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Don Alfredo Pérez Rubalcaba, gran patriota

Hubiese sido un discípulo aventajado del gran Maquiavelo, ambos poseedores de una química común.

 

Sentí la muerte de don Alfredo Pérez Rubalcaba, hombre de inteligencia sobrada y driblador excepcional. Hubiese sido un discípulo aventajado del gran Maquiavelo, ambos poseedores de una química común. Lo digo por los comentarios de los representantes sindicales de la Enseñanza Privada cuando, al llegar de Madrid, nos comentaban las negociaciones con el entonces ministro de Educación. Aunque intentaban disimular sus fracasos, los rostros delataban las contundentes derrotas. Admirar a los inteligentes es de bien nacidos y, como dice el dicho: «La nobleza obliga a reconocer los méritos».

Dicho lo cual, sentida la pérdida, aceptado el título de ‘Hombre de Estado’ y gran patriota, no puedo evitar un recuerdo al innumerable ejército de trabajadores anónimos, luchadores durante una vida para sacar adelante a su familia. Me parece injusto exaltar demasiado a los generales cuando ganan una batalla olvidando al colectivo de soldados. Porque don Alfredo ─general rasputiniano en plaza─ dada su dilatada labor recibió remuneraciones generosas puntuales, arropado al tiempo por la gran familia socialista y política en general porque, en definitiva ─algo de lo cual me congratulo─, ambas forman parte de un todo gremial con un poquitín de casta.

Lo inquietante para mí, observador de talentos sin hogar ni perrito de compañía, es la pena de pasar  toda su existencia trabajando por sobrevivir, haciendo patria sin la menor consideración u homenaje póstumo. Siempre hubo los colocados por artes, unas clarificadas y otras no tanto,  pero situados en el lugar adecuado para comenzar la carrera de la vida, certeza para tampoco excederse en alabanzas aunque perdonables en sus fallecimientos, situaciones propicias para exagerar virtudes. Ya estudiar en el colegio concertado ‘El Pilar’ constituía y constituye un privilegio reservado para alumnos de padres influyentes, basta revisar la pléyade de las personalidades de los antiguos alumnos, entre ellos don Alfredo.

Al tiempo de escribir mis condolencias pienso en los innumerables estudiantes y titulados españoles ejerciendo en el extranjero, cargados de masters y doctorados, ganando una miseria, becados la mayoría y suspirando por un empleo estable. También lo digo por no percibir inquietudes de los dedicados a la política para rescatar las inversiones millonarias, aprovechamiento providencial para otras naciones.

Espero la llegada de la mayor justicia: una real igualdad de oportunidades. Mientras llega seguiremos con cartas marcadas, sosteniendo mediocridades y tirando a la basura a inteligencias superdotadas: los activos más decisivos para engrandecer a un país. Aunque lo veo por ahora complicado ante una legión de jóvenes como dependientes en bares, atendiendo a un turismo en gran parte barato y difuminador. Esta condición de servilismo nos la asignó Europa y nosotros, de obediencia acomplejada, la estamos cumpliendo a la perfección.

No recuerdo si el señor Rubalcaba intervino directamente en aceptar el papel de España en aquellos momentos negociadores. Dado su talento, no creo accediese al desmonte de las grandes empresas metalúrgicas, únicas para mantener un tejido industrial, garantía de estabilidad en sueldos y, claro, también en las pensiones.

De momento, seguiremos ‘tirando’ ante las próximas elecciones europeas, un mucho sin saber con causa el resultado del voto. La labor pedagógica de nuestros políticos tampoco es cosa para elogiarla o, a lo peor, es culpa mía por mis cansancios acumulados en tanto trajín votante.