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Camino de la vulgaridad

No sé el motivo del aparatoso evento después de llevar casados siete años y tener tres hijos...

 

Vamos hacia una espectacular vulgaridad apreciable en muchos aspectos. Aquella cultura emanada de la Ilustración se intentó extender, animando al mayor número de ciudadanos a leer la prensa escrita donde resultaba habitual la publicación por capítulos de obras literarias. Después hubo un declive durante el siglo XX. Hoy, los resultados de la dejadez se observan en cualquier situación. Le preguntaron a Habermas dónde estaban los intelectuales y contestó: «Da igual el lugar, la cuestión estriba en la ausencia de lectores para debatir».

Lo digo por ‘la gran boda’ del año, dada la exageración de las portadas en los periódicos digitales del lugar, empequeñecidos a su lado la gravedad de otros asuntos como los ataques a petroleros en el golfo de Omán, dada la posibilidad de un conflicto armado de consecuencias imprevisibles, incluido el iniciado encarecimiento de los combustibles y su repercusión en muchas economías de subsistencia.

 

El respeto, esa cualidad tendente a evitar en los demás crispaciones, como no alterar la vida ciudadana con cortes de tráfico o la suspensión de los transportes públicos, terminará como un desconocido, incluso para las instituciones.

 

El culto a la fama sustentado por las riquezas carece de límites, arrasando, cual disloque público embelesado en los ídolos. Por lo visto, el centro de interés de una gran parte de la ciudadanía son los modelitos de los tales y las talas.

Constatado aquí, en la Sevilla extremosa y curiosona, ni las autoridades religiosas se atreven a recomendar mesuras en los eventos relacionados con los maridajes en sus templos, incluida toda una  Catedral. Se les imponen unas reglas en las vestimentas a los despistados turistas como la de no llevar chanclas y se hacen las distraídas con los vestidos de las damas: escotados, ceñidos en resaltes de muy discutida elegancia, pero provocadores, tal vez,  de alguna ráfaga lasciva. Aparte la florida sombrerería disipadora del meollo de la cuestión: la recepción de un sacramento. Resulta un raro cóctel de complicada deglución.

Antes se definía a la elegancia como un llamar la atención sin saber el motivo. Una señora enjoyada representaba la antítesis del buen gusto por ser una manera de avasallar. Hoy, cualquiera se pierde en un laberíntico jardín de exotismo social.

 

Pocos se han acordado de los sufridos cocheros al verse obligados a perder una tarde de trabajo al blindar el Ayuntamiento la principal zona turística por la principesca boda con condicionantes para los invitados: desde el color de los trajes de las damas hasta llevar una contraseña a modo de tatuaje pegatinado, como si de un dócil ganado se tratase.

 

Simpatías a don Sergio dada su desenvoltura en algunas declaraciones, aplausos por su triunfo en la vida y también por el compromiso de ambos para entregar a unas instituciones benéficas los regalos en metálico. Pero en el terreno de la sencillez retrocedieron. No sé el motivo del aparatoso evento después de llevar casados siete años y tener tres hijos, aunque allá cada cual con su cada cuala para usar su libertad. Pero y por favor, modérense los periodistas para reducir las pompas. La psicología demuestra irracionalidades por la fortaleza de las emociones, llenas de sesgos. O quizá necesite enfriar mi radicalismo ante ciertos temas: sin duda viviría más tranquilo y amortiguaría el deseo de preguntarles a los cocheros cómo les fue.