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Don Juan Espadas y el papa

Juan Espadas, ha prometido traer al papa a Sevilla en los próximos años.

 

El candidato a la alcaldía de Sevilla y actual alcalde, don Juan Espadas, ha prometido traer al papa a Sevilla en los próximos años. Si el redactor de estas letras ha quedado sorprendido, mucho más, supongo, los numerosos militantes radicales del PSOE también habrán sentido el repelús de la estupefacción por tan espectacular campanada. Conozco algunos socialistas de intransigencias históricas, vamos, solo con pronunciar la palabra cura les provocan descargas escatológicas.

Le escuché al sumo pontífice en una entrevista al señor Évole: «Mientras España siga en guerra no iré». Entonces, o don Juan tiene la certeza de acabar con las refriegas ─supuestamente el problema catalán, ojalá así fuese─ o habrá convencido al contundente argentino del fin de las mismas o, tal vez las negociaciones tengan su lógico secretismo. No sé.

Don Juan es católico, respetuoso al máximo con las fuertes tradiciones sevillanas, partícipe en ceremonias al respecto. Su demostrada inteligencia y sabios equilibrios entre los suyos y los otros conseguirá  un triunfo en las próximas elecciones. La vieja cuestión de evitar las simbiosis entre los poderes políticos y religiosos aquí, en tierras marianas, no encuentra terreno adecuado. Todo sigue mezclado y ambos poderes siguen beneficiados, igual como ocurrió con el emperador Teodosio  ─uno de por aquí─ cuando declaró oficial al cristianismo.

Quedan extremos radicales por ambas partes: los radicales políticos nombrados y un ala del cristianismo añorante de una pureza imposible. Pero estudiado el asunto, asesorado don Juan por profesionales de las contabilidades votantes, le habrán dicho: «Invita al papa, vamos a dar el golpe, incluido el de pecho».

 

Si a don Ignacio Zoido se le hubiese ocurrido la misma jugada le hacen un pasillo a la puerta de su casa y le pegan una catea de padre y señor de todos por pijo, santurrón y pepero.

 

Después de todo, los tótum revolútum son situaciones apetecibles en demasiadas ocasiones, más para el Vaticano, consciente de la progresiva escasez de vocaciones y la disminución de fieles. La esperanza en una providencia divina no puede prescindir de las frías realidades temporales.

No obstante, algún dolorcito de cabeza dará la decisión, y más ahora, bañados la mayoría en rebujitos feriales y con una caló de reglamento. Pero don Juan adquirió temple al lado de su fiel escudero el señor Muñoz, dejando vivo por ahora al espadachín señor Beltrán.

Solo desearles a todos muchas felicidades, antes de la llegada de la freidora automática de impuestos en manos de la implacable doña María Jesús. Mientras, a repartir medallas de oro provinciales para el señor Caparrós y don Joaquín por su ‘desinteresada’ labor en pro del fútbol profesional.

Esta sociedad no se hizo para los curritos, menos para exaltar los méritos de los científicos y demás personal dedicado a la cultura y a las artes del pensar.