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 Consumismo televisivo

Esta sociedad alocada demasiado tiempo lleva ordeñando una vaca tuberculosa.

Un allegado a la redacción del Confidencial Andaluz me solicitó escribiese sobre algún programa basura de nuestra televisión autonómica. Dije un sí precipitado porque llegado el momento de plasmar algunas ideas caí en la cuenta de mi imposibilidad por la sencilla razón de no visualizar ninguno en los últimos tiempos: la paciencia me abandona. A lo máximo fugaces pasadas para de inmediato refugiarme en la lectura de un libro, siempre a la espera de sentir el cálido roce de unas manos.

Huele a tragedia, sembrada una pérdida colectiva del sentido crítico.

Recuerdo la llegada de la televisión española y la autonómica con la esperanza de servir como instrumento cultural y de ocio aunque, dados los déficits pensantes, esperaba como docente el haber puesto las autoridades mucho más interés en el primer aspecto. Pero la servidumbre de un generalizado personal ávido de circo, insatisfecho siempre en deglutir pasatiempos, claudicará las posibles iniciativas de algún preclaro hombre responsable. Huele a tragedia, sembrada una pérdida colectiva del sentido crítico. La proliferación de medios de comunicación requiere profundizar en el lenguaje para extraer las esencias de las palabras, sutilezas a veces de difícil aplicación.

Las servidumbres poseen leyes inexorables, dígase la necesidad de conseguir votos como sea porque de su número dependen un buen número de círculos concéntricos donde anidan pajarillos y pajarracos con el hambre insaciable de los nuestros. Entonces, la ética marcha al sumidero con el  disfraz de la hipocresía para montar los escenarios electorales. Resulta un bucle, parangón de los agujeros llamados negros capaces de tragarse la luz y hasta a su santa madre. El asunto tiene parecido con un tumor maligno, o sea, el enfermo necesita un proceso de concienciación para tratar de convivir con él hasta su curación o desenlace final.

Nadie medianamente razonable puede soportar sin sonrojo las escandalosas cifras en la contratación de los gladiadores del presente cuando las bolsas de paro superan con creces las estadísticas europeas.

Confiemos en la esperanza y pensemos en un mañana mejor donde un pueblo culto organice su sociedad con valores humanitarios y donde veamos al fútbol ─paradigmático ejemplo─  ocupar un lugar secundario más justo y sensato. Nadie medianamente razonable puede soportar sin sonrojo las escandalosas cifras en la contratación de los gladiadores del presente cuando las bolsas de paro superan con creces las estadísticas europeas. Esta sociedad alocada demasiado tiempo lleva ordeñando una vaca tuberculosa.

La política educativa debería alzar su voz para rescatar las  Humanidades porque en ellas reside la esencia misma de los seres humanos: la literatura, la filosofía y también el lenguaje para destilar  el sentido exacto de las palabras, detectar las manipulaciones y quiénes las aplican. Lo decían los clásicos griegos: «¡Conócete para conocer a los demás!» Pero esa empresa, sin duda difícil, sólo tendrá futuro ─repito─ desde la profundización del lenguaje.

Cerca resuenan las palabras de don Antonio: «Muéstrame un obrero con grandes sueños y en él encontrarás un hombre capaz de cambiar la historia. Muéstrame un hombre sin sueños y en él hallarás a un simple obrero». Pues desde el pavor ─sin duda compartido por Machado si hubiese conocido los imperios mediáticos─, sostenidos por su legado humano y filosófico, mantengamos la rebeldía para proteger a la sociedad.