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Ay, ¿quién maneja mi barca?¿quién?

Se habla mucho de George Soros, de Mark Zuckerberg o del Club Bildelberg como ejemplos paradigmáticos de quienes manejan la actual barca mundial.

 

 

El verano tiene de bueno que te da muchos momentos de ocio en los que cavilar. Harto de playa, de sol, de arena y de chiringuitos, uno aprovecha los tiempos muertos para leer ese libro que ha dejado a medias, para practicar el sillón-bol o para darle vueltas al coco tratando de descifrar la complicada estrategia de Pedro Sánchez para hacerse con el poder. Y pensando en todo esto, uno llega a la preocupante conclusión de que el periodista británico Eric Arthur Blair, más conocido por el pseudónimo de George Orwell, llevaba razón cuando, adelantándose a su tiempo, escribió su famosa novela “1984” a finales de la década de los 40 del pasado siglo. Setenta años después de publicarse, la sociedad manipulada por el totalitarismo del “Gran Hermano” es cada vez más evidente. La red de redes ha posibilitado que casi todo lo que pensamos, lo que hacemos, lo que compramos o lo que opinamos, esté mediatizado por quienes manejan el cotarro mediático. Y como en “1984” nada se escapa al poderoso ojo de los gurús que dominan las plataformas de internet.

 

En estos momentos se habla mucho de George Soros, de Mark Zuckerberg o del Club Bildelberg como ejemplos personales y paradigmáticos de quienes manejan la actual barca mundial. Instituciones privadas, personas y personajes multimillonarios que utilizan su inmenso poder para condicionar nuestras vidas, a veces de forma descarada, como ha sido el caso de Facebook utilizando en provecho propio millones de datos de usuarios supuestamente privados, a veces a través de grupos de presión, políticos, banqueros o personajes con influencia mediática que, en un reducido número de 130, reunidos en hoteles de lujo, diseñan la estrategia que debe seguir la geopolítica y la macroeconomía mundial para beneficio de sus propios intereses.

 

Toda esta “movida” manipuladora de masas no es nueva. Desde hace muchos siglos, quienes ostentaban el poder utilizaban todos los medios a su alcance para manejar el cotarro. Desde los egipcios de los faraones, a la Roma de César pasando por la Biblias, por el Vaticano o por las consignas nazis de Goebbels. Ocurre sin embargo que, al contrario de anteriores épocas, en estos momentos cualquier mensaje puede llegar en escasos segundos a millones de personas con el simple hecho de apretar un botón, ya sea en el móvil, en el ordenador portátil, la tablet o en el mando a distancia de la tele. Y, lo que es más peligroso, la sociedad actual, cada día más inculta y adocenada, es como una especie de esponja que lo absorbe todo sin depurar, sin analizar lo que es válido de lo que no, sin pararse pensar si lo que le ha llegado por “whatsapp” es verdad o es una “fake-news”, una mentira como la copa de un pino con intereses claramente espúreos.

 

Con todas estas premisas, está claro que el poder tiene en sus manos una poderosa herramienta para manejarnos a su antojo, para hacernos cambiar de opinión según le convenga. No es de extrañar que casi todos los líderes políticos tengan en nómina a expertos que les diseñan al milímetro sus campañas. Si conocidos comunicadores como Carlos Herrera o, salvando las distancias y las evidentes diferencias, Jorge Javier Vázquez, son capaces de movilizar a miles de seguidores a través de las ondas de radio o TV, imagínense lo que puede hacer un asesor del presidente del Gobierno que maneja los poderosos y bien dotados resortes del poder.

 

Viene todo esto a cuento del complicado momento político que vivimos los españoles. Aquí todo el mundo le echa la culpa del desastre al presidente en funciones, Pedro Sánchez. Yo, sinceramente, no le veo al actual inquilino de la Moncloa (y mucho menos a su antecesor), con la suficiente capacidad intelectual como para diseñar estrategias políticas a corto y medio plazo que le faciliten su mantenimiento en el poder. Y si Sánchez no está capacitado, no digamos su mano derecha, la vicepresidenta Carmen Calvo cuya verborrea demagógica sólo es comparable a los ininteligibles monólogos del gran Antonio Ozores en el “Un, dos, tres” de Chicho Ibáñez Serrador, (“¡Nooo, hijo, nooo!”).

 

Por ello no quiero acabar este artículo sin referirme al gran gurú que está dirigiendo los pasos de Pedro Sánchez desde hace ya unos años. Me refiero, claro está, a Ivan Redondo, actual director del Gabinete de la Presidencia del Gobierno. Redondo, natural de San Sebastián y educado en las universidades de Deusto, en la George Washington y en la Complutense, ya asesoró a Xavier García Albiol en las municipales de 2011, a Antonio Basagoiti y al presidente extremeño José Antonio Monago. Sánchez lo fichó para la preparación de las Primarias del PSOE en 2017 y hay que reconocer que hizo un trabajo similar a su apellido, “redondo”, al conseguir imponerse en el casi improbable triunfo ante la virtual ganadora, Susana Díaz. Después se le ha atribuído el haber sido el ideólogo de la operación que propició la moción de censura a Rajoy que provocó las nuevas elecciones en las que Sánchez salió como vencedor. De todas formas, por más éxitos que haya tenido, Redondo no es infalible y de ahí la no investidura de Sánchez hace unos días. La pregunta es, ¿fue una equivocación de cálculo con Podemos o se trata de una estrategia a medio plazo para obligar a Pablo Iglesias a apoyarle sin contraprestaciones en septiembre? Habrá que esperar pero, pese a lo que digan algunos voceros y lo que aconseje el CIS de Tezanos, no creo que tengamos que volver a las urnas en el mes de noviembre. Nadie, ni siquiera el Rey, lo desea. Habrá que esperar sentado y con una Cruzcampo fresquita sobre la mesa.