The news is by your side.

Añoranzas leninistas

Si no estuviéramos fascinados por nosotros mismos nos importarían muy poco las momias y lo de dentro.

 

A muchos rusos les cuesta prescindir de un gran jefe, acostumbrados a tenerlo lo añoran; de ahí el progresivo brillo de la aureola de Putin para llegar a pseudozar. Tal vez por ello o por algo más, Ziuganov, líder del PCUS, se saltó el confinamiento pandémico para peregrinar al mausoleo de Lenin y conmemorar el 150 cumpleaños de su nacimiento. Medio millón de nostálgicos acuden anualmente a ver el cuerpo momificado, imaginar subliminados consejos y fortalecer el ánimo para la consecución de su gran proyecto, siempre por culminar.

Al parecer, la momia se encuentra mal. Cada año, unos 170.000 euros se gastan en mantenerla (iba a escribir viva), abriendo, tal vez un debate por su tufo capitalista al pretender venderla al mejor postor:  China, Vietnam u otro país comunista, dispuestos a darle un culto laico, claro. La imagen de Lenin me llama la atención desde hace tiempo. Aparte de su baja estatura, con frecuencia aparece con camisa blanca y corbata oscura, contraste singular: un señor con los atributos más emblemáticos del occidente aburguesado entre masas de trabajadores agrisados, tocados con uniformadas gorras oscuras. Sería algo así como si el señor Iglesias diese un mitin en Vista Alegre vestido de Rajoy.

Si la esencia del ‘yo’ resulta de la actividad mental causada por las complejas funciones cerebrales; si como asegura el científico, Michio Kaku: «Sabemos más de la mente gracias a la física y a la biología comparadas con la filosofía o la psicología», más valor tendrían las 300 rodajas cortadas del cerebro de Lenin depositadas en algún laboratorio, viejo proyecto para encontrar una pista de la gran inteligencia del adalid o, aún más ambicioso: descubrir su ‘yo’ en un homúnculo escondido entre los lóbulos. Sería demasiado, dado el contexto, pretender captar entre las circunvalaciones el alma en pena o jubilosa de don Vladimir.

La siguientes ideas ―resulta evidente― las entresaqué de textos y documentales con rigor científico. La posible expansión del cerebro está condicionado por el cráneo. La cabeza del feto creció pero hasta un límite dadas las limitaciones maternas, en el supuesto de relacionar a los cabezones con los inteligentes, dándole a la frenología una importancia devaluada hace tiempo. El cerebro es un subproducto imperfecto de la evolución porque pasa gran parte de su tiempo haciendo futurismo con resultados insatisfactorios, de ahí el frenesí político por los oráculos, hoy llamados asesores. Conservamos una parte arcaica propia de los reptiles y otra de los vertebrados, pero hubo un error: el desarrollo precoz de la corteza cerebral, zona periférica de escaso espesor exclusiva de los sapiens y, total, para crearnos una ilusión del mundo.

El pasado de Lenin tiene muchos muertos, torturados o exiliados, pero sus fieles resaltarán  en estos días su buen hacer para combatir las epidemias de cólera y disentería al tiempo de la llegada de los bolcheviques al poder. La llamada gripe española mató a un 3% de la población rusa entre 1918 y 1919. ¡Lástima!, nos podría haber asesorado en estos momentos donde los confusos compiten con la plana mayor del patógeno.

«Todo es química», repetía un antiguo profesor en mis tiempos de alumno. Hoy me parece obvia la afirmación por la influencia de las drogas en el comportamiento. Cuando la química falla los circuitos responsables de la violencia se alteran. La sociedad rusa con tal de combatir el frío ha empinado el codo con sus vodkas de 50º  y el alcohol, droga dura, terror del hígado, ocasiona muertes neuronales irreversibles y una seria adición. Desconozco si Lenin ingería el ‘pirriaque’ para inspirarse, pero en cualquier caso a las muchedumbres les importa sobre todo sobrevivir, lo de la verdad y otras filosofías suele ser secundario.

Si no estuviéramos fascinados por nosotros mismos nos importarían muy poco las momias y lo de dentro. Tal vez por ello, una parte de los rusos desearía enterrar a Lenin y otra seguir gastando la citada cantidad para mantener la ilusión de verlo un día levantarse con su mesianismo, darse un retoque en la corbata, afilarse la barba y emprender otra revolución, acaso la definitiva.