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Consecuencias de un envite a un leonés

Sergio Álvarez posee el orgullo leonés ante los envites. La cosa radica en su ‘palillomanía’, o sea, una adicción a permanecer con un palillo en la comisura de los labios.

 

Por ahora, logró su objetivo: salir en el DNI con un palillo en la boca, cuestión algo difícil por la ilegalidad. Pero Sergio Álvarez posee el orgullo leonés ante los envites. La cosa radica en su ‘palillomanía’, o sea, una adicción a permanecer con un palillo en la comisura de los labios.

«Tú, tanto airearte con el palillo, ¿te atreverías a salir con él en el DNI?».  Entonces, provocado en su genialidad, exhibió el complemento de su rostro.

«¿A mí, a un natural de La Vecilla de Corueño, me van a cuestionar mi carencia de huevos?». Y Sergio concretó el proyecto de héroe en una hazaña documental única. 

Las babadas no tienen límites y aparecen para ser imitadas en sus variantes, es lo peor.

La noticia resulta amplia, lujosa en detalles y el protagonista henchirá su gozo exaltado durante un tiempo, supongo. Sin embargo, las memeces conviven con la inteligencia ─posiblemente sea este caso, donde a sabiendas de los riesgos, el protagonista los asume─ ; o, tal vez, le llegó una subida compulsiva perdiendo el control; o acaso fue fruto de las muchas obnubilaciones de donde las humanas simplezas fluyen. 

El asunto puede dar ocasión para unos posibles imitadores, sean ‘palillómanos’ o no.

«Oiga, señor funcionario, si a don Sergio Álvarez se lo permitieron ¿dónde basan mi negativa?». Entonces, la cosa podría llegar a caracteres épicos.

A propósito: es probable una riña al funcionario supervisor: «Es necesario fijarse más, don Probo, aunque sea un palillito alumbrado con timidez…si estuviese en esta sección el comisario Villarejo no hubiese sucedido…». 

Otro tanto ha ocurrido con los tatuajes.

De un tiempo atrás a nuestros días han proliferado llamativamente, hasta el punto de caminar hacia la situación inversa, o sea, el diferente será el impoluto epidérmico. Antes, en la prehistoria de mi vida, lucían tatuajes unos pocos legionarios, mangas arriba;  algún ex presidiario, mirados con cierto recelo; y acaso marineros desnortados.

En otro campo del mimetismo algo pasa con las imágenes de las vírgenes sevillanas.

Antes había un par de coronadas en alto grado, tras petición subliminal razonada y de aprobación arzobispal, para extenderse la cosa y terminar un día en la excepción orgullosa: «Pues la mía, ya ves, tiene el mérito de ser la única sin coronar». A veces ocurre con las modas: un trajecito guardado en el desván del olvido puede convertirse al paso pertinaz de los años en el último grito de la moda actual. 

Pero, precisamente, hace contados minutos, leo lo siguiente: «Me ha llamado la policía para devolver el DNI del palillo y hacerme otro nuevo. En un principio quise defender mis derechos pero después lo pensé mejor y he desistido. No quiero líos.

Todo por culpa del periódico ‘Leonoticias’ ─otra vez en el tablado los culpables universales─ la cosa se disparó y ahora me llaman de ‘todos lados’».

Claro, la pérdida de un derecho adquirido junto a días nublados debe sumir a Sergio en una depresión. Cabe la posibilidad de obtener varias copias fidedignas del DNI para, llegado un día enseñarles a sus nietos la batallita del abuelo. 

El del infrascrito solo podrá enseñarles estas líneas a los suyos, y eso si la celulosa o los bits resisten las embestidas de los elementos.

Al tiempo les diría: «Vuestro abuelo optó por el refugio de la escritura porque si la televisión hubiese sido formativa, escuela de cultura, lejos de crear esclavos del poder,  mordaza de los espíritus críticos… otros gallos le habrían cantado».

Por cierto, en La Vecilla de Corueño se crían un par de razas de gallos únicos, de plumas excepcionales para fabricar las imitaciones de las moscas para pescar. Pues dicho quede.