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Crisis coreana, apuntes

Pedro Pitarch
Pedro Pitarch*

El rifirrafe entre Corea del Norte (CN) y los Estados Unidos (EE UU) sigue creciendo en complejidad y peligrosidad. Ya no puede hablarse de mero conflicto sino de una auténtica crisis. De una situación que recuerda aquel “ya no existe la estrategia solamente existe la gestión de crisis” de Robert McNamara, secretario de defensa de EE UU, ante el Congreso de EE UU, tras la crisis de los misiles de Cuba de 1962. El mundo, con Kennedy en Washington y Kruschev en Moscú, estuvo entonces al borde de la guerra nuclear. Hoy, con dos megalómanos como principales actores del drama, Trump en Washington y Kim Jong-un en Pyongyang, no sé a qué distancia estamos del abismo. Aunque pienso que no estamos tan cerca como parece.

Conceptualmente, la idea de crisis resulta difícil de definir. Se la identifica más bien por lo que, de las experiencias pasadas, serían sus síntomas. Procedimiento algo incompleto ya que, como dice Kant, “la experiencia está en el origen del conocimiento pero no es aún conocimiento”. Tales síntomas serían principalmente: la sorpresa en su desencadenamiento; el alto nivel de amenaza a los objetivos nacionales; la premura de tiempo disponible para evitar el agravamiento de la situación o los hechos consumados; y la potencialidad de verse envuelto en hostilidades militares.

 

Hoy, con dos megalómanos como principales actores del drama, Trump en Washington y Kim Jong-un en Pyongyang, no sé a qué distancia estamos del abismo. Aunque pienso que no estamos tan cerca como parece.

 

De los síntomas anteriormente sistematizados, ni la sorpresa ni la premura de tiempo podían ser claramente identificadas en el actual estado de cosas. Porque esta crisis ya tiene su historia. Desde las negociaciones (EE UU, Corea del Norte, Rusia, China, Japón y Corea del Sur), en 2009, para limitar los programas misilístico y nuclear de Pyongyang, no se ha dado mejoría alguna en la tensión. Ello, a pesar de las sucesivas sanciones de Naciones Unidas a Corea del Norte. La última tanda de sanciones fue aprobada por el Consejo de Seguridad (CSNU), el pasado día 5 de este mes, en una Resolución que sorprendentemente obtuvo el voto favorable de Rusia y China. Eso ha provocado que tanto Trump como Kim Jong-un, tirando las piernas al aire, hayan elevado el tono hasta concretar la amenaza del uso de la fuerza militar contra el otro.

Por tanto, solamente serían aplicables a esta crisis, la amenaza a los objetivos nacionales (defensa del territorio y seguridad de la población), y la potencialidad de hostilidades militares. Ambas constituyen el núcleo sintomatológico de la gestión de una crisis que nos ocupa y preocupa. Una gestión basada ahora en la mera incontinencia verbal de ambos, Trump y Kim-Jong-un. O, en otros términos, en una estrategia muy pobre, que no solo no mitiga sino que profundiza el problema.

La estrategia, en la definición de Beaufre, es “el arte de la dialéctica de las voluntades que emplean la fuerza para resolver su conflicto”. Es una visión militar que obliga a adoptar las acciones precisas para lograr o proteger los objetivos nacionales y, simultáneamente, evitar aquéllas que puedan resultar en costes y riesgos indeseados. Por ello, es de suponer que, más allá de “propagandas”, se habrán elaborado por ambas partes las opciones posibles de la respectiva estrategia político-militar de gestión de la crisis. Estaríamos, consecuentemente, frente a un problema político que la política debería resolver. O, en otros términos y como sucede en la mayoría de los conflictos, la solución a esta crisis no vendría de la estrategia militar sino de la política. Admitir otra cosa, sería como tirar la toalla y permitir que el conflicto desbordara el ámbito regional.

 

Trump, en su acción política durante los casi siete meses que lleva como presidente de EE UU, se ha mostrado como una pobre amalgama de “gañanería”, provocación e insensatez.

 

Y ese es precisamente el punto más delicado y difícil de resolver en la crisis norteamericano-norcoreana. Porque la “capacidad en bruto” de las respectivas fuerzas armadas nacionales no es en este caso una referencia esencial. No hace falta ser un experto para saber que la potencia militar norteamericana en infinitamente superior a la norcoreana, tanto en cantidad como en calidad, tanto en el plano convencional como el nuclear. Una abrumadora

superioridad militar que, sin embargo, no parece intimidar al dictador asiático, porque éste se juega su supervivencia y la de su dictatorial régimen en el envite y, además, porque el poder de las respectivas retaguardias también cuenta.

En tanto en cuanto Kim Jong-un permanezca en el poder no habrá ni opinión pública ni oposición democrática en su país que sirva de freno al tirano. Con este iluminado a su cabeza, Corea del Norte constituye una amenaza permanente para Corea del Sur y Japón entre otros. Es una creciente fuente de inestabilidad regional con repercusiones a nivel mundial. Pero pienso que, a pesar de su amenaza de atacar Guam con armas nucleares, no pasará de ahí; de la verborrea. Entre otras cosas, porque sospecho que su país todavía no tiene la capacidad técnica suficiente para hacerlo. Tal vez, la salida de esta crisis pase por “salvar la cara” del dictador de alguna manera, pero impidiéndole seguir con su programa nuclear. Esta es el gran problema del que China es clave en su resolución.

Por su parte, Trump, en su acción política durante los casi siete meses que lleva como presidente de EE UU, se ha mostrado como una pobre amalgama de “gañanería”, provocación e insensatez. Es un inagotable manantial de incertidumbre. Cualidades difícilmente compatibles con las maneras exigibles a la función de liderar la primera potencia de la Tierra. Su amenazante y vociferante actitud, incluso en redes sociales, poco se compadece con lo esperado de la primera magistratura de EE UU. Mi pálpito es que no estará mucho tiempo en la Casa Blanca.

Mi esperanza reside en que el poder de Trump no es omnímodo y que está rodeado de generales muy experimentados y cabales: Dunford como Presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor (JEMAD), Kelly como Jefe del Gabinete del presidente; Mattis en cabeza del Pentágono; y McMaster como Asesor de Seguridad Nacional. Todos ellos trabajando en equipo y empeñados en salvar al mundo de la guerra. Ese cuarteto militar, en la cúspide decisoria de Washington, junto con el cabal Tillerson en el Departamento de Estado (Exteriores), parecen un buen plantel de “decision-makers” para evitar un potencial conflicto bélico de repercusiones planetarias. Me temo que con Trump y Kim Jong-un en el machito, habría que pensar en cambiar de nombre al Océano Pacífico.

 

*Pedro Pitarch es Teniente General del Ejército (r).

@ppitarchb