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Cosmología de las esperas

Un error lo tiene cualquiera aunque muchos suelen quedar envueltos en los esotéricos entresijos de los entramados  burocráticos

 

«Para el próximo 14 de diciembre a las 10:00 horas debe personarse doña Trinidad en neurología del Hospital de Salamanca. Venga preparada según protocolo».  Es el extracto de una notificación recogida por la familia fechada el pasado 23 de octubre.

Comparado con los cien millones de años en pasar desde los primeros mamíferos hasta los humanos,  los 30 añitos transcurridos desde el fallecimiento de la citada señora hasta la cita hospitalaria, pues resultan una bagatelita. De acuerdo, un error lo tiene cualquiera aunque muchos suelen quedar envueltos en los esotéricos entresijos de los entramados  burocráticos o entre los deditos del intermediario afín al régimen dominante para, si es menester, esperar la prescripción.

 

Los 30 añitos transcurridos desde el fallecimiento de la citada señora hasta la cita hospitalaria, pues resultan una bagatelita.

 

Mi demagógica comparación, fruto de sucedidos al respecto y escuchados del prójimo con reiteración en las largas esperas previas a las consultas médicas, obedece a una expansión de mi espíritu, desahogado en estas letras. También ¡cómo no! al aplazamiento para dilucidar el origen de mi rebelde colitis, ya curada por sí sola, claro, porque en caso contrario estas líneas las hubiese escrito desde el lugar donde actualmente mora el fallecido Hawking.  El 27 del pasado mayo me vio el doctor del aparato digestivo y el 29 de noviembre espero me reciba, mediante una reclamación por si acaso algún error burocrático había ocurrido. Total, seis meses de nada comparados con los treinta años de doña Trinidad.

Decía el astrofísico inglés: «Una tercera posibilidad razonable de la vida y su evolución a seres inteligentes, pudiera volverse inestable si se destruyeran a sí mismos los homos sapiens. Esta sería una conclusión muy pesimista y espero no se cumpla». Tampoco creo esté en el ánimo de nadie presenciar dicha destrucción. ¡Colosal fracaso! Tanto presumir esta especie recién llegada al planetita Tierra de lista, orgullosa de su dominio, presumida por su prolífica expansión… para suicidarse como una secta de locos milenaristas.

Me ha llamado mucho la atención eso de: «posibilidad inestable», porque ─ ojalá no patenten la frase los políticos─ pudiera parangonarse con la socorrida caja de Pandora donde todos los males del mundo estaban encerrados.  La dueña no pudo frenar su femenina curiosidad y la abrió: entonces escaparon los males allí encerrados y solo quedó la esperanza, según el  bello relato mitológico.

 

El 27 del pasado mayo me vio el doctor del aparato digestivo y el 29 de noviembre espero me reciba, mediante una reclamación por si acaso algún error burocrático había ocurrido.

 

Todos los políticos, ávidos de acuñar muletillas podrían exclamar: «¡Ciudadanos, nada de una posibilidad inestable, la nuestra es estable y pronto lo comprobareis porque nunca pactaremos con ellos, salvo alguna inestable posibilidad no vislumbrada en estos momentos!». Dicho lo cual de corrido ante un micrófono, el ambiente y las parafernalias al uso, quedaría hasta bonita la incongruente expresión de boba explicación. La mayoría tiene su papeleta en la cartera, más en estas tierras sureñas de las más conservadoras del mundo. La estabilidad resulta un bien apreciado y la fidelidad una virtud premiada por cualquier sistema con vocación de eternidad.

Aunque no resulte nada segura la supervivencia de la inteligencia a largo plazo, es muy probable una muy larga vida de las bacterias y otros organismos unicelulares. Tal vez exista un plan para mitinear a dichos minúsculos seres y estamparles con los avances nanotecnológicos la siglas partidistas en sus delicados cuerpecitos.

Quizá en ellos resida un deseo subliminal de los actuales próceres para perpetuarse en ese frenético afán por alcanzar la inmortalidad ante una oposición sin aristas, hecha un grisáceo amorfismo. Pero no seré ante los comienzos de este segundo milenio el ingenuo adolescente. Ahora, envenenada mi vejez por la libertad de los libros, ato a duras penas mi pensamiento, ansioso de convivir castamente con la esperanza en la caja de la señora  Pandora, mientras sin fumar espero el mismo resultado en las urnas.