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Contrastes en nuestras vidas

España ha sido un país hipocritón en todo, panderetero, beatón y falsamente cristiano, arrastrado por el cauce sociológico de un torrente heredado.

Muchos sectores de la ciudadanía, no necesariamente los más cultos, observan a la democracia como un invento social en el cual una elite política, casta en el ejercicio de un monopolio, controla a los partidos. De vez en cuando surgen aldabonazos para remacharlo: llega ahora el caso de doña Carmen Calvo al ingresar en la elitista clínica Ruber, aquejada de síntomas relacionados con el coranovirus. Aunque  existe un acuerdo entre la citada clínica y el Congreso de los Diputados, pues no procede, porque una destacada socialista tendría una ocasión para decir: «Rechazo el privilegio, aprovecharé la enfermedad para experimentar la situación y hacerme pueblo con el pueblo, dada la imposibilidad de universalizar el estatus Ruber, utopía por lograr».

 

Hace unos años me ingresaron en  las Urgencias del Hospital Macarena ―como tantos― por haber sufrido varias lipotimias. Me dijeron: «Usted irá a observación». Quedé ubicado en un pasillo donde la cabecera de la cama tocaba con una puerta rotulada: «Ropa sucia». Allí permanecí varias horas sin atención ni pregunta alguna, temiendo acabar en cualquier momento dentro de la citada estancia textil. Me levanté y le dije al enfermero: «En la calle hubiese sido observado, acaso alguien preguntaría: «Ciudadano, ¿le pasa algo? Me voy». A mi reclamación, después de varios días, el gerente me contestaba según un formato estándar: «Gracias porque nos ayuda a mejorar; hemos tenido una epidemia de gripe y nos desbordó la situación…». A tenor del panorama actual sobra cualquier comentario…

 

Aquella ilusión en los inicios democráticos ha disminuido ostensiblemente y a otra rebaja asistimos al marcar distancia una casta política empeñada en optar por las excelencias de lo privado. Rara avis es el político usuario de la enseñanza pública para sus hijos, incluso muchos  optan por colegios y universidades extranjeras. ¿No es la democracia garante de darle a cada niño unas condiciones de igualdad para desarrollar plenamente todas sus posibilidades?

 

España ha sido un país hipocritón en todo, panderetero, beatón y falsamente cristiano, arrastrado por el cauce sociológico de un torrente heredado. La sorpresa de muchos está casi colmada y, aunque bien sabido a estas alturas de la vida y de la historia, el trasvase de unas castas a otras después de previas discusiones, refriegas  y luchas, algunos siguen esperanzados mirando al faro de la coherencia, mientras las dichas castas se llenan de los escapados de la plebe.

 

Hay muchos comportamientos con perjuicios a terceros. La llamada ‘vida privada’ es un derecho legal irrenunciable, pero lo justo en lo jurídico a veces resulta falso en lo ético. Hoy los ciudadanos disponen de un nivel algo elevado, suficiente como para aceptar sin más la mera delegación de su poder en una clase política profesional, casta de caminar progresivo para alejarse de la vida real, monopolizadora de la vida pública a través de los medios de comunicación.

 

La política no atrae y a ella se dedican los mediocres. Una persona con buena formación intelectual y con capacidad de liderazgo se centra en otros asuntos.  Quienes hicieron la Transición llegaron hasta donde pudieron y sentaron las bases de una nación política constitucional, dándole contenidos históricos y de valores convivenciales. Hoy estarán sorprendidos. En estos momentos duros la política tiene mucho de religión dogmática porque el discrepante  es un hereje merecedor del fuego.

 

Como la realidad de las cosas está por encima de las ideologías políticas, le deseo a la señora Calvo un rápido restablecimiento. No se preocupe, lo tendrá al depender de expertas manos; pero lo mismo lo ansío para todos los ingresados. En el inhóspito pabellón de Ifema, sobrecoge los enfermos distribuidos en aislamientos extremos y, otra vez, la España real interpela a la oficial con fuertes voces.