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Diluir el debate andaluz

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Pepe Torrente

Susana Díaz tiene la intención porque se conozca el debate de la situación política en Andalucía en el último lugar de sus preferencias.  Ese interés sería comparable al que podríamos presuponer en Joan Tardá por ver el desfile de la Legión con el Cristo de la Buena Muerte en Málaga. O el mismo que acredita Otegui porque la selección nacional de España juegue el próximo partido en Bilbao.

Susana Díaz, que no da puntada sin el hilo que la conduzca a la omisión o el silencio de lo que no va bien en nuestra tierra, tenía un montón de fechas disponibles para proponer el debate del estado de la comunidad autónoma, y con ello demostrar que nuestra comunidad es una de las más importantes del Estado. Ser autonomía del régimen especial, de las del artículo 151 de la Constitución, debería de tenerse en cuenta para ello. Mucha comunidad histórica, mucho pedir para Andalucía singularidad, para luego ir escondiéndola con elecciones conjuntas con las generales, en su caso, o mezclando sus debates propios entre el marasmo general; esos debates que deberían tener repercusión per sé en la maraña política de las cosas del gobierno del Estado. Es proponer fechas que garanticen el apagón, para, así, pasar, una vez más, inadvertidos de toda advertencia ciudadana. Quizá porque no hay nada bueno que exhibir.

Pero no, Susana Díaz escogió la fecha en la que sabía perfectamente que iba a diluirse el azucarillo de esa dulce venganza oratoria de los grupos contra ella.

Garantizar esa especial cobertura informativa de tan importante debate plenario hubiera sido un gesto de política transparente, una eficaz forma de darle a los andaluces y a los españoles la oportunidad de conocer los bombos y platillos progresíes, abundantes, y las objeciones al efecto que el debido control e impulso de la oposición ponen al PSOE, ahora de Susana Díaz, ante sus verdaderos espejos. O sea, la ocasión de que España entera conociera mejor sus pros y sus contras, sus manejos y sus entresijos, eso que por doquier se denomina ya “el régimen andaluz”.

Pero no, Susana Díaz escogió la fecha en la que sabía perfectamente que iba a diluirse el azucarillo de esa dulce venganza oratoria de los grupos contra ella. Programó un debate sobre la situación política en Andalucía que ella debe gobernar, en una fecha absolutamente ciega para la cobertura social de los medios; hubiera sido muy importante garantizar el tiempo exclusivo desde el punto de vista informativo, y que todos los medios hubieran cubierto con generosidad y exclusividad informativa, ese corro de la patata que ella canta junto a su grupo cada vez que el debate la implica a ella, y a su hegemónico partido en el gobierno andaluz.

JuanMa Moreno hizo una brillante disección de la demagogia expendida por los socialistas en cuanto a “justicia social” con Susana Díaz al frente. Hizo brillante la oferta que hacen él y su grupo como alternativa, marcando territorio inequívoco entre las promesas de siempre y los hechos reales que las desmienten de forma constante. Pero, me temo, que, una vez más, esa buena y loable intención quedará diluida en las paredes de la antigua capilla, hoy Salón de Plenos, del Hospital de las Cinco Llagas. Susana Díaz no es que no gobierne, es que, además, no quiere que se sepa. O sea, dice y promete todo lo contrario de lo que hace. A los hechos me remito, Agapito.