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En busca de la honradez perdida

Los partidos y la sociedad tienen un grave problema.

Se trata de algo que afecta a todos los partidos políticos y en mayor medida a aquellos que han detentado el poder durante un mayor número de años. La honradez parece una virtud que ha desaparecido en nuestra sociedad hace ya tiempo y que sólo esgrimen aquellas fuerzas que nunca han gobernado y que, por lo tanto, tampoco han tenido la oportunidad de poder mangonear de los erarios públicos. No me vale la pretendida honradez de Ciudadanos o de Podemos porque, en estos casos ocurre como con el valor en la mili, que la citada honradez se les supone pero desde luego no es algo seguro. Partido Popular y Partido Socialista en el ámbito nacional y en aquellas comunidades donde se han perpetuado en el poder, ya sean Andalucía, Extremadura, Valencia o Madrid, han demostrado fehaciéntemente que el poder corrompe y cuanto más absoluto y duradero sea éste, mayor será el ámbito de la corrupción. El botón de muestra de la extinta Convergencia I Unió en Cataluña con las diversas corruptelas que encabezan la familia Pujol, nos ha valido a todos los españoles para comprobar como en todas partes se cuecen las habas del trinque.

 Me da la impresión que en estos momentos el PP se encuentra paralizado, preso de una serie de presiones que le obligan a ir soportando el desgaste sin afrontar medidas eficaces que pongan freno a una debacle que cada vez parece más imparable.

No sé qué va a hacer el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, para detener esa sangría de votos que amenaza no con hacerle perder el Gobierno al PP en las próximas elecciones generales, algo que muchos ya dan por hecho, sino con relegar a su partido a una fuerza residual en unas futuras citas electorales a corto y medio plazo. Me da la impresión que en estos momentos el PP se encuentra paralizado, preso de una serie de presiones que le obligan a ir soportando el desgaste sin afrontar medidas eficaces que pongan freno a una debacle que cada vez parece más imparable. Y es que el tsunami provocado por la corrupción y por una serie de medidas económicas que han afectado negativamente y dañado a sus principales núcleos de electores, la clase media y los pensionistas, están provocando una huída masiva de votos a fuerzas más o menos cercanas ideologicamente, como Ciudadanos, o a la abstención pura y dura.

 

Y es que si hay algo que define tanto la actitud como la aptitud del PP y de su presidente en los últimos dos años ha sido la torpeza. Raramente se podían haber hecho peor la cosas después de haber logrado salvar los muebles de la terrible crisis económica en la que nos metió Zapatero. Tratar de venderle al personal la moto del éxito macroeconómico como si ello fuese la tabla de salvación del futuro mientras se recortaban sueldos y pensiones es como regalarle un Ferrari a un parado que no tiene ni para comprar gasolina. No sé si ha sido el gran Arriolas o algún otro de sus excelsos consejeros aúlicos, pero desde luego Rajoy no ha sabido contentar ni a la décima parte de sus incondicionales. Y lo que es peor, no ha habido nadie en su círculo próximo que haya sido capaz de decirle claramente que se estaba equivocando. Un Ortega que le susurrara en los consejos de Ministros aquello de “Presidente. No es eso, no es eso”

 

El caso de la crisis catalana ha sido paradigmático. Con todos los instrumentos a su favor para dejar claro quien defendía la legalidad, con el tácito apoyo del noventa por ciento de los españoles que hubiesen respaldado cualquier medida por dura que fuese para reconducir una situación que se había salido de madre, con cientos de miles de balcones luciendo las bandera rojigualda, Rajoy y su Gobierno no han sido capaces de capitalizar en su provecho la aplicación del artículo 155, dejando que se apropien de la situación Arrimadas y sus Ciudadanos que lo único que han tenido que hacer es hablar claro y apropiarse de los cabreos que las ínfulas nacionalistas iban prendiendo en las conciencias del resto de los españoles.

En Sevilla, el PP está partido en dos y, tal y como auguran las encuestas, puede que pasen a ser la tercera fuerza política de la ciudad, algo que no ocurría desde hace dos décadas. 

Y lo peor está por llegar. Primero en los ayuntamientos y después en las comunidades autónomas. Pongamos la lupa en lo más cercano y podremos comprobarlo. En Sevilla, el PP está partido en dos y, tal y como auguran las encuestas, puede que pasen a ser la tercera fuerza política de la ciudad, algo que no ocurría desde hace dos décadas. Y en Andalucía, otro tanto de lo mismo. Y no es ya por los posibles candidatos, Beltrán en la capital hispalense y Juanma Moreno en la comunidad, que también, sino por la falta de proyecto político que los populares tienen para la ciudad y para la región.

 

En en primer caso, las escasas fuerzas se están dilapidando en peleas internas, en navajazos que a nada conducen entre “arenistas” y “zoidistas”, teledirigidos desde Madrid por dinosaurios que cada día pintan menos pero que se resisten a desaparecer y que siguen queriendo manejar el partido a su antojo como si Sevilla y su futuro dependiera de ellos. Y en el segundo caso, la cosa es aún peor. Andalucía hace tiempo que dejó de existir para el PP que, tras el amago de victoria de Javier Arenas hace casi una década, decidió entregar los trastos a Susana, dejándole el camino libre para repetir Gobierno hasta su jubilación. Con Ciudadanos entregados y sumisos al poder de la Junta, a los andaluces nos esperan otros cuarenta años de gobiernos socialistas. Es lo que hay…y quizás lo que nos merezcamos por sumisos.