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Desmontando el relato de la normalidad

En política, en el trabajo, en el discurso, en las audiencias, en las afirmaciones, en las modas, en los aprendizajes, en las fiestas, en los debates, en la crítica y en la justificación siempre se corre el riesgo de pertenecer a las mayorías.

Indiscutiblemente el confort y la seguridad que te da pensar como las mayorías, es una tentación en estos tiempos de vuelta al individualismo, a las identidades, a mí, al mío, y a los míos. Donde la solidaridad es un extra que hay que mendigar,donde la desvalorización de la persona es tan llamativa que la gente necesita las redes para pedir amistad, y los me gusta para reforzar los debilitados yo. Donde poner una bandera en el balcón es símbolo de que amas tu patria, aunque no luches contra su hambre. ¡Llamativo!

El drama de esta España es que se ha instalado en la palabra sin escucha, el debate sin conclusiones, la promesa sin cumplimiento, la tertulia televisiva sin volumen, los telediarios como Nodo, el disparate como anécdota, las ocurrencias como palabro para justificar los desmanes, la subida escandalosa de la luz como coartada por la sequia, o por los excesos climatológicos. ¡Qué vergüenza!

 

Nadie duda que hasta el aire que respiramos sea línea dura de la política, incluida la justicia. ¡El canto del soy apolítico, está oxidado!

 

Que la Navidad la inaugure el consumismo dos meses antes, es como para desencadenar episodios de ansiedad emocional y económica, que sigamos eligiendo sin titubear los juguetes de nuestros hijos como un juego, siendo mayoritariamente sexistas, da la medida de cómo vamos. Que la corrupción forme parte de los comentarios de textos exclusivamente, es tan poco ético como consentirla sin más. ¡La fase de la denuncia es ya insuficiente!

Decir que el fútbol, las cofradías, las rebajas, la compra de un coche, o cualquier elemento que forme parte de nuestra cotidianidad, no están politizados es hacerse trampa al solitario a sabiendas, porque nadie duda que hasta el aire que respiramos sea línea dura de la política, incluida la justicia. ¡El canto del soy apolítico, está oxidado!

A lo que se aspira es a no señalarse, a pasar desapercibido para que no se note la baja intensidad de las vidas, luego están a quienes las jefaturas no solo políticas, también de tu centro de trabajo, de tu asociación o de tu peña, llama a la puerta tímidamente y te cuadras, todo vale ¡el seguidismo es así!

La senda de la mediocridad, la desfachatez, el cinismo, y las violencias invisibles están copando los espacios que otros han abandonado. Dejemos de suspirar en silencio lo que callamos a gritos, y desmontemos el peligroso relato de la normalidad que sepulta los valores.