The news is by your side.

Aquella tarde donde se me rompió el alma

Manuel Alcántara ha fallecido en Málaga a los 91 años. Toda una vida dedicada al periodismo. Escritor y poeta hasta sus últimos días.

 

Hay fechas que se nos quedan grabadas. Hay momentos que se esculpen en nuestra vida y son nuestras cicatrices. A Manolo le llevaba en forma de cicatriz en mi piel. Huellas y costurones que nos hacen ser quienes somos y, en nuestro oficio, nos definen como periodistas. Buenos o malos. Prestigios o crueles.

Todos guardamos admiraciones en secreto. Devociones más allá de la fe y la pasión. La vida nos va marcando los referentes allá por donde caminemos. Bebemos de las fuentes que nos rodean, de los libros que encontramos en casa y hemos leído a escondidas. O de los que nos han prestado los primeros amigos. Los que nos han recomendado extraños una noche en una tertulia entre copas en la adolescencia. Aquellos que sacábamos de la Biblioteca Pública cuando no teníamos dinero y leíamos entusiasmados, devolviéndolos con la sensación de perder un tesoro que no puede ser nuestro. Hasta que los empezamos a comprar y comenzamos a construir nuestra librería.

Y ahí estaba Manolo Alcántara, el que me despertó la curiosidad, la aventura, la expectación y la singularidad hacia la literatura periodística. El mejor referente, el escritor cercano y el gran filósofo al alcance de la mano. Primero con sus poemas, luego con sus crónicas. En los viejas revistas de la infancia con las que construíamos historias, mientras crecíamos buscando referentes.

Le teníamos en el papel desde 1958, cuando muchos no habíamos nacido. Empezar a leer y tenerle allí, con sus artículos. Con esa maestría para la escritura. Recuerdo los periódicos de la niñez con su nombre grabado en la columna.

Hay quien elige, en estos días de estrellas periodísticas en las Redes, modelos sin raíz. Buscad a Alcántara. Leer a Manolo, estudiarle.

Era un periodista honesto. Lleno de sabiduría. Con un conocimiento y un sentido del humor excepcional. Un escritor, un poeta con un desconocido sobre el pecho. Lo dijo muchas veces. Lo escribió en Biografía. Ese poema que hoy se clava en mi voz, como un cuchillo disuelto. Como sus Dry Maestrini.

Se están escribiendo cientos de artículos en su despedida, posiblemente muchos mejores que este. Por los que le conocieron, admiraron, por los que le leían a diario en El Correo, Las Provincias o Diario Sur. Y se inspiraban en su conocimiento. Se dejaban influir por sus pensamientos.

Se le ha reconocido a lo largo de su vida con dos plazas, tres calles, una glorieta, una Biblioteca y un Instituto. Con los tres grandes premios del Periodismo: el Luca de Tena (1965) por «Pablo VI en Harlem«, el Mariano de Cavia (1975) por «Federico Muelas» y el González-Ruano (1979) por «Tono«.

La Asociación de la Prensa de Madrid le entregó el Premio Javier Bueno (1997). Recogió el accésit del Premio Nacional de Literatura (1957) por «Plaza Mayor». Fue Premio Nacional de Literatura (1963) por «Ciudad de entonces» junto al Mariano José de Larra (1995), el José Mª Pemán (1999), Premio Romero Murube (1999); el Premio de las Letras Andaluzas (2010) y el «First Amendment Award 2017» (Premio a la Primera Enmienda) de la Asociación Eisenhower Fellos.

Dos premios llevan su nombre, uno de periodismo y otro de poesía. Los entrega su Fundación, que es una herida en mi cuerpo.

Manolo creció frente al ring junto a la fábrica de ladrillos de la calle del Agua en Málaga. A donde su madre lo mandaba cuando daba jaleo en casa: «Bájate con los boxeadores, Manolito». Treinta años después debutaría como cronista de boxeo en Marca para narrar el combate entre Desmarets y Legrá que tituló «Legrá se proclama campeón de Europa» (23 de diciembre de 1967).

Nos enseñó a apreciar el boxeo bordeando el arte. A interpretar a Manny Pacquiao, a admirar a Cassius Clay (Muhammad Ali), por ejemplo, en aquel terrible combate entre Alfredo Evangelista en 1977, que nos narró desde la primera fila del Capitol Center de Landover, Maryland. A asombrarnos ante el gladiador Mike Tyson, y gracias a su contribución emocionarnos como si combatiésemos frente a Anthony Josua, Joe Frazier, Mayweather o Canelo.

 

Manolo te has ido viendo jugar a los mejores del mundo de la historia del fútbol: Johan Cruyff, Alfredo Di Stéfano -que suerte tuvisteis de ser amigos-, al imparable Pelé,¿recuerdas ese gol numero 999, en el Maracaná, cuando fotógrafos, reporteros y espectadores se tiraron al campo y le pasearon a hombros paralizando el partido que tardó 25 minutos en reanudarse?. Fuiste testigo del Mundial del 66 y de la jugada del futbolista más elegante de la historia del fútbol, el único, Franz Beckenbauer. Conociste al mejor y más grande, Diego Armando Maradona y disfrutaste la velocidad de ejecución del Dios. ¡Has visto a Messi jugar, Manolo!.

Eras como un boxeador humilde y callado. ¡Qué sabio eras! La cultura de masas y la cultura popular en tus reflexiones. Me quedo con tu definición de pueblo. «Pueblo no es solo el que aspira, ni el que paga la localidad más barata en un estadio. Se hace afición cuando se populariza algo. La aspiración es la mayoría». Así nos lo enseñaste con tus crónicas prodigiosas de boxeo. Mientras más mejor.

Eres nuestro genio. Desde el Campo de Gas al restaurante La Tortuga en Madrid. Al Café Varela, al Café Lisboa. Al Lira o al Molinero que acogieron tus primeros recitales poéticos. La emoción de comer en el Lhardy sabiendo que allí debatiste con Vicente Alexandre, Gerardo Diego, Pepe Hierro y Damaso Alonso. Envidiar los calificativos que te dedicó Torquato Fernández Miranda y tus escritos en Arriba para Picasso, Neruda y Miguel Hernández. Crecer viéndote en Estudio Estadio junto a Matías Prats, Di Stéfano y José Luis Garci. Bienaventurados somos.

 

Me uno al dolor de tu hila Lola, de José Luis Garci, Raúl Torres, Teodoro León Gross, Fernando Badillo, Ignacio Camacho, Cesar González Ruano, Jaime Capmany, Jorge Bustos, Rafa Porras, Agustín Rivera (al que dedicó su Tesis) y, ese gran puñado de amigos que te acompañaron y bebieron de ti y contigo.

 

«Cuando leo las crónicas de Manolo Alcántara me parece estar recibiendo la carta de un amigo»

 

Mejor no puede definirse. Buscaremos la pasión para sobreponernos, si las cosas van mal.

La prensa te despide hoy con un hermoso homenaje. «Lo mejor del recuerdo es el olvido», nos dijiste. Es imposible olvidarte, Manolo. Nos has enseñado mucho. Un brindis por tí, con un dry maestrini, para decirte como tu admirado Machado, «Hoy es siempre todavía».

Manuel Porras Alcántara, nació un frío mes de enero de 1928 en el barrio de la Victoria en Málaga y se marcha una primavera de 2019 en su Rincón de la Victoria. El mismo día que nos dejó Gabriel García Márquez y a la misma hora que Agustín Herrerin. Navega por sus más de 25.000 artículos y deslúmbrate con su análisis y su pensamiento. Una leyenda de las letras desde hoy.

Un día me dijiste, «la grabadora infantil es la mejor». Por eso quise ser periodista. Llevo años pensando en ti, en los últimos días con mayor insistencia. Querido Manolo, hoy te escribo cuando ya te has ido. Llevo escribiéndote desde hace muchos años. Tú sabes que te clavaste en mí aquel día que me castigaron sin poder abrazarte como deseaba. ¡Tantos días soñando con todo lo que quería hablar contigo, maestro!. Pero lo que nunca comprenderá, el que me privó de aquel almuerzo y la tarde de charla -que nos prometió Antonio Pedraza– es que me tatuó una cicatriz que te lleva dentro de mí para siempre. Aquella tarde que se rompió el alma porque no pude conocerte.

Así que, minuto fuera y que suene la campana. Mi corazón, Manolo como el tuyo, lleva muchos combates. Te he tenido a un jab.