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Desconcierto

Ya sea en el cese/dimisión de un ministro a la semana de jurar el cargo, o por la forma de intentar “normalizar” Cataluña, o por la gestión de la llamada crisis de los refugiados del Aquarius.

El nuevo Gobierno, presidido por don Pedro Sánchez, no desaprovecha cualquier ocasión para aparecer diariamente en las primeras páginas y frontales de los medios. En principio, eso no es criticable si no fuera porque su acción hasta ahora, bien que solo sean dos semanas de ejercicio, huela a precipitación, oportunismo e inmadurez. Ya sea en el cese/dimisión de un ministro a la semana de jurar el cargo, o por la forma de intentar “normalizar” Cataluña, o por la gestión de la llamada crisis de los refugiados del Aquarius. 

 

Maxim Huerta no debería haber cesado como ministro de Cultura y Deportes. Porque nunca debió haber sido nombrado.

 

No solo porque no daba la talla, como los propios medios reflejaron inmediatamente después de conocerse la decisión del presidente del gobierno. Sino, sobre todo, porque llevaba en su hatillo haber constituido, hace algunos años, una sociedad interpuesta para pagar a Hacienda menos de lo que tenía que pagar. ¿Tan difícil hubiera sido filtrar su currículo, y no solo el suyo, antes de los nombramientos? Es todo un toque de atención que obliga, en el futuro, a “cogérsela con papel de fumar” (y el equivalente en un colegio con tantas féminas). Aunque quizás llegue un poco tarde el aviso, ya que podría suceder que dos de los nuevos ministr@s hubieran llegado también al Gobierno con su propia “mochila”sureña.

El intento de la “normalización” en Cataluña parece razonable, pero aparece atropellado. Mala cosa cuando están en juego lo que constituye la mayor amenaza a la unidad de España y la convivencia en paz de los españoles. Ante eso, lo que se necesita es apoyarse en la reflexión, evitando caer en lo que Habermas identifica como acudir al arsenal de las soluciones sin un previo y profundo análisis de los fenómenos complejos. Porque, decaído el 155 tras la constitución del gobierno catalán, no había necesidad alguna de, inmediatamente, en el primer consejo de ministros, el nuevo Gobierno levantase gratuitamente el control previo de las cuentas de la Generalidad, perdiendo así el Estado el que era el más eficaz mecanismo de prevención de la malversación.

 

Como otro ejemplo, tampoco  parece buen camino para la ”normalización” permitir la reproducción del Diplocat, para abrir las “embajadas catalanas” que fueron, en su día, instrumento capital del independentismo para tratar de internacionalizar el conflicto catalán.

 

Porque pretender satisfacer, sin contrapartidas esenciales, la insaciable voracidad de los secesionistas en su camino hacia la quimérica independencia de Cataluña, lejos de calmar el ansia de aquéllos, recrea las condiciones que condujeron al fallido golpe de estado del pasado otoño. En definitiva, si se reprodujeran las fechorías de la anterior legislatura catalana, el principal responsable sería, sin duda, el ejecutivo catalán. Pero tal responsabilidad sería compartida por el Gobierno, por facilitar a aquél el camino para repetirlas.

La guinda de la explotación mediática de la acción de gobierno ha venido de la mano de la llamada “crisis de los refugiados del Aquarius”, todavía en curso. No es criticable, en principio, la decisión “humanitaria” de Sánchez de dar abrigo portuario y abrir las puertas de España a ese barco cargado con 630 “refugiados”, que no eran aceptados ni por Italia ni por Malta. Conviene aclarar dos cosas. Una que Italia no se niega a rescatar y recibir esas almas en peligro de muerte en el Mediterráneo (recibe mensualmente miles de ellas, recatadas por su Marina). Lo que no quiere es que los “francotiradores” hagan su negocio pescando y luego se desprendan de su mercancía (dicho sea con todo respeto) en sus puertos.

 

La otra precisión es que la mayoría de los llegados a España no son refugiados y, por tanto, acreedores del derecho de asilo, sino emigrantes ilegales que han tenido, en este caso, la suerte de encontrar en nuestro país un Ejecutivo ansioso por demostrar que es más humanitario que nadie.

 

Poco oportuno cuando se recrudece la invasión diaria de España, particularmente en Andalucía, por una inmigración descontrolada, que está llenado nuestras calles de gente sin trabajo, y hasta de nuevos sindicatos como ―no se rían, que les veo―el de los manteros en Madrid. En un momento en el que desde aquí se les llama, anunciando el desmontaje de obstáculos fronterizos y voceando toda clase de ventajas y protecciones. El espectáculo extensivamente televisado de la recepción hoy en el puerto de Valencia (por más de 2000 personas entre autoridades, personal sanitario, de seguridad, etc) ha recordado el “Bienvenido míster Marshall” de Berlanga. Bien que no me conste que también hubiera banda de música.  

Hay que esperar que, al menos en los medios, Sánchez se decida a anunciar algún tipo de programa de gobierno, porque va tomando cuerpo la desconcertante idea de que no existe tal, más allá del triángulo formado por la frecuente presencia mediática, la  inconfundible inclinación a la izquierda y la identificación con lo que fue la floja segunda legislatura de Zapatero.  Y, en el centro del polígono, la única certidumbre plena: su vocación de perdurar. Eso indica que está vivo y coleando. Otra cosa es que perdure, porque si sigue como ha empezado, dando coletazos al aire casi sin ton ni son, nada me extrañaría que la gente, al final, comenzara a salir a la calle exigiendo la convocatoria de elecciones generales.