de condiciones que Cataluña, País Vasco y Galicia. En contra de la versión que ahora dan los incultos de Podemos, incluído su líder, Pablo Iglesias, los andaluces nunca nos saltamos la ley para pedir que no nos discriminaran de las llamadas nacionalidades históricas y, aunque lo pagamos con la vida de Manuel José García Caparrós, siempre mantuvimos la legalidad vigente.

 

Los diversos gobiernos de la UCD, del PSOE y del PP, le han ido regalando a estas dos comunidades para conseguir apoyos puntuales de los nacionalistas catalanes y vascos.

 

Ahora hay algunos desquiciados que, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, reivindican una “nación andaluza” que, además de nuestra tierra, incluya la parte norte del Magreb, el Algarve portugués y Murcia. ¡¡¡Viva el Tercer Mundo!!! Éramos pocos y parió la abuela. Dos años y pico después de aquel 4 de diciembre, el 28 de febrero de 1980, Andalucía votó masivamente su autonomía pese a la oposición del Gobierno de la UCD. Desde entonces, los andaluces, gobernados ininterrumpidamente por el PSOE, hemos ido a remolque de catalanes y vascos en la consecución de cotas de autogobierno, pero, en contra de lo que muchos nacionalistas creían entonces, nuestros niveles de desarrollo y prosperidad nunca alcanzaron ni de lejos los de Cataluña o Euskadi debido, sobre todo, a las concesiones que los diversos gobiernos de la UCD, del PSOE y del PP, le han ido regalando a estas dos comunidades para conseguir apoyos puntuales de los nacionalistas catalanes y vascos. Unas dádivas que nos van a costar caras. Esos barros han traído con el tiempo los actuales lodos que amenazan con ahogarnos a todos en la mierda del nacionalismo más excluyente.

 

En estos momentos en los que muchos de los independentistas catalanes, hijos y nietos de andaluces emigrados, lideran el reto secesionista, convendría recapacitar sobre cuál debería ser el papel que Andalucía, la gran Cenicienta de España, jugara en el futuro marco de las autonomías cuando se reforme la Constitución. Quizás entonces deberíamos echar toda la carne en el asador para evitar que, de nuevo, con la aquiescencia de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias y el silencio de Mariano Rajoy, Andalucía siga siendo un siglo más la representante más cualificada de ese Tercer Mundo que denunciaba Burgos.