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Contra quien votar

Durante la Transición, esa época que va desde la primera muerte de Franco hasta la crisis de 2008, todo era más sencillo.

Falta un año para el inicio de la ronda de elecciones y la política española, en todos sus niveles, desde el estatal o plurinacional (no soy dogmático, acepto cualquier denominación) al de pedanía está alcanzando tal deterioro que ya no sabe uno contra quién votará. Y eso que no partíamos siquiera del B1 político.

Durante la Transición, esa época que va desde la primera muerte de Franco hasta la crisis de 2008, todo era más sencillo. La venganza de los electores consistía en votar a otro distinto del que gobernaba. Un hormigueo de inconfesable placer te recorría la espalda al ver la procesión de ex altos cargos.

Así trascurrían los días. De pronto, las cosas cambiaron. Llegó 2008, descubrimos que Franco, en realidad, no había muerto, pues todo el mundo, pero todo, incluyéndote a ti mismo, era facha. Excepto los hijos de alcaldes franquistas que podían ser dirigentes independistas catalanes.

 

Y aquí estamos. La crisis económica quedó definitivamente atrás. La mejor prueba es lo que le está pasando a Pablo Iglesias, el hombre que aspiraba a ser, no el Lenin 2.0, como alguno creía, sino el nuevo Incorruptible.

 

Un Robespierre de la era twitter que impusiera la virtud. Más, no nos precipitemos, el resumen semanal aún no ha llegado a él.

Primero, para pasmo de quienes conocimos tan bien el otro nacionalismo peninsular, resulta que hay bienintencionadas personas de izquierdas sorprendidas porque un nacionalista, pongamos catalán y presidente de la Generalitat, pueda ser supremacista y un punto racista. En fin, lo extraño sería lo contrario, un nacionalista que se considerase igual o inferior a aquellos de los que quiere separarse.

Pablo Casado, el político del PP, ha sufrido por nuestra tradicional envidia. ¿Por qué, me pregunto, alguien que, casualmente, es parlamentario, no podría, al tiempo, ser una persona volcada en los estudios?
Dejemos el nacionalismo. Han pasado más cosas. Pablo Casado, el político del PP, ha sufrido por nuestra tradicional envidia. ¿Por qué, me pregunto, alguien que, casualmente, es parlamentario, no podría, al tiempo, ser una persona volcada en los estudios?

Hizo mal, hay que reconocerlo, en llamar Harvard a Aravaca. Peor aún, en llamar a eso, trabajos de máster. Cuando digo eso me refiero a los cuatro folios que mostró. Pero eso no nos permite ser desconfiados con el resto de sus estudios y darle la vara que se le ha dado.

Invirtió siete años en aprobar la mitad y siete minutos en superar la otra mitad. ¿Y qué? Al final, defenderéis lo mismo que un ex compañero de trabajo ya jubilado. Como si de un gran mérito se tratara, presumía de haber pasado nueve años estudiando Derecho. Si señalabas, con sumo tacto, porque era un poquitín susceptible, que la carrera era de cinco, se ponía frenético. Pues bien, Pablo, no quería ser así y yo le creo.

 

Por último, lo que para mí es el hito que marca el final real de la crisis en España. La superación del trauma de la burbuja.

 

Al fin, la gente puede acceder al derecho a la vivienda. Al igual que con los estudios del otro Pablo, en este caso el resentimiento nos llevó por un momento a criticar una hipoteca de superbuenas condiciones que permite comprar un chalecito en la Sierra.

No nos neguemos a ver el simbolismo de fin de crisis, insisto, que tiene. Regresamos a los años felices, con las mismas frases, ese alegre e inconsciente uego los padres les ayudan que se decía entonces. Lo que, en muchos casos, ha sido de una literalidad aterradora en estos diez años.

Tienen su hipoteca a 30 años y, por lo visto, la perspectiva de estar todo este tiempo viviendo del sueldo público porque si no dime tu. Su modelo podría ser Rafael Hernando, que cuando construyeron el Congreso, él ya estaba allí.

Al final, porque democracia es votar, el Incorruptible e Irene Montero van a preguntar a la gente, indirectamente, sobre el asunto del chalet. La idea en cierta manera no es nueva. La gente me absolverá. Voy a convertir al votante en mi cómplice, amigos. Bien de mi indolencia con los casos de corrupción, bien de mi incoherencia.

 

Porque incoherentes son, pero faltos de visión también. Captaron la rabia de la gente en la crisis, y son incapaces de ver el resentimiento de la recuperación desigual.

 

Lo peor, con todo, es el club de fans. Quienes vienen en su auxilio empeorándolo todo.  Las redes sociales echaban humo con el tema, pero me quedo con lo que me argumentó un amigo, antiguo socialista almeriense. Hoy, cansado de serlo -crítico y socialista – se hizo de un circulo y ya no critica nada. La causa era el colegio. Van a llevar a los niños a un colegio público y allí hay uno muy bueno. Nótese: en lugar de valorar su apuesta por la educación pública de calidad, les criticamos.

¿Por qué ese es muy bueno? Quizás por los profesores, aunque no lo creo. No hay oposiciones para profesor de colegio publico bueno y otras a colegio de barrio proletario, con niveles de exigencia distintos. Queda la única opción, lo que le hace bueno son los compañeros de clase. De clase social, vamos. Será un centro al que vayan los niños de la zona, y los niños de la zona tienen padres de economía desahogada. Estos no ven un obrero o un inmigrante más que en el libro de sociales.

En fin, como está la cosa, estarán conmigo que esta semana en que ya no sabe uno contra quién votar.