¿Diálogo de sordos o de besugos?
¿Cuántas veces ha tenido que desistir en una conversación ante la imposibilidad, no de convencer al adversario, sino incluso de que éste escuche tus argumentos?
Dice el refrán español aquello de que “no hay peor sordo que el que o quiere oir” y, desde hace unos meses, la política española se ha impregnado de unas tesis autistas que ponen de manifiesto la escasa capacidad y la nula inteligencia de sus supuestos líderes para buscar soluciones a los gravísimos problemas que padecemos y que atañe no sólo al bolsillo de los ciudadanos sino a la esencia misma del sistema constitucional de monarquía parlamentaria que nos dimos tras la muerte de Franco y que fue ratificado en las urnas por la inmensa mayoría de los españoles. En estos momentos, y sobre todo gracias a una generación que no sufrió los rigores dictatoriales y sí se benefició de las libertades ganadas por la transición, todo está puesto en solfa, desde la monarquía a la Constitución, desde la moderación bipartidista al sistema electoral, desde el liberalismo económico a la memoria histórica, desde el Estado de las autonomías a la unidad de España.
Todo es cuestionable y todo es desechable para algunos que han vivido cómodamente sus vidas a costa de un sistema que costó sangre, sudor y lágrimas sacar adelante en los años de hierro del brutal terrorismo etarra, del latente golpismo militar y de una crisis económica sin precedentes que amenazaba con impedir nuestro ansiado ingreso en Europa.
Afortunadamente muchos de esos problemas se han superado, pero la clase política española parece continuar viviendo fuera de la realidad. En todos estos años de la transición ha habido varios momentos claves en los que se han podido afrontar una serie de reformas estructurales que hubiesen paliado muchos de los males que actualmente nos afectan. Y han sido los dos partidos mayoritarios, PSOE y PP, quienes lo han tenido en sus manos. Las mayorías absolutas alcanzadas por uno y otro en diversos periodos (Felipe González en 1982 y 1986, José María Aznar en 2000 y Mariano Rajoy en 2011) deberían de haber afrontado algunas cuestiones como la reforma de la Constitución y del Senado, la ley electoral o los desafíos nacionalistas catalán y vasco que propiciaran la modernización del Estado y dieran carpetazo a algunos de los retos con los que la sociedad española ha estado batallando desde hace siglos. Para ello, tanto PSOE como PP deberían de haber aparcado unos momentos sus propios intereses partidistas y haber puesto sobe ellos el interés nacional. No se hizo entonces y, ahora, con la irrupción de los nuevos partidos “populistas” y la perpetuación de los nacionalistas en el Congreso, cada día será más difícil acometer estos retos. Hace mucho tiempo que España está huérfana de necesarios estadistas que puedan recomponer el desastre de intereses multinacionalistas que hemos creado en los últimos años con el multiplicativo régimen autonómico.
Pero retomemos el título de este artículo. ¿Cuántas veces, querido lector, ha tenido que desistir en una conversación ante la imposibilidad, no de convencer al adversario, sino incluso de que éste escuche tus argumentos? Imagino que muchas.
Por eso, cuando Pedro Sánchez habla de diálogo e insiste en conversar con el Gobierno de la Generalitat catalana sobe el denominado “proces” de independencia, me acuerdo del refrán que les citaba al comienzo. “No hay peor sordo que el que no quierfe oír”. Para Puigdemont, Torra y los suyos, para los jóvenes cachorros de los Comités de Defensa de la República, para los miembros de Omnium Cultural y la Asamblea Nacional Catalana, para los de la CUP, para los muchachos de Esquerra Republicana, para muchos de los dirigentes y militantes del PSC y de En Comun Podemos, la independencia de Cataluña es algo irrenunciable y que no se puede entrar a discutir por muy ilegal que sea para el Estado español. Puede que todos estos no sean aún mayoría, pero la están rozando y pronto lo serán.
Partiendo de esa premisa, ¿sobre qué quiere dialogar Sánchez?¿sobre los plazos?¿sobre las competencias?¿sobre las transferencias económicas?¿sobre otro referéndum? Seamos serios aquí el diálogo está roto ante de comenzar y será sólo un diálogo de sordos, en el mejor de los casos, o de besugos, del que es practicamente imposible que surga una solución al problema.
Todo esto está provocando un enfrentamiento no sólo entre la sociedad catalana, sino dentro de la sociedad española.
Aquí ya no se dirime si, como dice Sánchez, hay que negociar y hablar en busca de soluciones pactadas, lo que se plantea el resto de los españoles es si hay o no que internevir con la fuerza para acabar de una vez con un sistema supremacista, filofascista y xenófobo que amenaza la unidad de España y su propia democracia.
La cuestión catalana ya tiene enfrentados a numerosos poderes económicos que han optado por escapar, a buena parte de la clase judicial que se ve perseguida, a alumnos y educadores, a periodstas independientes, a médicos, empresarios autónomos y profesionales que no soportan la presión a que se ven sometidos día a día por una administración dictatorial,…y lo que ya puede ser peor, a las propias fuerzas de seguridad que se ven abandonadas a su suerte cuando tienen que actuar en contra de delincuentes que estás auspiciados y alentados por los políticos que les mandan. Hay alguien que ha escrito que se está sintiendo cierto malestar también en el seno del Ejército y habla de “ruído de sables”. No creo que sea para tanto y no están los tiempos para asonadas decimonónicas, aunque comprendo que a pocos miembros de nuestras Fuerzas Armadas les hará gracia que pisoteen y quemen impunemente la bandera de España, silben al himno y abucheen al Rey. Al final, lo del 155 va a ser un mal menor que Sánchez va a tener que aplicar con el apoyo del PP y Ciudadanos. Si no, al tiempo