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Desacelerando que es gerundio

Pedro Pitarch
Pedro Pitarch

Dicen grandes especialistas en economía, entre ellos el propio Banco de España, que esto no marcha bien. Las cifras cada vez cuadran menos. Claro que no hace falta ser un gran experto en la materia para darse cuenta que la economía española se está desacelerando. Que va disminuyendo el pretendido buen ritmo de despegue de la crisis. Que ésta no ha quedado atrás de forma definitiva. Que el riesgo de “acangrejarse”, es decir, marchar retrocediendo, está presente. Aún otorgando que los vectores que sostienen el análisis económico son muy complejos y están interrelacionados, algunos de ellos “cantan” demasiado. Me estoy refiriendo, por ejemplo, no solamente a las previsiones de crecimiento económico que van viéndose progresivamente reducidas, sino especialmente a ese elemento  esencial de referencia que es el déficit presupuestario. El que nos dice impúdicamente que anualmente se sigue gastando bastante más de lo que se recauda. Una perversa deriva que lleva al incesante incremento de la deuda y sus intereses. El que, en definitiva, es un termómetro de nuestra salud económica que nos está diciendo que ésta no es buena.

La cifra de déficit máximo para 2015, pactada entre la Comisión Europea y el gobierno español, fue del 4,2% del PIB.  Ahora nos enteramos, por información del propio ministerio de hacienda, que se ha cerrado 2015 con un déficit del 5,16%, es decir, un 0,96% superior al acordado. Ello supone un agujero presupuestario extra de 9.600 millones de euros que se añaden a los 42.000 millones del déficit previsto. Significa un  23% de desviación que ni es un agujero banal ni habla a favor del planeamiento y/o la gestión fiscal del Estado.  Y con tal marcha, lo que parece claro, incluso para los que somos ligeramente iniciados en materia económica, es que tampoco se podrán cumplir las expectativas de déficit del ejercicio en curso (2,8%) y mucho menos las de 2017 (1,7%), ambas referidas al PIB.

Pero el castillo de naipes se está desplomando. El discurso económico  gubernamental, especialmente en lo que al déficit público se refiere, se ha mostrado erróneo cuando no falaz. Echar simplemente la culpa a las Comunidades Autónomas (como ha hecho el ministro de hacienda Montoro), como si éstas no fueran también Estado, no es de recibo.

Pero, al menos para el que suscribe, lo peor no son las cifras técnicas sino el engaño político. Desgraciadamente, el ciudadano ha llegado a tan alto grado de escepticismo y desconfianza hacia clase política, que ya hasta la marrullería y el trile en política se toman como algo casi tan “reglamentario” como inevitable. Y así, con la vista exclusivamente fijada sobre las elecciones generales del 20-D, durante el último cuatrimestre de 2015,  en el que se aprobaron los presupuestos generales del estado para 2016, el Gobierno no paró de pregonar unas previsiones económicas brillantes. Se aseguró que no habría desviación en la cifra de déficit de 2015, así como que se cumplirían —naturalmente si el PP se revalidara en el gobierno de la XI legislatura— los objetivos de déficit pactados con Bruselas para los dos años siguientes. Reclamo que ha sido continuado por el mismo gobierno, ya en funciones, en el incierto escenario político que sufrimos a partir del 20-D.

Pero el castillo de naipes se está desplomando. El discurso económico  gubernamental, especialmente en lo que al déficit público se refiere, se ha mostrado erróneo cuando no falaz. Echar simplemente la culpa a las Comunidades Autónomas (como ha hecho el ministro de hacienda Montoro), como si éstas no fueran también Estado, no es de recibo. En las hemerotecas figura cómo el comisario de Asuntos Económicos y Financieros, Fiscalidad y Aduanas de la Comisión Europea, Pierre Moscovici, manifestó en su momento su “preocupación” por la “trayectoria presupuestaria” española. Y también cómo ello supuso un enroque gubernamental en defensa de sus presupuestos y previsiones, a la vez que trataba de desacreditar a Bruselas acusando al comisario y la Comisión de moverse por intereses políticos. Desafortunadamente, ahora ha quedado claro que el señor Moscovici estaba en lo cierto y que el gobierno español mentía a sabiendas de que así lo hacía. Es el paradigma de la búsqueda del voto mediante el engaño.

Tras más de cien días sin gobierno titular, nos hemos plantado a solo cuatro semanas del 2 de mayo. En esta fecha, o bien hay presidente del gobierno investido, o bien las Cortes quedarán disueltas y se convocarán nuevas elecciones generales para el 26 de mayo. En este segundo supuesto se abriría un nuevo proceso de proclamación de resultados, constitución de las Cortes, consultas reales para proponer candidato a la presidencia del gobierno, y el etcétera que ya es de sobra conocido.  Y, mientras tanto, lo previsible es que, tal como viene advirtiendo el Banco de España entre otros, la situación económica siga deteriorándose.

En cualquiera de los dos casos, investidura inmediata o nuevas elecciones,  el panorama económico que le espera al próximo gobierno es bastante malo, con independencia de su composición cromática (unicolor o mezcla de azules, y/o rojos, y/o morados, y/o naranjas, y/o lo que ustedes quieran). Será tanto peor cuanto más se prolongue la incertidumbre y cuantos más sean los colores que tengan que entrar en la paleta gubernamental. Porque la primera tarea a abordar por el nuevo gobierno —y que demandará un sólido consenso político— será tratar de negociar con Bruselas unos nuevos objetivos de déficit (fechas y porcentajes de PIB). Y, simultáneamente, acordar internamente por dónde se vuelve a meter la tijera. Esa va a ser la madre de todas las batallas (que diría el extinto líder iraquí). Porque me temo que además de incrementar la presión fiscal sobre todos los ciudadanos, la tijera de corte más afilado tendrá que entrar en el saco más lleno en términos absolutos, es decir, en las partidas de mayor volumen de gasto. Verbigracia: los gastos sociales (sanidad, educación y pensiones). Qué poco atractivo panorama ¿verdad?