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Coñazo de estelada

Pedro Pitarch
Pedro Pitarch @ppitarchb

Aunque soy mayormente bético, confieso que me hubiera gustado que el equipo del Sevilla FC hubiera ganado la final de la Copa del Rey, pero no ha sido posible. No obstante, quede explícita mi felicitación al FC Barcelona por su triunfo deportivo al ganar por 2-0 al Sevilla FC. Ha sido un partido vibrante y entretenido desde su comienzo hasta el final de la prórroga. Lo mejor, sin duda, la afición sevillista que no solo ha apoyado con pasión a su equipo, sino que también ha servido de eficaz contrapeso frente a los intentos de los que con sus signos separatistas trataron de politizar el partido. ¡Gracias Sevilla!

Es una lástima que lo deportivo haya estado velado por la tensión política creada alrededor del evento desde antes de su celebración. El independentismo catalán ya no solo condiciona y complica la política catalana, sino que también lo hace con la nacional hasta en detalles menores. Como es sabido, la decisión de la Delegada del Gobierno en la CA de Madrid, basada en criterios de seguridad y orden público, de prohibir la introducción en el estadio Vicente Calderón de Madrid de la llamada “estelada”, fue revocada por un juez —con insólita diligencia por cierto—, en base a la libertad de expresión. Es de desear que tan infrecuente presteza judicial no haya provocado el resquebrajamiento  de los muros del edificio jurisdiccional. Una vez más se ha puesto de manifiesto esa frecuente oposición de valores que está caracterizando el siglo XXI: libertad vs seguridad.  Pero el auto judicial, por encima de todo, ha sido una prueba de independencia y de estado de derecho.

Que nadie nos engañe. La estelada no es una bandera sino una mera colgadura. Ni está contemplada en la Constitución, ni deriva de ésta. Su anagrama fue incluso la “enseña” del grupo terrorista Terra Lliure, finiquitado a principio de los 90. Pero su finalidad no es inocua porque ese trapo sirve de carnaza para crear conflictos que cooperen a la ruptura de la Nación española. La estelada es, en resumen, un señuelo. Tan repetitivo que ya resulta un coñazo. Es una herramienta más de la “estrategia del aburrimiento” de la Generalidad que consiste en ir desgastando y rindiendo la voluntad del Gobierno, así como de la sociedad española en general, mediante la provocación permanente, el victimismo irredento y la reiterada manipulación mediática. Trata de llevarnos a lo que Walter Benjamin describe como el punto álgido de la relajación espiritual: el aburrimiento. Y en ese indeseable marco —parecen pensar los estrategas del independentismo—, la secesión debería caer como fruta madura. 

Si tanto les repugnara a los independentistas todo lo relacionado con España —grupo en el que al parecer hay que incluir a la directiva del FC Barcelona—, lo suyo sería que se abstuvieran de participar en la Copa del Rey.

Los líderes independentistas, de los que el presidente de la Generalidad —paradigma de la deslealtad institucional— es su máximo gestor, saben que la independencia de Cataluña es un sueño en tanto en cuanto los españoles no nos abandonemos al hastío. Y una quimera si se tratara de forzar la Constitución. En todo caso, son desvaríos sobre un objetivo inalcanzable ni por las buenas ni mucho menos por las malas. La violación constitucional no solo no sería aceptada dentro de España, sino que también sería inmediatamente repudiada desde el exterior. De ahí el por qué del tremendo empeño del Palacio de San Jaime por tratar de suplantar al Estado en el mundo de las relaciones internacionales como muestran, por ejemplo, la creación de la consejería de exteriores de la Generalidad, la reciente y ridículamente estéril visita del señor Puigdemont a Bruselas, o las llamadas “embajadas catalanas”. Vaya, tirar el dinero de los españoles y quejarse luego de Madrid por no tener fondos para pagar a las farmacias. 

Si tanto les repugnara a los independentistas todo lo relacionado con España —grupo en el que al parecer hay que incluir a la directiva del FC Barcelona—, lo suyo sería que se abstuvieran de participar en la Copa del Rey. Pero “la pela es la pela” y la competición “copera” da muchas pelas. Además de ello, y en el marco de la mencionada estrategia del aburrimiento, manipulan lo deportivo para apoyar sus desgraciados fines. No hay duda que la final de la Copa, al desarrollarse en la capital y ser televisada tanto para España como para el exterior, ha servido a los fines propagandísticos de los independentistas. Por un lado, intentando degradar y debilitar la imagen y la cohesión del Estado, recibiendo con una fenomenal pitada, desde las gradas del estadio, al Himno nacional y al Jefe del Estado, aunque esa intención haya quedado frenada gracias a la insuperable reacción de la peña sevillista. Y, por el otro, exhibiendo su señuelo estelado —esta vez con menos profusión que en anteriores ocasiones—, como mensaje de alternativa a un supuestamente incapaz Estado español. Hasta el presidente de la Generalidad amenazó con no asistir al partido si se impedía dar el coñazo con la estelada. La indignidad de esa criatura es tanta que parecería que es la colgadura estelada y no la senyera, la bandera constitucional de Cataluña.

Hay tanta libertad de expresión que en el mismo acto de la final de la Copa de fútbol, por auto judicial revocador de una decisión gubernativa, hemos asistido a un provocador exhibicionismo del trapo estelado, como signo de rechazo a la convivencia pacífica de los españoles.

Pienso que España es el país del mundo donde se disfruta de mayor libertad de expresión. Tanta hay que, en la capital de España, con la pitada al Himno y al Rey,  se han herido públicamente los sentimientos de la inmensa mayoría de madrileños y del resto de los españoles; y no pasa nada. Hay tanta libertad de expresión que en el mismo acto de la final de la Copa de fútbol, por auto judicial revocador de una decisión gubernativa, hemos asistido a un provocador exhibicionismo del trapo estelado, como signo de rechazo a la convivencia pacífica de los españoles; y no pasa nada. Tanta libertad de expresión se disfruta que, en Cataluña, la bandera nacional está ausente en la mayoría de los ayuntamientos (entre otros), en flagrante violación de la ley, mientras que el señuelo independentista cuelga en mástil oficial, y ningún alcalde está por ello inhabilitado o en el trullo; tampoco pasa nada. Es tanta la libertad de expresión en España que retirada, hace casi un año, la efigie del anterior jefe del estado del salón de plenos del ayuntamiento de Barcelona, todavía no se ha puesto la correspondiente representación del monarca actual tal y como la ley manda. Y, a pesar de ello, la fuerza pública no ha entrado todavía en el ayuntamiento de la Ciudad Condal, a persuadir a su indocumentada alcaldesa de que en un estado de derecho quien impera es la ley, no el capricho sectario del gobernante de turno. Pero que nadie se preocupe. No pasa nada… Hasta que pase.