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Aquí pocos presumen de austeros

Con motivo de la investidura del nuevo Presidente, me he vuelto a asombrar por la grandeza del edificio, siempre me impresiono cuando paso.

 

En la inauguración del Parlamento el Rey emérito pronunció estas palabras: «Esta institución debe estar al servicio del bien general, siempre atenta a la realidad, próxima a las necesidades y problemas de los ciudadanos». 

Aquella noche tuve la necesidad de llevar a mi madre a las Urgencias del Hospital Virgen Macarena. Madrugada larga, película de tristes situaciones en salas abarrotadas de asientos ocupados. Por fin conseguí uno, pero con tal de no perderlo por poco también recurro a un facultativo porque mi vejiga urinaria protestaba.

A ratos, y entre sobresaltos variados tuve unas pecaminosas reflexiones: el escandaloso contraste entre la superficie del impresionante y colindante edifico de 330.000 metros cuadrados con un coste de 31 millones de euros en reformas, comparado con las salitas abarrotadas del hospital. Un día, por sucedidos reivindicativos vi parte de sus interiores y quedé indignado por considerar necesario un talante austero en cualquier edificio oficial, y muy necesario para dar ejemplo.

En una carta al director de El Mundo escribí: «Ahora, dadas las confortables dependencias, entre paseos claustrales por sus patios, propicios a la reflexión monacal, supongo elevarán sus espíritus nuestros padres de la Patria para mejor servir a sus gobernados. Tranquilos por dejar sus vehículos en aparcamientos reservados ─lejos de las zozobras de los ciudadanitos de tanto dar vueltas en aparcar, con la propina al prójimo cercano─  aumentarán el sosiego para brillar en útiles intervenciones». Posteriormente, un enfermero me comentó: «Antes de la reforma aparcábamos en unos terrenos anexos pero nos los han quitado para aumentar aún más sus instalaciones las ilustres señorías, joder».

Supongo sería impensable por la mente de los eufóricos parlamentarios el haber invitado al Rey a visitar el centro sanitario, total, unos metros de nada; pero la suciedad se tapa y la hipocresía dirige los teatros sociales.

 

Ahora, con motivo de la investidura del nuevo Presidente, me he vuelto a asombrar por la grandeza del edificio, siempre me impresiono cuando paso.

 

Siento curiosidad por preguntar si todas las dependencias están operativas y si Hacienda pasa la factura catastral, evidente cuestión retórica porque pagaríamos los de siempre. Lo digo por la próxima llegada de otra nueva revisión al alza de un catastrazo nacional.

Así las cosas, al subconjunto de los nuevos ricos o nueva aristocracia salida de las urnas, le entra una risita nerviosa cuando llega a San Telmo algún invitado noruego, sueco o finlandés y exclaman «¡Oh, oh, oh, ni nuestros presidentes tienen algo parecido…!». Pudiera ser consecuencia de unas misteriosas miasmas o genes psíquicos presentes en las sociedades, irresistibles a morir. Aquí, nuestros genes presumidos seguirán por siglos y las vanidades surgiendo como las semillas chinas de algodón en la Luna.

 

Alguno recordará el enfado del expresidente don Manuel Chaves cuando la ciudadanía le criticó su deseo de residir en la palaciega Casa Sundheim, sita en la Avenida de La Palmera

 

Aunque, claro, el argumento de la dignidad de Andalucía lo enarbolaba a modo de talismán justificativo.

¡Ah, lo olvidaba! Haré gestiones para saber dónde compra el café y la leche la cafetería del Parlamento porque solo vale un euro. He dejado un bar donde iba con alguna frecuencia porque lo han subido a un euro con treinta céntimos, pero me aseguran los amigos la inutilidad de encontrar alguno más barato. Solo faltaba una subvención directa para tal fin, tal vez al considerar el financiero precaria la situación económica de los usuarios. ¿Alguien dijo la igualdad de todos ante un café solo o con buena leche?