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Crimen y castigo

Vivir fuera del rebaño.

“No, a la gente no le gusta que, uno tenga su propia fe”, clamaba en medio del ensordecedor silencio del franquismo el cantautor Paco Ibáñez, cuando entonaba con brío en muchos actos de protesta la canción de Georges Brassens, La Mala Reputación. “Yo no pienso pues hacer ningún daño. Queriendo vivir fuera del rebaño”, sigue diciendo la copla.

La famosa letra viene ahora a cuento por el martirio que sufren, me incluyo, sufrimos en las redes sociales, los ciudadanos que vamos por libre en la senda de la vida, que no tenemos bandera política propia, que estamos exentos de intereses particulares, pero sí podemos presumir de poseer opiniones personales, a veces erróneas, pero otras muchas atinadas y fundadas en la formación, el conocimiento y la larga experiencia. Además, en el caso de la mayoría de los profesionales de la comunicación, tenemos como divisa la objetividad y la independencia.

Ahora, en estos tiempos en el que el gaznate no nos llega para clamar en pro de la libertad de expresión y a favor de los derechos humanos irrenunciables, cuando escribimos un simple tuit o colgamos en Facebook cualquier información que consideramos destacada, estamos corriendo un riesgo enorme. Estamos expuestos a caer en las garras depredadoras de cualquiera, que por su militancia, sectarismo o condición, no ve más allá de las anteojeras de un borrico.

 

Pero nadie, y digo, nadie, tiene derecho a hacer de su capa un sayo para arremeter contra, generalmente, unos simples molinos de viento

 

Admiro y respeto la militancia política y el compromiso, pero aborrezco las consignas y las doctrinas. No termino de entender la falta de respeto y de tolerancia, así como la incapacidad para asumir la crítica y la pluralidad de opiniones. No me agradan los que son aptos para realizar el sano ejercicio de la autocrítica.

Sigo creyendo en la Justicia, pero detesto el linchamiento y el diente por diente y, sobre todo, a los que se auto erigen en jueces o fiscales y no tienen empacho en declarar un crimen y su correspondiente castigo.

Todo lo anterior viene a cuento del clima de tensión que muchos se empeñan en mantener en el mundo abierto de las redes sociales, en el que se obstinan en desarrollar el rol del viejo comisario político, rechazando de plano cualquier crítica a sus postulados o las informaciones en las que, de forma paranoica, ven siempre detrás la mano negra de la manipulación, e incluso de una delirante conspiración.

Aunque sea clamar en medio del inhóspito desierto, hay que pedir a todos que practiquen  las elementales normas básicas para la convivencia, las ya citadas tolerancia y respeto. Pero nadie, y digo, nadie, tiene derecho a hacer de su capa un sayo para arremeter contra, generalmente, unos simples molinos de viento. Poner a cualquiera sobre el foco para que sea lapidado por la masa, no es justo.