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Cabrones ilustres

Francisco Rubiales
Francisco Rubiales*

Nuestros próceres y personajes públicos tienen en común ser admirados por su trayectoria pública, que es la única que hasta ahora ha fundamentado el prestigio. Sin embargo, muchos de ellos no merecen el prestigio que les acompaña, ni el brillo que le otorgan los medios de comunicación porque en sus vidas privadas y en la parte desconocida de sus existencias son verdaderos sinvergüenzas o tipos tan miserables que merecen el título de «cabrones».

Al contemplarlos con esa pompa que a veces parece majestad, al ver cómo la multitud de presidentes autonómicos que tenemos que mantener los españoles en este Estado incosteable nos largan sus discursos de fin de año, todos ellos imitando el tradicional discurso navideño del rey de España, me he sentido incómodo y he recordado un magnífico artículo de Juana Gallego, que acabo de leer y recomiendo, titulado «Cabrones ilustres». Versa sobre la fea costumbre de juzgar a las personas por el cargo que ocupan o por lo alto que han llegado en la vida, sin tener en cuenta sus valores personales y su comportamiento ético y humano.

 

O que Arthur Miller, el venerado dramaturgo, recluyera a un hijo con síndrome de Down en un centro y lo olvidara de por vida. O que el escritor Adolfo Bioy Casares hiciera de su sobrina de 16 años su amante el segundo dia de verla.

 

La historia está llena de ejemplos de cabrones ilustres. Reproduzco un párrafo del artículo citado que es bien elocuente:

«¿Qué importancia puede tener que Marx abusara de su criada, con la que tuvo un hijo? O que el genio Einstein maltratara a su mujer y la considerara como a una sirvienta a la que no podía ni ver. O que Arthur Miller, el venerado dramaturgo, recluyera a un hijo con síndrome de Down en un centro y lo olvidara de por vida. O que el escritor Adolfo Bioy Casares hiciera de su sobrina de 16 años su amante el segundo dia de verla. O que el gran Charlot fuese aficionado a las jovencitas y dejara embarazada a una menor, con quien se casó para tapar el hecho. O que Norman Mailer casi matara a cuchilladas a su segunda esposa. ¿Qué importancia puede tener que el insigne escritor Thomas Mann humillara y vejara a sus hijos? Ninguna, igual que tampoco tuvo importancia que el filósofo Louis Althusser estrangulara a su esposa, Hélène, cuyo asesinato fue descrito de forma tan poética que pareció que al matarla le hacía un favor. O que el admirado Alfred Hitchcock acosara y humillara a sus actrices. La lista sería tan larga que resultaría imposible incluirlos a todos».

La tesis de los «cabrones ilustres» es perfecta y justamente aplicable en democracia a la clase política, más incluso que a otros ciudadanos destacados. La democracia garantiza la «igualdad» de todos y exige a los que mandan ejemplaridad y buen gobierno, exigencias que muchos de ellos ignoran.

Hay que aprender a juzgar a las personas, sobre todo a los políticos, no por el cargo que ocupan sino por sus obras. Políticos que nos conducen al desastre, muchos de ellos sospechosos de corrupción, malos gobernantes y culpables de abusar del poder se dirigen a los españoles como si fueran importantes y seres superiores, cuando quizás solo sean «cabrones ilustres». Cuando acuden a determinados actos públicos son homenajeados como si fueran héroes y ocupan el centro de la atención, siempre rodeados de cámaras y de periodistas, en su mayoría sometidos al poder, cuando muchos de ellos sólo son villanos nada ejemplares en sus desconocidas vidas privadas. Muchos asistentes a esos actos hasta se inclinan ante ellos y babean, como si fueran dioses, provocando vergüenza ajena.

 

Los periodistas los tratan como estrellas rutilantes y como si fueran los seres más importantes de la galaxia, pero muchos de esos periodistas no son ya fiables porque trabajan para medios públicos o que dependen para sobrevivir del dinero que le dan esos políticos.

 

¿Quienes son realmente esos mandatarios que nos lanzan discursos ampulosos desde sus televisiones públicas, que nos miran por encima del hombro y a los que pagamos sueldos y pensiones de lujo con nuestros impuestos? ¿Merecen dirigirse a nosotros con superioridad? ¿Merecen nuestro respeto?

Los periodistas los tratan como estrellas rutilantes y como si fueran los seres más importantes de la galaxia, pero muchos de esos periodistas no son ya fiables porque trabajan para medios públicos o que dependen para sobrevivir del dinero que le dan esos políticos, vía publicidad, mientras que otros practican la autocensura más severa porque saben que si critican al poder político sus carreras se hundirán en el pozo del boicot político. Aparentemente, esos políticos son estrellas, pero tal vez no merezcan ese trato. En mi tierra, Andalucía, hay al menos dos ex presidentes, condenados por corrupción, que no lo merecen.

Se da por supuesto que el presidente de un gobierno es importante, pero se trata de una malformación llena de injusticia y estupidez. Un político, sobre todo si ocupa un alto cargo, está obligado a demostrar su virtud, valor e importancia con sus actos y logros, mas que cualquier otro ciudadano o profesional porque los que gobiernan, aunque lo hayan olvidado, están obligados a ser ejemplares. La democracia establece que los que mandan respondan de sus actos y que si no reciben el placet ciudadano, sean reprobados y pierdan el poder.

La importancia de esas personas no viene dada por el puesto que ocupan, sino por su valor como personas y por su comportamiento. Si gobiernan mal, si mienten, si incumplen sus promesas electorales, si suben impuestos después de prometer que los bajarían, si malgastan el dinero, si realizan recortes de servicios básicos sin necesidad, si dejan abandonados a los débiles y desamparados, si falsean contratos públicos, si manipulan subvenciones para beneficiar a sus amigos, si violan la Constitución al no respetar la igualdad de oportunidades, si nos acribillan a impuestos sin antes someter su Administración a austeridad rigurosa, si despilfarran, si amparan la corrupción, si tienen las filas de su gobierno y de su partido llenas de nuevos ricos incapaces de justificar su patrimonio, si mantienen a sus ciudadanos en el atraso y la pobreza y si abusan del poder con frecuencia, entonces no son otra cosa que «ilustres cabrones», como bien explica el artículo de la profesora de periodismo Juana Gallego.

 

*Francisco Rubiales es Periodista.