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Cultura de partido

Javier_Menezo
Javier Menezo*

Este mismo mes el ex presidente González participó en un almuerzo-coloquio en Sevilla. Ojeé la noticia con la envidia propia de quien solo ha asistido a uno. Como confundo almuerzo y desayuno llegué con cierta antelación, unas seis horas. Ahí puede estar una de las claves que explican por qué no he vuelto a recibir invitación alguna.

Lo morboso de la noticia estaba en lo que diría sobre Pedro Sánchez. Felipe –yo ya le llamo así, con la familiaridad de quien no le conoce- consideraba que Sánchez no tenía “cultura de partido” y eso había provocado la carcajada del público. Literalmente. No unas risas. Carcajadas. Ya tiene que ser importante esa carencia, pensé para mí, si despierta tamaña hilaridad.

La intriga que este concepto me provocaba se acentuó al saber que, poco después, en una reunión del grupo parlamentario socialista, Madina dijo lo mismo. Y Madina no es cualquiera. No es el único. Al final, lo oigo por todos lados. Me habré obsesionado con el misterio.

La prueba de que dicha cultura es importante está en que no hubiera ni chistes ni risas sobre falta de cultura en general o de formación, cuya ausencia no parece impedimento para alcanzar las más altas cotas del poder. No he encontrado tantos curriculum con la frase “tiene estudios de” como en las webs de los parlamentos. La señora Valenciano, por ejemplo, tiene estudios de. Declaró que le dio fatiga acabar su carrera. Nadie se ha reído y no le va nada mal. Segundo ejemplo: cuando el Sr. Moreno Bonilla fue designado candidato popular en Andalucía, leías en su curriculum un “Master de Oro del Real Forum de Alta Dirección”. Resultó que no eran estudios ni nada de eso, sino un premio que da una asociación privada. Tampoco provocó carcajadas.

Concluimos, pues, que lo que sea que es cultura del partido resulta más valioso para labrarse un futuro en la cosa pública que formación o experiencia profesional. Nada tiene de extraordinario.

En nuestro país el conocimiento lo proporciona el nombramiento y no al revés.

 

Felipe –yo ya le llamo así, con la familiaridad de quien no le conoce- consideraba que Sánchez no tenía “cultura de partido” y eso había provocado la carcajada del público. Literalmente. No unas risas. Carcajadas. Ya tiene que ser importante esa carencia, pensé para mí, si despierta tamaña hilaridad.

 

Para descubrir que es cultura de partido queda, por tanto, recurrir a sus manifestaciones externas. Para tenerla es importante el posesivo. Todo debe llevar delante un mí. Mi partido, mi secretario general, mi corrupción. Bueno, esto no. La corrupción, es un mal de los otros. En los míos, lo primero es reclamar la presunción de inocencia. Conveniente adornarla con citas a casos terribles de acosados por la prensa y al final exculpados. Si la cosa va a más, se recuerda que se trata de hechos aislados. Y ya, si te ahoga, afirmar que nadie ha hecho tanto como mi partido por combatir la corrupción y soy el primero, el que más, en sentir vergüenza. Esto es cultura de partido y te grajea el reconocimiento de los tuyos.

Otra pista que ayudará a comprender la cultura de partido, es recordar que en nuestro sistema se sube por cooptación. Es decir, por un estrecho canal de lealtades y complicidades internas, fuera del campo de visión de los ciudadanos limitados a elegir qué partido votar.

 

Pero no forma parte de la cultura de partido asumir lo que dicen tus representados.

 

Sumamos estos datos: afiliados a partidos políticos desde que tenían edad de votar o antes; sin experiencia laboral fuera de la política; y ascendiendo por cooptación, y comprendemos el concepto de cultura de partido. Los que aluden a ella no se dan cuenta, o no les importa, que el resto de los ciudadanos la equipare a cinismo político, anteponer el interés del grupo al de los votantes; defender la censura frente a la transparencia, disfrazar la sumisión con la ropa de lealtad. Disimulo hacia el exterior y conspiración en el interior.

Para ilustrarme un poco me he guiado por la socialista Soraya Rodríguez. Con Rubalcaba fue portavoz del grupo parlamentario. Tras el cambio de lider la sustituyó Antonio Hernando y parece que lo llevaba mal. En silencio, porque tiene cultura de partido, pero mal. La agrupación socialista de la que forma parte la puso cuan hoja de perejil por su postura a favor de la abstención. Pero no forma parte de la cultura de partido asumir lo que dicen tus representados. Finalmente, de todo el asunto de quitar la presidencia de comisiones a compañeros suyos que votaron no a Rajoy y quedarse una para ella lo único que ve mal es que se quejen. No lo escribo como critica, sino como estudio de esa subcultura, por si aspiramos a algo en política. El resultado ahí lo tienen: no será portavoz en el Congreso, pero lo es en un sitio mejor, la tele.

Creo sinceramente que reforzar las prácticas democráticas internas en los partidos políticos más allá de esa lealtad grupal, es el primer paso para fortalecer un entramado institucional ahora mismo insuficiente. Hay una tendencia hacia formas de tomas de decisión que soslayan el control democrático popular, como atestigua que la elaboración de los presupuestos generales deba hacerse pensando en el visto bueno de las instituciones europeas a cuya elección no hemos contribuido. Incluso la formación de Gobierno en España debe mucho a decisiones a la que no hemos contribuido, como esa famosa abstención de la que no se nos habló antes de votar. Bueno, lo asumimos. No es necesario, sin embargo, intensificar el proceso de separación entre élites políticas y ciudadanía diciéndonos que aquellos a quienes votamos están sometidos, por encima de nosotros, a la cultura de partido.

 

*Javier Menezo es Abogado y Funcionario