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Democracia PPura

Un sistema chapucero, indirecto, opaco y rocambolesco que se han sacado de la manga... para mangonear.

La lucha de poder en el PP avanza tan implacable como interesantemente. No tanto por los resultados como por el proceso en sí, que pone de manifiesto, una vez más, que el Partido Popular es un partido conservador en su acepción más genuina. Conservador es, por definición, aquel que se resiste al cambio y que no lo acepta a menos que sea estrictamente necesario para la supervivencia. El Partido Popular, desde sus oscuros orígenes en Alianza Popular, siempre ha sido guarida de aquellos que buscaban preservar el statu quoCon la refundación operada por Aznar diferentes grupos que por separados habían salido escaldados electoralmente se unieron en una particular confederación: los conservadores institucionales se quedaron con el Aparato, los conservadores morales estrechamente relacionados con la Iglesia Católica se quedaron con la Ideología y los liberales se quedaron con la Economía. El éxito de esta operación difícilmente pudo sobrevivir a su creador por dos factores. Uno: porque se sostenía en un calculado juego de poder de índole personalista. Dos: porque liberales y conservadores rozaban cada vez más y el avance de los tiempos, junto con la dirección “desidologizada” de Rajoy y cía cribó todo credo positivo que toda formación política necesita para conquistar al electorado y ganar. 

 

No por nada Aznar ha interferido constantemente en la vida de un Partido que considera exclusivamente de su propiedad y, cual figura divina, ha pretendido guiar sus destinos apartado del gobierno directo. Así podía exigir responsabilidades sin cargar públicamente con las culpas de una mala gestión.

 

El asunto de la Gürtel ya se ha llevado por delante a un Gobierno y a un Presidente, y amenaza con liquidar mucho más. A pesar de esto, el Partido Popular se resiste con uñas y dientes tanto al cambio como a aprender la lección a partes iguales. La escasa capacidad de autocrítica se ha puesto de manifiesto en toda su envergadura en el estas “primarias”, si se las puede llamar así, puesto que por ellas entiendo aquellas en las que la militancia, los afiliados y los simpatizantes eligen directamente a la nueva dirección del partido. Poco o nada que ver con este sistema chapucero, indirecto, opaco y rocambolesco que se han sacado de la manga para que el resto de partidos no puedan echarles en cara su aversión patológica a la democracia interna. Aunque tengan razón.

 

En esta vuelta, en la que Soraya Sáenz de Santamaría y Pablo Casado se han alzado con la victoria con un margen muy estrecho entre ambos (36,95 y 34,30% respectivamente) tocaba votar a todos los afiliados inscritos previamente que estuvieran al corriente de sus pagos, como es menester. Sólo 58.305 acudieron a votar, frente a los 149.951 de las Primarias del PSOE y los 155.190 de las de PODEMOS en el año 2017. A las de CIUDADANOS fueron 6.874. Estos afiliados también tuvieron que votar a 2.612 compromisarios de un total de 3.184 que, si bien no tienen una filiación expresa a las candidaturas, sí pueden estar o no en su órbita. Esto quiere decir que el compromisario opta por la opción que cree conveniente, puesto que el voto no obliga a seguir una línea u otra de actuación en función de dichas candidaturas. El resto, los no electos, están compuestos por 10 pertenecientes a la Comisión Organizadora, 522 miembros natos del Partido Popular y 40 de la formación en el exterior. 

 

En la segunda vuelta, pues, son estos compromisarios los que deciden quién se hace con el liderazgo definitivo.

 

Dejando a un lado las irregularidades registradas durante el proceso, de las que los representantes de las candidaturas de Pablo Casado y María Dolores de Cospedal se acusaron mutuamente, y que el Presidente de la Comisión Organizadora, Luis de Grandes, desechó como meros sucesos sin importancia -muestra de hasta qué punto han normalizado ellos y hemos normalizado nosotros el fraude y la corrupción en este país como el hambre en África- , este sistema de elección enrevesado es la muestra más pura de la naturaleza política del Partido Popular. Su temor atávico a los elementos más básicos de la Democracia se pone de manifiesto en la fiera resistencia a que sean sus propios afiliados, sin intermediarios y sin maniobras electorales oscuras, los que voten directamente a quienes quieren que sea su candidato a la Moncloa. Si yo fuese militante del PP consideraría un insulto, a estas alturas de la película, que la decisión final sobre esto esté en un grupo de sujetos que no tengo ni idea de qué van a votar y que, para colmo, no son en su totalidad elegidos por sus bases, sino que se superponen como una maniobra clara para que los cuadros del Partido sigan teniendo la sartén por el mango y decidan en última instancia cómo se reparte el pastel.

 

Nadie puede negar esto, como tampoco puede el que los debates y exposiciones de proyectos hayan sido prácticamente nulos. Lo que ha llevado el PP hacia donde está es precisamente lo que más ha brillado en los principales candidatos.

 

No existe un contraste claro entre qué propone cada candidato y en qué se diferencian de los demás, un aspecto fundamental para que los votantes no acudan a las urnas engañados y luego puedan justamente exigir responsabilidades si los candidatos alcanzaron el poder diciendo que iban a hacer una cosa para, una vez alcanzado este, hacer otra diferente. Algo lamentablemente habitual en el panorama político español. La conclusión obvia no puede dejar de expresarse alto y claro, aunque en el futuro la cosa se adorne un poco, si sus asesores de comunicación y estrategia son mínimamente inteligentes: se trata de una renovación de papel, falsa, zaragatera y falaz; que nace muerta por el mismo proceso viciado de Primarias del que nace, en el que las mismas élites rancias verticalizantes de siempre tienen la última palabra y que sólo lo han utilizado para blanquearse a sí mismas.

 

Una reflexión útil para todos debe partir del lamentable espectáculo del Partido Popular. Y es que para regenerar la vida política en España es obligatorio exigir las Elecciones Primas Directas por militantes, afiliados y simpatizantes de las direcciones de los distintos partidos políticos, sean cuales sean estos.Y, a la vez, eliminar la noción de partido que hasta ahora ha anidado entre nosotros de jerarquía, elitismo, opacidad y cleptomanía, para convertirlos en plataformas de intereses de los ciudadanos horizontales, limpias, dinámicas, flexibles, tolerantes, jóvenes y abiertas al debate y a la experimentación. Porque si el medio para hacer política está contaminado, las políticas que de ahí provengan necesariamente también lo estarán.