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Los donantes chinos de semen

No deben mostrar signos obvios de pérdida de cabello, daltonismo o problemas de peso.

Cuando las barbas de tu vecino veas cortar pon las tuyas a remojar’, sabio dicho y tal vez de obligado cumplimiento, dada la sabiduría del refranero español. El comentar esto me provoca repelús o,  nunca mejor dicho, acojonitis aguda, no vaya a cundir la tentación de aplicar la cosa en el cercano entorno.

El diario independiente (¿) South China Morning Post se hizo eco de la noticia: «Además de gozar de buena salud, los donantes de semen deben amar a la patria socialista y abrazar el liderazgo del Partido Comunista de China, leales a las tareas encomendadas, dignos, respetuosos con la ley y libres de problemas políticos». Pues bien, para alejar bulos y críticas, los voluntarios serán recompensados por el desgaste con unos 870 dólares, pero existe un pequeño inconveniente: además de cumplir con los requisitos políticos, claro, deben tener más de 20 años y no mostrar signos obvios de pérdida de cabello, daltonismo o problemas de peso. Todo indica la fijación estatal por tener una pulcra imagen.

Sería el paroxismo de la lealtad, el fin de las recomendaciones, el triunfo de la verdad absoluta, la mayor felicidad para acabar de una vez con los disidentes, inconformistas y amargaos del cotarro.

Los de mi quinta nos escapamos por los pelos de tener una experiencia práctica del mundo feliz de Aldous Huxley, vejestorios con algún residuo simbólico de espermatozoide reumatoide, achacoso y portador de alguna banderita de santo anarquismo. Pero a los genes de mis nietos los veo verdes y blancos, después del correspondiente análisis genétíco de sus millones de espermatozoides, paso previo a cualquier oposición para la Junta de Andalucía. Sería el paroxismo de la lealtad, el fin de las recomendaciones, el triunfo de la verdad absoluta, la mayor felicidad para acabar de una vez con los disidentes, inconformistas y amargaos del cotarro.

Tal vez los sagaces chinos estén convencidos de la conclusión de unos investigadores del Instituto de Psiquiatría del King’s College de Londres al haber identificado un gen ligado a la inteligencia: el NPTN. Hace tiempo Richard Dauwkins soltó la campanada al creer en la existencia de los genes intelectuales.

«Señor juez: son de los nuestros, llevan la estelada grabada y contrastada en sus genes por la justicia belga y alemana. No actúe contra la madre naturaleza…».

Nada dice la noticia sobre los ovarios, mayestáticas células de las XX chinas, incomparablemente mayor en tamaño, entidad y valor reproductivo. Quizá pudieran ondear una banderita con la hoz y el martillo al tiempo de cantar loas al caudillaje absoluto. No así los diminutos y revoltosos espermatozoides, siempre alocados en sus carreritas. ¡Envidia de don Adolfo Hitler!, pero esperanza para los soberanistas catalanes al presentar ante los jueces un hecho biológico indiscutible: «Señor juez: son de los nuestros, llevan la estelada grabada y contrastada en sus genes por la justicia belga y alemana. No actúe contra la madre naturaleza…».

¡Se acabó la lotería genética! y la posible descripción clásica ─apología machista del cómo llegan los espermatozoides al óvulo─   del vulgar hecho biológico. Por aquí y por allá de nuestro planetita surgen amores parcelarios, fidelidades plenas, controles exhaustivos… situación propicia para ansiar la tinaja de Diógenes de Sinope, aunque llegue don Felipe VI a interesarse por el huido y vuelva a repetirse la leyenda: «Por favor, soy un humilde XY, apártese, me tapa la luz del sol».