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Del bloqueo a la frustración

Marcial Vazquez
Marcial Vázquez

En política hay dos coordenadas básicas para intentar alcanzar el éxito: saber lo que se quiere y cómo lograrlo. Respecto a la primera cuestión, la inmensa mayoría responderían de manera sincera exactamente lo mismo: el poder. Y, respecto a la segunda, también: con lo que haga falta. Sería la versión simplificada de las enseñanzas de Maquiavelo, al que todos los amorales oportunistas obsesionados con el poder dicen adorar pero sobre el que dudo hayan leído más allá de dos o tres párrafos célebres.

Sin embargo, existe otra forma de alcanzar el poder e, incluso, de lograr éxitos sin estar exactamente en el poder. Se llama POLÍTICA, en su sentido más noble y digno de la palabra, y se articula a través de la DEMOCRACIA, a la que si solo miramos desde la óptica del cálculo sectario nos acaba instalando en el bloqueo permanente para desembocar de manera irremediable en la frustración. Fórmula, esta última, que cobra todo el sentido si analizamos la actualidad no solamente en España sino a través de sucesos mundiales que se van encadenando y que conforman la constatación de una nueva época global donde la simple evocación de la democracia y sus valores no quiere decir que triunfe la democracia y sus valores.
Habrá quien pueda parecerle inexplicable, pero la democracia puede crear frustración. Cuando los resultados de las urnas o de los procesos políticos no son de nuestro agrado ni de nuestro signo nos frustramos. Luego están, por supuesto, aquellos que no sufren nunca porque gane o pierda un partido ellos siempre ganan. Por eso les molesta que les llamen “casta”, porque son un clan, un simple clan.

Es la clase trabajadora y humilde que reacciona, por un lado, dejando de creer en la utilidad del sistema democrático; y, por otro, girando hacia posiciones más conservadoras y totalitarias

Creo que el término de “casta” es demasiado elevado para estas élites extractivas que representan lo peor de nuestra sociedad y de nuestros partidos pero que han conseguido vivir a costa de muchos ingenuos y tontos útiles y gracias a los impuestos de todos los contribuyentes españoles. Ahora bien, como decía, la frustración no puede llevarnos al bloqueo político en democracia, porque cuando esto sucede quien acaba pagando las consecuencias-porque las tiene- es la clase trabajadora y humilde que reacciona, por un lado, dejando de creer en la utilidad del sistema democrático; y, por otro, girando hacia posiciones más conservadoras y totalitarias, el famoso repliegue hacia situaciones “estables y seguras” que nos garanticen algún tipo de patrón-certidumbre.
Veamos, por ejemplo, Turquía, donde se produjo hace pocos días un golpe de estado militar fallido, dentro de su rico historial de golpes y pronunciamientos de sus generales. Lo llamativo de aquella noche fue que Erdogan apareció en internet para pedirle a su pueblo que saliese a combatir a los golpistas como quien sale a cazar pokemons, solo pisando suelo firme cuando la situación ya parecía controlada. La masa tan crítica y buenista, demócrata radical, que sigue la vida desde su Iphone en su sofá, respiró aliviada: había triunfado la democracia. ¿Cuál es el problema? Que Turquía hace tiempo no puede ser considerada como una democracia y que, después del golpe fallido, se está instalando sin disimulo un régimen represivo, liberticida e integrista que blinda en el poder a Erdogan y deja a la UE en una situación crítica donde la inoperancia comunitaria va camino de ser aún más vergonzosa de lo que ya era antes del fallido golpe de estado.

El tener que hacer “política de la antigua” es algo que no agrada mucho a las nuevas generaciones y a esa “nueva izquierda” que pretende cambiar el mundo desde el buenismo, las proclamas poéticas y la cursilería en sus formas.

Pero si Turquía es una semi-dictadura (en proceso de convertirse en un régimen totalitario), miremos a la principal democracia del mundo, Estados Unidos. Ya es oficial y sin remedio: Donald Trump es el candidato a la Casa Blanca por parte de los Republicanos, el partido que fue de Lincoln. Es cierto que después de tantas décadas pasadas quizás comparar a los republicanos de entonces con los de ahora es un poco osado, pero es una buena medida para darnos cuenta del punto de partida y del actual punto de llegada. Ante esto, horrorizados, los tuiteros demócratas radicales se preguntan amargamente: “¿y qué hacemos si Trump gana a Hillary?” la respuesta es sencilla: acatar los resultados legítimamente producidos en las urnas y prepararse para 4 infernales años donde habrá que hacer mucha política, pero política de la antigua: a base de luchar, de sufrir y de trabajar más que nunca.
Y esto, desgraciadamente, el tener que hacer “política de la antigua” es algo que no agrada mucho a las nuevas generaciones y a esa “nueva izquierda” que pretende cambiar el mundo desde el buenismo, las proclamas poéticas y la cursilería en sus formas. Quizás sea más necesario que nunca coger a los ciudadanos de frente, mirarles a los ojos y decirles: “si no luchamos por los valores por los que murieron nuestros abuelos, les dejaremos a nuestros hijos y nosotros sufriremos un mundo irrespirable para poder ser felices y vivir dignamente. Pero hay que luchar poniendo toda nuestra alma y despertar del letargo de lo políticamente correcto y la tibieza de nuestros valores”