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Dignas reflexiones

La única relación permitida al individuo frente a las instituciones sociales es la del sometimiento pleno.

 

Acaso don Javier Gomá sea el más joven filósofo español con prometedor futuro, ocasión para felicitarnos ante nuestra carestía histórica de pensadores. Y, aunque las reflexiones filosóficas requieren sólida formación semántica para encontrar el adecuado matiz, me arriesgaré en los comentarios.

En unas recientes declaraciones con ocasión de la publicación de su último libro Dignidad hizo algunas declaraciones para mí opinables, más en estas cuestiones donde la elucubración encuentra fácil acomodo. De ahí las diversas escuelas o corrientes filosóficas.

El concepto ‘dignidad’ resulta un comodín. Como decía aquel señor: «Mire usted, mi deseo de una residencia digna para el presidente de esta comunidad es solo por dignificar un cargo. Por ello, la ostentación o lujo por usted aludido tiene una justificación». Igual argumentan la mayoría de las autoridades eclesiásticas cuando alguien le insinúa lo coherente de habitar en residencias austeras. Así están las cosas de las instituciones. Aunque no todas ni todos: el canciller Adenauer, forjador de la moderna Alemania, vivía en un modesto apartamento en la ciudad de Bonn, antigua capital anterior a la reunificación.

El señor Gomá, define la dignidad «como una cualidad en posesión de todo hombre y mujer por el hecho de serlo, adquirida sin mérito. Convierte a la humanidad en deudora  de un respeto a cada persona. Aunque un comportamiento sea indigno, la dignidad no se desgasta nunca. Hitler es poseedor de dignidad humana a pesar de sus tropelías».

Un servidor, vulgar aficionado a la filosofía ve a la dignidad sustentada por tres pilares: el respeto, el honor y la honestidad hacia uno mismo y los demás. Estas actitudes requieren esfuerzos y renuncias, o sea, su gratuidad requiere un mantenimiento para conseguir una actualizada actitud meritoria.

El filósofo asegura: «Tenemos fundamento para estar orgullosos de nuestra época. ¿Si hemos progresado en lo material y lo moral. ¿cuáles son los motivos del hastío y la tristeza?». Pues con todo respeto le recuerdo el sometimiento de la sociedad a las leyes del mercado al generarse una forma de imperialismo económico, o sea, un fundamentalismo. La única relación permitida al individuo frente a las instituciones sociales es la del sometimiento pleno. La justicia solo es entendida como el cumplimiento de la legalidad mercantilista aunque genere situaciones de muerte para muchos miles de seres humanos poseedores de dignidad y hasta para una naturaleza agredida.

«Hitler –dice don Javier─ es poseedor de dignidad. Es lo nuevo de la dignidad democrática: reconocer al sujeto siempre y en todo lugar pese a un indigno comportamiento». ¿Aun considerada su actitud persistente en lograr una pureza de raza a costa de asesinar a millones de criaturas?

El artículo I de la Declaración Universal de los Derechos Humanos establece «la igual dignidad hasta el grado de fraternidad, horizonte utópico donde las personas puedan vivir una existencia digna. Han de mantenerlas también en sus propias vidas». Concreta el deber individual de otorgarle la dignidad más allá de la racionalidad y justicia impuestas por la sociedad, pero y por ejemplo próximo: ¿son dignos nuestros partidos políticos cuando deciden de antemano y usan a sus mejores actores para deslumbrar a los innumerables televidentes acríticos?, ¿lo son en sus escasos argumentos y descalificaciones entre los aplausos de los correligionarios? A veces pienso si la mentira como herramienta de un indigno poder obedece a un plan pactado, mediáticamente servido, para desinteresar a los ciudadanos y dejar las decisiones en manos de los intereses de los económicamente poderosos.

A partir de considerar a la dignidad personal como virtud original pero capaz de marchitarse hasta su desaparición ─al parecer Kant opinaba igual─ deberé revisar el moderno concepto de la dignidad democrática. Con seguridad la lectura del libro clarifique mis oscuridades. Tal vez también disipe esa indignidad colectiva recientemente enarbolada en el Parlamento catalán al justificar la actuación de los apresados terroristas. Difícil es considerar dignos a los etarras y, de cumplirse la amenaza de la Asamblea Nacional Catalana de hace unos años, comandos defensores de la república se esparcirán por la península para doblegar al indigno Estado español en caso de no reconocer a Cataluña como nación soberana.