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Cuando callar es bueno

Los señores Montesinos y Maroto, indignandose por la ausencia del señor presidente en un acto de la Iglesia Católica.

 

El sentido político anticipatorio de la venerable conferencia de obispos españoles ordenó celebar un funeral solemne en La Almudena madrileña, con la presencia de los creyentes que lo desearan, entre los cuales, además de Su Divina Majestad a partir de la consagración, asistió parte de la familia del rey don Felipe de Borbón y Grecia.

 

La solemne función, como se dice aquí en Sevilla con las misas estatutarias de los quinarios y septenarios de las imágenes cofradieras, se desarrolló con el silencio, el respeto y la emoción que el recuerdo de los miles de muertos por el COVID-19 requerían. Acabado el acto, héteme aquí que dos caballeros del equipo director de la presidencia del Partido Popular, que por ser partido ha de ser no confesional, los señores Montesinos y Maroto, indignaronse por la ausencia del señor presidente del Gobierno de España. Uno de ellos, el señor Maroto, acusole de haber demostrado su anticlericalismo, permaneciendo en Lisboa donde entrevistabase con el educadisimo, cordial y sabio político lusitano que preside el Gobierno portugués. El señor Maroto rasgóse las vestiduras por el desaire a los creyentes españoles llevado a cabo por el señor Sánchez no asistiendo a la ceremonia religiosa de una confesión mayoritaria en España, pero nunca la del Estado que es aconfesional.

 

Bien está que los señores obispos, arzobispos y cardenales que gobiernan sus respectivas iglesias locales añoren al gentil y actual residente en el Palacio de La Moncloa, pues su presencia en el anticipado funeral hubiera transmitido al pueblo en general que el funeral de Estado es un pseudo funeral, porque en España funerales solo hay uno, el que preside un ordenado in sacris conforme al Codex Iuris canonici. En mis tiempos de mili, más o menos cuando los Tercios de Flandes, se iba a los funerales oficiales con fusil a la funerala, cañón hacia abajo, y rodilla en tierra al oír al cornetín avisar de que el pater iba a alzar. Desconozco si los señores Maroto y Montesinos, talla de batidores ambos, han hecho el servicio militar obligatorio que su admirado señor Aznar arrojó a las tinieblas exteriores. Pero no puedo por menos que llamar la atención al contrasentido de que dos personas que ejercen públicamente su derecho a expresar sus preferencias sexuales en contra de lo que la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana, ¡madre no hay más que una!, enseña y exige, hasta el extremo que el acusador de anticlerical contrajo matrimonio con su pareja masculina gracias al señor Zapatero, se erijan en defensores de los clérigos, obispos o no y quieran aprovechar el derecho del presidente del Gobierno a no asistir a ceremonias de una religión concreta antes de que se celebre el funeral de Estado por él convocado para enfrentarlo a los laicos católicos, a los diáconos, obispos y demás jerarquías eclesiásticas para obtener reditos politicos, porque ellos, ellos sí, fueron como no anticlericales al bendito y no político funeral episcopal.

 

No les vendría mal a ambos políticos profesionales recordar que Benedicto XVI, cuando ejercía el papado en 2009, afirmó que salvar a la Humanidad de conductas homosexuales es igual de importante que evitar la destrucción de las selvas . El cardenal López Rodríguez, de República Dominicana, se despachó el 30 de septiembre de 2010 afirmando que la aprobación y práctica del matrimonio homosexual “Este es un plan macabro para exterminar a la Humanidad”. La última perla clerical es debida al señor arzobispo de Bruselas, un tal André-Joseph Leonard que en un acto de misericordia dijo sin inmutarse el 14 de octubre de 2010 que “el Sida es un acto de justicia…..jugar con la naturaleza del amor conduce a catástrofes así”.

 

La defensa de la fe católica y de sus clérigos es menester hacerla no desde la lucha partidaria, sino desde la práctica de la ética evangélica. Kafka en sus Aforismos (2005*2) avisa : “Todos los errores humanos son fruto de la impaciencia, una interrupción prematura de lo metódico”.