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En defensa de la Nación

Pedro Pitarch
Pedro Pitarch

El pasado viernes, 2 de septiembre, el congreso de los diputados dio otra prueba de inoperancia. En seis meses la cámara ha celebrado dos sesiones de investidura con un total de cuatro votaciones. Y España, desde hace casi un año, está desgobernada. Hemos presenciado cómo, en el parlamento español, priman los cálculos personales y partidistas por encima de cualquier otra consideración. El actual escenario de parálisis institucional no tiene precedentes próximos. Habría que remontarse a la I República cuando el general Pavía, el 3 de enero de 1874, la “evaporó”, tras perder el presidente Castelar una moción de confianza celebrada en el “local” (denominación que el general dio al edificio del Congreso, cuando instó al presidente de la cámara, Salmerón, a desalojarlo). Y así, en base a obstáculos espurios de unos u otros, España ha vuelto a revelarse tan “different” que hasta los periódicos más prestigiosos del mundo, como por ejemplo el “New York Times” o el “Financial Times”, se llaman a parte analizando el problema y demandando su rápida resolución.

Nos volvemos a encontrar en el punto de partida de finales de 2015. Los estropicios que eso viene provocando no son pocos. No se trata solamente de los perjuicios y daños de orden económico, social o de prestigio exterior a los que frecuentemente se alude tanto en debates parlamentarios, como en medios y tertulias. Se refiere fundamentalmente al ataque directo contra la Nación, que supone el bloqueo parlamentario. Y ello, principalmente, por dos razones. La primera es que la desnortada deriva partidista, afirma y prolonga un Gobierno en funciones y, por tanto, de limitada capacidad de gestión; es decir, prolonga “sine die” un gobierno recortado e interino. Y ello sucede precisamente cuando el desafío independentista —la más grave amenaza a la convivencia pacífica de los españoles—, es más acuciante. En el binomio gobierno débil-auge separatista es dudoso precisar cuál de los dos términos es causa y cuál efecto. Lo indudable es que la subversión de los separatistas catalanes en primer lugar, y de sus homólogos vascos en segundo, demanda con urgencia un Gobierno pleno en Madrid, que sea capaz de enfrentar solventemente aquella amenaza. Por eso, la sospechosa invitación de los separatistas catalanes al secretario general del PSOE, señor Sánchez, para que éste intente abordar una investidura “de progreso” ya es “per se” una razón absoluta para rechazarla.

O el Rey se equivocó al proponer esos candidatos, o el congreso de los diputados ha resultado ser una cámara que funciona al margen de los intereses nacionales y, por tanto, que se deslegitima a marchas forzadas.

 

Y la segunda razón —fundamental pero que no suele mencionarse—, es el desgaste que sufre la Corona por tal bloqueo. Al Rey, de acuerdo con lo estipulado en el artículo 99.1 de la Constitución, le corresponde proponer al congreso de los diputados, “a través de su presidente”, el “candidato a la presidencia del gobierno”. Y esto es lo que ha hecho el Jefe del Estado en dos ocasiones (tras las elecciones del 20-D con Pedro Sánchez, y del 26-J con Mariano Rajoy). Pero la cámara baja, en cuatro votaciones distintas, ha rechazado tales propuestas arrumbando a su augusto autor en el limbo tancredista. Ello puede interpretarse como que, una de dos, o el Rey se equivocó al proponer esos candidatos, o el congreso de los diputados ha resultado ser una cámara que funciona al margen de los intereses nacionales y, por tanto, que se deslegitima a marchas forzadas.

Por ello, no nos engañemos y reconozcamos que las lanzas están apuntando a lo más visible del Estado. Su cabeza, el Rey, y el Gobierno que, junto con el territorio y la población, son sus pilares básicos. Lo más grave es que eso está sucediendo en el propio parlamento, que constitucionalmente representa al pueblo español. ¿Estamos acaso ante un síndrome de autodestrucción del Estado, similar al que condujo a la Ley para la Reforma Política, de 4 de enero de 1977, aunque ésta afortunadamente permitió instrumentar la Transición? Y en caso afirmativo ¿podría entonces entenderse que el actual sistema político español ha entrado en crisis? Son huesos difíciles de roer, pero tales ideas parecen reforzarse ante el clima de incertidumbre que nos consume.

No deja de ser curioso que los discursos de los independentistas durante la fallida sesión de investidura del señor Rajoy, hayan reverdecido a Azaña refiriéndose a los separatistas: “si esas gentes van a descuartizar a España prefiero a Franco”.

Después de la fallida investidura del señor Rajoy, muchos recurren ahora, a pesar de las incertidumbres, a combinaciones de tilde partidista, a la espera de que los resultados de las autonómicas gallegas y vascas, del próximo 25 de septiembre, alumbren un nuevo escenario que permita desatascar el “local” de la Carrera de San Jerónimo. Y, sin embargo, se habla poco de una certidumbre particularmente grave: la agenda catalana.

Una hoja de ruta de los independentistas que se focaliza, tras la próxima Diada (11 de septiembre), en la moción de confianza al presidente de la Generalidad de Cataluña, señor Puigdemont, que se debatirá en el parlamento de Barcelona el 28 de septiembre. Supuestamente, es el penúltimo escalón hacia la declaración unilateral de independencia, es decir, hacia la rebelión declarada. No deja de ser curioso que los discursos de los independentistas durante la fallida sesión de investidura del señor Rajoy, hayan reverdecido a Azaña refiriéndose a los separatistas: “si esas gentes van a descuartizar a España prefiero a Franco”. O en palabras del propio Negrín, que tampoco era dudoso: “no estoy haciendo la guerra para que nos retoñe en Barcelona un separatismo estúpido y pueblerino. Estoy haciendo la guerra por España y para España. Por su grandeza y para su grandeza. No hay más que una solución ¡España! No se puede consentir esta sorda y persistente campaña separatista, y tiene que ser cortada de raíz…”. Ideas todas ellas tan actuales como dramáticas.

En definitiva, y en defensa de la Nación, uno humildemente se atrevería a sugerir a los partidos constitucionalistas, que se pusieran de una vez las pilas del diálogo y el acuerdo solvente, y dieran a los españoles, España y su Estado el Gobierno que la urgencia y la gravedad de la situación demandan. Porque abandonarse a la idea de sucesivas citas electorales, hasta alcanzar el resultado que mejor le convenga a uno, no es de recibo, señor Sánchez. Además —como es sabido, y pensando en mis clásicos— el vacío que unos dejan incentiva la tentación de llenarlo en otros.