The news is by your side.

Brotes surrealistas en Italia

El edil de Ceregnano, pueblo véneto de unos cuatro mil habitantes, Iván Dall’Ara,  ha creado la concejalía de la felicidad.

 

Acabo de memorizar un par de noticias, ambas evocadoras de Tip y Coll, expertos en el humor del absurdo, de negras levitas, chistera y bombín a juego con los voluminosos televisores en blanco y negro de la época. Una etapa, tal vez ansiosa por volver a causa de la incertidumbre, señora impenitente acompañante de nuestras vidas.  He aquí la primera noticia:

«El alcalde de Falciano del Massico ha prohibido a sus cerca de cuatro mil habitantes el fallecer por la imposibilidad de agrandar el actual cementerio, y menos construir otro dada la actual crisis».

Aunque lo de ordenar implique una tentación irresistible en manos políticas, y más si pertenecen a los edilitos ―por el complejo en ser grandes―, prefiero verlos tiernos como mis nietos, capaces de fugarse con la imaginación para vivir otras dimensiones de la realidad. El lado duro radicaría en los cortejos funerarios, vía manifestaciones enlutadas capaces de  agruparse en la puerta de las llamadas casas del pueblo. Serían numerosos los currantes de las postrimerías: sepultureros, marmolistas, albañiles, floristas, panteoneros, personal administrativo, gerentes de los mortuorios, encargados de los servicios religiosos, las empresas periodísticas por  las costosas esquelas…

Ocurrirían lacrimosas escenas entre los pancartistas: «¡Muerte, sí; vida, no!»,  «!Respetemos los designios naturales!». De paso, podrían invitar a los dependientes de bares y restaurantes por sus negros atuendos –tan prolíficos en estos oscuros tiempos en los establecimientos culinarios―, más propios de velatorios y poco encuadrados en los marcos del gozoso yantar.  Y, a propósito de cocina, la segunda noticia procede del mismo país. Dice:

«El edil de Ceregnano, pueblo véneto de unos cuatro mil habitantes, Iván Dall’Ara,  ha creado la concejalía de la felicidad, ocupando la dirección una joven cocinera. Al mismo tiempo ha inscrito en la bandera tricolor la leyenda: ‘Ceregnano, pueblo de la felicidad’».

El señor, defiende el derecho de todo ciudadano a ser feliz, anima a todos los legisladores para seguir su ejemplo y creen ministerios al respecto. También recomienda el sonar permanente en las casas consistoriales del Himno a la Alegría de Beethoven; controlar a los funcionarios para derrochar amabilidad, aligerar la burocracia y un rótulo alusivo impreso en las banderas.

Tan inefable alcalde, supongo, no  tendrá a disposición de la respetable ciudadanía hojas de reclamaciones porque ―mucho temo― el presupuesto desbordaría su previsión. Considero acertado haber puesto de concejala (fealdad de palabra) a una joven cocinera ―la cual imagino de agradable ver, metidita en carnes, de fácil verbo, de contagiosas dichas y vestida con ropas alegres―.

No obstante, en descargo del alcalde aparece lo mismo en la constitución brasileña y también en la declaración de independencia de los Estados Unidos, o sea, el derecho a la felicidad de todos los hombres, cuestión para un litigio trascendente con el responsable de la ventura eterna.

Lo tengo dicho a mi familia: «Si pasado el tiempo no me veis por casa, pensad en mi marcha a Italia –tierra de los antepasados– para empadronarme, primero en Ceregnano y, por si acaso lo veo oscuro, en Falciano del Massico. Antes me habré borrado de “los muertos” (concepto  empleado en tiempos pasados para nombrar a los seguros de decesos) porque cada trimestre cobran más, quizá mimetizados con la manía de los políticos mundiales en autosubirse el sueldo.