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Cervantes y la pandemia

Su literatura constitute una loa a la libertad, amenazada por el cura, el bachiller, la sobrina...,

 

La pandemia invita a reflexionar desde la melancolía de los clásicos, acentuada por los inciertos rumbos gubernamentales. Recuerdo la reacción de Cervantes contra la sociedad de su tiempo: no manda a don Quijote a luchar contra lo imposible, sino en anotar los datos suministrados por la realidad. Su literatura constitute una loa a la liberated, amenazada por el cura, el bachiller, la sobrina…, deciden en un familiar consejo de gobierno salvarle del demonio, quemando sus libros. Don Miguel, desde una posición ciudadana  comprometida, critica la monarquía, la justicia, la nobleza, las desigualdades sociales, las injusticias, al clero… El ambiente estrafalario de los comienzos del Ingenioso Hidalgo no logra adaptarse a un mundo incoherente.

Habitar en fatuos lugares no solo implica ignorancias insensatas, sino tendencias hacia la evasión, instinto muy humano pero peligroso. Ahora, cuando las tragedias emanadas por el Covid  se solapan por frivolidades a destajo ―donde apuestos galanes con credenciales televisivas son criticados por celosas señoras―, cualquiera pensaría si llegó la ‘normalidad’ o de nuevo la  ‘prensa rosa’ impuso sus leyes. El poder añora a los pueblos zambullidos en charadas; pero algunos ciudadanos, incapaces de pasar el dintel llevadero a los pastos, son incapaces de tararear himnos al gran preboste de turno. Otros prefieren trotar a lomos de alados sueños, asidos a las bridas de recuerdos desbocados, alambicados contra el miedo…

Dada la influencia de los primeros años, mi infancia constituyó un mosaico de sonrisas desdibujadas, de miradas hacia un silente interior. Una amiga de mi abuela le decía con frecuencia: «Doña Isabel, su nieto llevará el don» y, aunque no lo entendía, interpretaba la concesión del espontáneo tratamiento a mi inusual semblante de niño serio; profecía cumplida porque durante cuarenta y cinco años los alumnos me anticiparon el respetuoso monosílabo, y en plena juventud interpreté el mayestático rol, etapa juvenil algo desdibujada por las responsabilidades.

En Sevilla, capital de parafernalias, me tocó vivir gran parte de mi existencia, desaborido inadaptado de raros modales, inoportuno expositor de inquietudes ante públicos festivaleros, entre tiriteras de exilios. «Pues a fastidiarse, anacoreta, lo has querido», me dirían los felizmente presurosos por sus mundos…

Entre libros y duendes, buscador, sigo descifrando códices, comprometiendo las retinas en pro de observar un virginal cósmico más allá de las turbias pupilas. Aunque nada corre tan aprisa como el tiempo, sigo tan serio como de niño y con mis juegos de hombres veo la rapidez de la vida; pero, sujeto de experiencias, sigo con erística vocación.

Pasé de la pasión juvenil a la compasión emanada del añejo cofre de los años para verme envejecer, único camino para vivir mucho tiempo. Atrás quedaron los agrupamientos en la juventud, el ansia por lograr pareja y ahora toca marchar solos, aunque nuestros ojos parpadeen con brillos diferentes, mirando de frente la negra faz de la pandemia.

Los de mi gremio, Inoportunos desde una modesta intelectualidad, continuaremos elucubrando, y nos mandarán repetir, costumbre asumida para tratar de mejorar mientras releemos el manual de sentencias éticas y morales de don Miguel, introspecciones sobre casi todos los asuntos y ocurrencias, indicado para enseñar a la juventud el camino del honor y la caballerosidad del incomprendido hidalgo.

Despedimos la fortuna y el prestigio cuya meta estriba en enriquecimiento a costa de sudores ajenos, y tendemos la mano a los enfermos, angustiados y desaparecidos por este patógeno. En esta España nuestra donde no existe una cultura cívica arraigada, ponemos el pedestal de los héroes para alzar a los innumerables desconocidos,muchos desencantados por la ingratitud.