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Cóctel de surrealismos

Para mi posible vuelta ─la esperaré con mi cacumen intacta─, el triunvirato de las derechas andaluzas habrá tocado las bandolinas del consenso.

 

La imprevisible llegada de recuerdos me devolvió a Tip y Coll, expertos en el humor del absurdo. De funerarias levitas, chistera y bombín a juego con los vetustos televisores en blanco y negro de la época, no en exceso tan antigua pero eclipsada por el ritmo compulsivo de las novedades. Relacioné al par de cómicos con una noticia archivada hace algún tiempo: “El alcalde de Falciano del Massico ha prohibido a sus cerca de cuatro mil habitantes fallecer al no poder agrandar el actual cementerio, ni habilitar otro dada la actual crisis”. Tal vez la ordenanza haya conseguido plena anuencia.

Aunque lo de ordenar implique una tentación irresistible en manos de los políticos y más si pertenecen al montón de los edilitos, prefiero verlos tiernos como mis nietos, capaces de fugarse con la imaginación para ver otras dimensiones de la realidad. El lado negativo del asunto radicaría en las protestas de los trabajadores de las postrimerías: sepultureros, marmolistas, albañiles, floristas, panteoneros, personal administrativo, empresarios de los mortuorios, encargados de los servicios religiosos, directores de periódicos por aquello de las costosas esquelas… Serían manifestaciones enlutadas en las puertas de la llamada casa del pueblo.

Entre llantos,  los pancartistas llevarían estos lemas: «¡Muerte, sí; vida, no!»,  «¡Respetad a nuestra madre naturaleza!». Podrían invitar a los dependientes de bares y restaurantes por sus negros atuendos más propios de velatorios y muy poco con la alegría emanada de los paladares y estómagos llenos.

A propósito de cocina la segunda noticia procede del mismo país: “El edil de Ceregnano, pueblo véneto de unos cuatro mil habitantes, Iván Dall’Ara,  ha creado la concejalía de la felicidad al frente de la cual se encuentra una joven cocinera. Al mismo tiempo ha inscrito en la bandera tricolor la leyenda: “Ceregnano, pueblo de la felicidad”.

 

Italia y España siempre serán unas primas hermanas ahora enlazadas por calzadas surrealistas.

 

El original señor asegura: «Todo ciudadano de su pueblo tiene derecho a ser feliz y anima a los legisladores a imitar su ejemplo y dispongan ministerios al respecto». También recomienda el sonar en las casas consistoriales el Himno a la Alegría, del gran Beethoven, además de controlar a los funcionarios para practicar la amabilidad, aligerar la burocracia e imprimir un rótulo alusivo en las banderas.

Tan inefable alcalde no  tendrá a disposición de la ciudadanía hojas de reclamaciones porque mucho me temo el desborde del presupuesto. Para evitarlo tiene la decisión de poner de concejala (¡fea palabra!) a una joven cocinera muy guapa y metidita en carnes, de fácil palabra, rebosante de contagiosas dichas y, deseo, no vestida de negro.

No obstante, en descargo del alcalde hagamos mención a la constitución brasileña y la declaración de independencia de los Estados Unidos donde está incluido el derecho a la felicidad de todos los hombres, aunque provoque un posible litigio con el responsable del Cosmos.

Lo anuncié a mi familia: «Si pasa el tiempo y no me veis, pensad en mi marcha a Italia –tierra de mis antepasados– para empadronarme, primero en Ceregnano y, por si acaso lo veo oscuro, en Falciano del Massico. Antes me habré borrado de “los muertos” (frase empleada en tiempos pasados para nombrar a los seguros de decesos).

Para mi posible vuelta ─la esperaré con mi cacumen intacta─, el triunvirato de las derechas andaluzas habrá tocado las bandolinas del consenso. De no ocurrir, doña Susana y doña Teresa habrán consensuado desde el poder un presupuesto extraordinario para interminables fanfarrias. Italia y España siempre serán unas primas hermanas ahora enlazadas por calzadas surrealistas.