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De la misma madera

Jesús Cascón / Granada.- Carles Puigdemont Casamajor, el Molt Honorable Presidente de la Generalitat, se ha cargado de un plumazo a Artur Mas y a la CUP. Y aún no ha hecho nada. Es el sucesor de lo mismo, del proceso secesionista descargado de ideas y proyecto. Un proceso que busca que Cataluña tenga Hacienda propia y muchos Mossos de Esquadra en la frontera, pero poco más porque, si analizamos lo vivido hasta ahora, los muchachos del independentismo no tienen más plan que el de seguir siendo ciudadanos españoles y europeos hasta su renuncia voluntaria. Si saben cómo se hace eso, les doy un premio.
He tenido un comienzo confuso de artículo, lo reconozco, pero no se preocupen que ahora va a empeorar, porque tengo muchas ganas de darle en la boca a los que se saltan las normas y van por libre, a los que se benefician de la debilidad del actual gobierno en funciones para hacer y decir lo que les dé la gana sin pensar en los sentimientos y inclinaciones de la mayoría. Tengo enormes ganas de vapulear a los que creen que el cincuenta y dos por ciento de los electores catalanes se han equivocado con su voto. Con respecto a esto, hay alguien por ahí que sigue paseando por los platós de televisión la idea de que la izquierda ganó las elecciones del 20D porque fue la opción mayoritaria de los electores, aunque fuese una elección repartida en cincuenta y siete partidos. Ahí tienen una similitud entre Puigdemont y Pedro Sánchez, todavía secretario general del PSOE: ambos creen que ganaron unas elecciones, que los burros vuelan y que sus sueños han de cumplirse a toda costa, sea como sea, incluso a cañonazos.
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Cataluña está presidida ahora por un personaje que declaró en su momento que «los invasores serán expulsados». Me pregunto si habrá cambiado algo en este Parlament, que ha dejado de estar dirigido por un cadáver político para ocupar su puesto un enemigo de lo español, un secesionista con orejeras puestas que no ve más allá de sus propias pretensiones, tan ilegales y tremendistas como las anteriores. Mejor dicho, son las mismas. Es la demostración palpable de que la debilidad de Rajoy está fabricando independentistas a ritmo de samba, como también los resultados de las pasadas elecciones y el puñetero reino de taifas en el que se ha convertido la política nacional. Y lo peor de todo es que no parece existir nadie que le ponga coto a este sainete desagradable.
Contemplo, horrorizado, cómo Pedro Sánchez ha manoseado en una entrevista la palabra «progreso», ese calificativo que adorna injustamente a los partidos de izquierda de todo el planeta, colocándolo en cualquier frase para dar a entender que sólo los que piensan como él son capaces de dar al ciudadano opciones de futuro. Es el mismo argumento que Puigdemont, Junts Pel Sí y los secesionistas, que esgrimen la bandera de un nuevo estado catalán como el único proyecto creíble para sacar a los catalanes de su ostracismo, tan inventado como irreal, tan falso como pretencioso. Hace muchos años, alguien dijo que la mejor virtud de un político es satisfacer las necesidades del pueblo antes de que estas necesidades aparezcan. Permítanme que amplíe el concepto: la mejor virtud de un servidor público es la que aparece en esta frase. Si algunos supiesen qué significa servir, seguramente se marcharían corriendo a sus casas. O a refugiarse debajo de un puente.