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Con ruedas de molino

Marcial Vazquez
Marcial Vázquez

Llevamos 8 meses de política-espectáculo que parece interminable. Meses oyendo lo mismo de los mismos, y aún así los sociólogos nos cuentan que existen un 30% de indecisos, algo que a mí me causa bastante perplejidad, cuando no directamente escepticismo. Si de verdad en España hay tal número de ciudadanos que a estas alturas no tienen claro-aunque sea erróneamente- su opinión y postura respecto a nuestro circo político nacional, entonces este país está peor de lo que ya parece. Sin embargo, en algo hemos avanzado durante las últimas semanas: podemos certificar, sin temor a equivocarnos, que los partidos nos piden que nos quitemos el cerebro antes de prestarles atención. Y, a partir de aquí, se explica todo lo demás, empezando por ese insulto a la naturaleza humana con el que nos obsequió hace pocos días Cospedal, al asegurar sin ruborizarse que el PP “no había hecho recortes”. La nominación está competida, pero creo que la ex presidenta de Castilla la Mancha es el mejor ejemplo que existe de todo lo malo que uno puede encontrarse en política. Políticos y personas como ella son las que acaban destrozando un país y vaciando de dignidad la democracia.
Pero con la llegada de una nueva campaña electoral que no es sino la continuación de la misma del año pasado, asistimos impotentes a una exhibición de sectarismo inquisitorial que empieza caracterizando las relaciones inter partidistas y acaba propagándose de manera perfeccionada a las relaciones intra partidistas. En España contamos en la actualidad con una colección de partidos que solo actúan según obtengan réditos electorales, y unos políticos que no van ni quieren ver más allá de sus intereses personales. Estamos en esa encrucijada donde se conjugan el líder, el partido y el país. Ciertos líderes están dispuestos a sacrificar al partido y al país con tal de salvarse ellos; otros, que quieren salvar el partido, deben sacrificar al líder y al país; y ninguno está dispuesto a salvar al país sacrificando a su líder y a su partido. Esta es la combinación que nos ha condenado a unas segundas elecciones consecutivas y que, a estas alturas, nadie nos garantiza que no estemos de nuevo dentro de 6 meses comiendo turrón y metiendo el voto en la urna. Ya sé que los 4 candidatos se comprometieron a no llegar a las terceras, pero confiar en su palabra es un ejercicio de ingenuidad al que es conveniente no entregarse.

 

Aquí, sin embargo, hemos emprendido el camino contrario, donde los partidos están dispuestos a jugar con la democracia hasta que salga el resultado buscado por cada uno, como si fuese una partida de dados donde podemos recargar y tirar las veces que sea necesario.

Es llamativo que democracias como la alemana o la francesa hayan aprendido de su historia y sus disfunciones pasadas para transitar de regímenes políticos donde existieron parlamentos fragmentados e inestables (que propiciaron gobiernos fallidos y desastres históricos terroríficos como el nazismo), a una democracia caracterizada como “a la defensiva”, donde el racionalismo parlamentario se combina con el sistema semi prensidencialista francés para asegurar la gobernabilidad por encima de la inestabilidad. Aquí, sin embargo, hemos emprendido el camino contrario, donde los partidos están dispuestos a jugar con la democracia hasta que salga el resultado buscado por cada uno, como si fuese una partida de dados donde podemos recargar y tirar las veces que sea necesario. En este pecado, bien es verdad, algunos son mucho más pecadores que otros.
Pero es necesario plantearse cómo estamos solucionando nuestra crisis política e institucional metiéndonos de cabeza en la pre configuración de un sistema de partidos pluralista-polarizado, sistema toxico y auto destructivo que solamente en Italia logró sobrevivir a la lógica de la mecánica política. Y aún así esa supervivencia post II guerra mundial acabó en ruinas desde donde se alumbró una figura, una nueva forma de hacer política, llamada Berlusconi.

En este sentido Italia, aún con sus continúas turbulencias, ha aprendido a lograr la estabilidad en el caos aparente de su política nacional. Los españoles, en cambio, vamos al revés: hacia un sistema de partidos y una polarización de la vida política que puede causar daños de no fácil reparación.
Llegados a este punto de alerta máxima, si hay algo que no contribuye a calmar las aguas y procurar claridad institucional es el sectarismo con el que se administra en la actualidad el poder interno en los partidos y la comunicación externa de los mismos en su búsqueda del voto. Entrar en las redes sociales a debatir de política es un martirio que no recomiendo a nadie; y sentarse a escuchar un mitin cualquiera es un tiempo tan tediosamente perdido que no quedan ganas de repetir. De ahí que esto conlleve el hastío de la política y la sensación de ese clan de “élites extractivas” que forman la mayor parte de los políticos del ahora. Sería dramático que llegásemos a unas terceras elecciones, pero no peor sería conformar de manera impostada un gobierno que tuviese imposible la tarea de gobernar.