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El día que fui a España…para no volver jamás

 

Pablo Gea
Pablo Gea*

Es lo que pensará cualquier hijo de vecino afincado allende fronteras. Y que ha decidido pasear el tipo por la República Popular de Españistán (al menos, mientras esta subsista). Así de bajo hemos caído amigos. No es preciso censurar vicios de manera compulsiva en una ruta agónica por el esperpento español a semejanza de Max Estrella y Don Latino de Híspalis. Los hay que dicen que no tiene importancia. Que son hechos aislados. Que son los mismos zopencos de siempre. Se trata de la misma actitud abúlica e inane de siempre, a falta de capacidad real para afrontar la entidad de los sucesos y generar una respuesta adecuada. Que grupos integrantes de la marxista-leninista CUP hayan iniciado una campaña de ataques violentos («acción simbólica para denunciar un modelo turístico depredador» según la portavoz del grupo en el Parlamento Catalán Mireia Boya) contra el turismo, actividad que ha generado según el Instituto Nacional de Estadística 37.217 millones de euros en los seis primeros meses de este año en España y más de 50.000 millones al año de dinero manejado por la Comunidad Autónoma de Cataluña, no es algo para tomarse a broma. Sobretodo cuando de este sector dependen casi 500.000 empleos en Cataluña.

 

Desde luego hay que estar muy ciego para no darse cuenta de que esta formación totalitaria que tiene al gobierno de la Generalitat catalana y a otros partidos ideológicamente afines, como las marcas blancas de PODEMOS, atados bien corto, desarrolla una campaña contra lo que consideran “el enemigo” de naturaleza elaborada y coordinada. Nada de adolescentes incontrolados. “Lucha de clases” en sus propias palabras. Una lucha, eso sí, embadurnada en mensajes que bien podrían pertenecer a la extrema-derecha xenófoba o al “fascismo” que ellos dicen combatir. Pasen y vean: «Defendamos los barrios», «Paremos las ruedas del capital»… Y así sigue la cosa. No sólo en Cataluña. Comunidad Valenciana, Islas Baleares y País Vasco se unen a la fiesta. Arran y Endavant son los tentáculos de los herederos actuales del scuadrismo  más violento y sectario, demostrando palmariamente que los creadores de la violencia política organizada siguen siendo hoy sus más activos abanderados. Los amigos de la izquierda abertzale de la mano de Ernai no han tardado en echarles una mano, como no podía ser de otra manera en aquellos que acuden a los homenajes a etarras siguiendo la llama de la liberación valientemente sostenida por ese príncipe de la paz y de la concordia que es Arnaldo Otegi.

 

Contra estos partidos y grupos radicales hay que actuar sin dilación y con la contundencia necesaria ahora que todavía son relativamente pequeños y no suponen una amenaza real para la Democracia.

 

Quitémonos la venda de los ojos. El Esperpento, este esperpento que lejos está de los universos creados por la pluma maestra de los literatos españoles -los verdaderos modelos- tiene unas causas claras, mucho más allá de los efectos más deseados de la masificación turística. Y hablo claro. La complacencia enfermiza de los gobiernos nacionales. Da igual el signo o la ideología. Han dejado crecer tanto en el País Vasco como en Cataluña un nacionalismo enfermizo y excluyente, prehistórico para un mundo cada vez más conectado entre sí y abierto a la multiculturalidad y al progreso. Han tolerado que los grupos y partidos de ideologías anti-democráticas se metan en los parlamentos y campen a sus anchas. Han mirado hacia otro lado ante las prácticas violentas e intimidatorias de esta gente, más dignas de las SA nazi que de sociedades civilizadas unidas por el cemento del respeto mutuo. Desde la paliza que Bódalo le pegó al teniente de alcalde del PSOE del Ayuntamiento de Jódar, Juan Ibarra, hasta las pintadas y el pinchazo de ruedas a un bus turístico por encapuchados hace nada, pasando por la inacción cómplice de la alcaldesa de Barcelona Ada Colau, tan empeñada como la CUP en destrozar el turismo, sean cuantos sean los puestos de trabajo que tal empeño se lleve por delante y el dinero que se pierda en el trance.

 

Pero por encima de todo está la mentalidad que en sus cabezas atesoran. El odio. Odio primitivo e hiriente contra todo lo sofisticado, contra el éxito ajeno, contra el avance, contra el desarrollo, contra la evolución. Y un único objetivo: destruir. Destruir por destruir, sin planes alternativos viables a la realidad que tanto demuestran detestar. Su ideal no es que no haya pobres, es que no haya ricos, aunque eso suponga condenar a toda la sociedad a la miseria más insoportable. Este es al aviso. Contra estos partidos y grupos radicales hay que actuar sin dilación y con la contundencia necesaria ahora que todavía son relativamente pequeños y no suponen una amenaza real para la Democracia. Pero no será siempre así. Si se les deja crecer y hacer lo que les dé la gana en una atmósfera de creciente impunidad, se harán fuertes, llegarán a los parlamentos, y cuando se hayan hecho con el Poder ya nadie podrá hacer nada y sólo quedarán los lamentos vanos. Ahí está la Historia. Aquí está el Presente.

 

*Pablo Gea es Analista y Activista Político.

@Pablo_GCO