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Autodeterminación en Cataluña

Pablo Gea
Pablo Gea*

Y lo que tenía que suceder, sucedió. La ruptura es hoy un hecho incuestionable. Como también las dosis de cinismo y manipulación política que harían caerse de espaldas al mismísimo camarada Stalin. Uno prefiere no recordar cómo hemos llegado a este punto. Cómo el radicalismo político de cuadernillo barato ha penetrado en las débiles conciencias de muchos de los ciudadanos de la Comunidad Autónoma más puntera de este país. Pero la verdad, ¿a quién diablos le importa? Lo cierto es que ya no nos vale eso de mirar hacia otro lado y fingir que no pasa nada. Sí que pasa. Y sí que va a pasar. Y antes que tirar del topicazo fácil de culpar sólo a Mas y a su camarilla, señalemos a los Gobiernos sucesivos del PSOE y del PP, que han atizado y fingido contener al perro del Independentismo Catalán según el panorama electoral, y que sólo han acudido a ese recuerdo nostálgico que es la Ley Española a escasos dos meses de las Generales.

 

Hay que cuidar las apariencias, ya se sabe.

 

A nadie le quedará duda a estas alturas que si frente a una Clase Política rapaz y a un populismo que es capaz de darles alas a los enemigos del país con el simple objetivo de ganar votos, oponemos el victimismo de un país ultrajado por una potencia colonizadora despótica que le ha robado hasta las bragas, es que definitivamente no tenemos arreglo. Y lo digo en serio. Pero puede, puede, que aún haya esperanza. Que el sentido común y la sobriedad retorne a la sociedad española. No he podido evitar sonreír al escribir esto último. Años de guantazos sin mano y de esconder la cabeza bajo la arena no se van a arreglar llamando a la tranquilidad ni a la unidad. A quienes tiene que llegar esas palabras les importa un rábano, y los oídos crédulos están demasiado hastiados como para soslayar el escepticismo.

 

A quienes han llegado tan lejos no hay Tribunal o resolución que los detenga. Aceptémoslo.

 

 

¿Y ahora qué? ¿Diálogo? ¿Paz? ¿Acuerdo? Lo siento, pero no. Sólo un suicida debate con un fanático, y sólo un estúpido pone la otra mejilla cuando le amenazan con una recortada. Y que conste que el magnífico ejemplo de pulcritud democrática del Constitucional sólo ha servido para cubrirnos el trasero y tener claro que ellos han disparado primero. Que somos todos inocentes y que el culpable representa un eje del mal formidable. Ahora da lo mismo. Porque todos estos esquemas acaban de saltar por los aires. A quienes han llegado tan lejos no hay Tribunal o resolución que los detenga. Aceptémoslo. Se utilizarán los medios legales, las sentencias, las interpretaciones, los Principios, los discursos, los debates. Más todo será inútil porque el adversario ha calado bayoneta y se acerca con grito de guerra y sin nada que perder.

 

¿Y nosotros, nosotros qué? Nuestro lugar, señoras y señores, está tranquila y serenamente al lado del Estado Español, con todas las consecuencias.

 

Que fue el PSOE de Zapatero el que dio alas a este nacionalismo conociendo los antecedentes históricos y sabiendo de sobra a dónde podía conducir.

 

Y si quieren conflicto, en el uso legítimo de la Fuerza y habiendo agotado los cartuchos diplomáticos, digo sin temor a equivocarme, que es lo que van a tener. Este razonamiento es duro de aceptar. Nadie quiere que la sangre llegue al río. Pero en estos momentos a la sociedad nos han puesto contra la espada y la pared, dándonos sólo dos opciones: o eso o darles lo que quieren. Y claro que hay que señalar culpables, que no son sólo los nacionalistas totalitarios  o al esperpento de la CUP, sino los gobernantes cuya responsabilidad era, precisamente, evitar esto. Que fue el PSOE de Zapatero el que dio alas a este nacionalismo conociendo los antecedentes históricos y sabiendo de sobra a dónde podía conducir. Iba a aprobar todo lo que viniese del Parlamento Catalán, decía. Todo para ganar votos a la desesperada para escapar de la incómoda mayoría relativa en la que se encontraban. El PP pusilánime no lo ha hecho mejor, y toda su retórica de aplicación de la Ley se ha diluido en el cuidadoso cálculo de dejar que sean ellos los que golpeen primero para no perder rédito político.

 

Ahora por miedo nuestros políticos no va zanjar lo que ya está claro. Primero, la Autonomía de Cataluña tendría que haber sido suspendida sin contemplaciones desde el momento en que inició el proceso de ruptura. Porque así es como lo establece la Constitución que los españoles nos hemos dado, hasta que la cambiemos, para gobernarnos, en su artículo 155:

 

  1. Si una Comunidad Autónoma no cumpliere las obligaciones que la Constitución u otras leyes le impongan, o actuare de forma que atente gravemente al interés general de España, el Gobierno, previo requerimiento al Presidente de la Comunidad Autónoma y, en el caso de no ser atendido, con la aprobación por mayoría absoluta del Senado, podrá adoptar las medidas necesarias para obligar a aquélla al cumplimiento forzoso de dichas obligaciones o para la protección del mencionado interés general.
  2. Para la ejecución de las medidas previstas en el apartado anterior, el Gobierno podrá dar instrucciones a todas las autoridades de las Comunidades Autónomas.

 

 

¿Referéndum? Por supuesto. Pero en el que podamos votar todos los españoles.

 

La Ley y su aplicación son iguales para todos. Y dado que cuando cualquiera de nosotros, ciudadanos de a pie, la viola y cae su peso implacablemente sobre nosotros, es exigencia democrática que así sea también con los altos cargos. Sean quienes sean. Y no, como sucede ahora, que la Constitución y la Ley se aplican en función de los intereses políticos y estamos tan acostumbrados que nos parece hasta normal. ¡Y el que reivindica que esta broma tiene un límite es el radical! Segundo, no hay nada que negociar con los nacionalistas. Es esta política de apaciguamiento, la obsesión enfermiza y destructiva del diálogo bobalicón con quien ya ha dejado paladinamente claro que se van por las buenas o por las malas, es lo que nos ha conducido hasta aquí. Si se tiene que añadir un cargo más a los gobiernos de turno no es el inmovilismo, que es el término guay que se han sacado de la manga los facinerosos que componen el gobierno de la Generalitat y los que les apoyan porque es progre.

 

Y tercero, aparte porque es lo más importante. La Autodeterminación. El artículo 1 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de las Naciones Unidas que entró en vigor en 1976 y fue ratificado por el Estado Español el 27 de julio de 1977 define este Derecho a la Autodeterminación:

 

  1. Todos los pueblos tienen el derecho de libre determinación. En virtud de este derecho establecen libremente su condición política y proveen asimismo a su desarrollo económico, social y cultural.

 

Significa que la Autodeterminación no es sinónimo de Derecho a Independizarse, como la propaganda política sugiere, sino que, jurídicamente, su contenido versa sobre el derecho a una sociedad a organizarse como estime conveniente hacerlo y al poder de decisión de cada ciudadano que compone ese pueblo, esa sociedad, a decidir sobre lo que en ella sucede. Por lo tanto, carece de rigor, además de que es injusto, el argumento por el cual los catalanes tienen derecho a autodeterminarse y, en consecuencia, a celebrar un referéndum ilegal que la Constitución no contempla. Y es más sorprendente aún que esto provenga de formaciones que se llenan la boca hablando de democracia y de los derechos de la gente. Sabéis de quienes hablo. España y cada uno de sus ciudadanos tenemos derecho a la autodeterminación, lo que significa que tenemos derecho a decidir sobre en lo que nuestro país pasa. Entre todo ello, si la región Cataluña se independiza o no.

 

¿Referéndum? Por supuesto. Pero en el que podamos votar todos los españoles. Porque es nuestro Derecho a la Autodeterminación y porque yo también quiero tener voz y voto respecto al problema catalán. No sólo los que viven allí. Negar esto es negarnos la soberanía. Algo que ni los discursos, ni las manipulaciones ni las negociaciones a puerta cerrada de la Clase Política nos pueden hacer olvidar jamás.

 

*Pablo Gea Congosto es estudiante de Derecho y activista político.