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¿Dónde está nuestro Fouché?

Un ejemplo paradigmático de un Fouché de la política española, el ex­­-presidente de la Generalitat, Jordi Pujol.

En la Francia revolucionaria, aquella Francia que durante una década trastornó, conmocionó y agitó el estatus establecido, las monarquías absolutistas y las viejas estructuras del Antiguo Régimen implantadas en la bella Europa. Es en esa época cuando las clases populares arruinadas y empobrecidas se levantaron contra aquella aristocracia arrogante, prodiga y despilfarradora. Una aristocracia totalmente hipnotizada por los excesos ornamentales y la falta de ética y moralidad de las noches parisinas, encabezada por la reina María Antonieta esposa del rey Borbón, Luis XV. En ese mundo cortesano, mientras la lujuria y pecados extramatrimoniales navegaban por todo lo largo y  ancho de los palacios reales, el pueblo llano sufría y se moría de hambre. Sencillamente, en ese ambiente palaciego donde la virtud y la honestidad era desconocida, la humildad no era bienvenida, era de suponer que a la larga  la revolución triunfaría, y el odio acumulado por mucho años de opresión, miseria y ceguera de los gobernantes originaria que el partido más radical, más extremista, más antisistema ayudado por las clases populares llegara al poder, exactamente, los jacobinos, encabezados por un puro y dogmático líder, Robespierre.

 

Sus discursos cargados de odio y de un amor inmenso a la patria  ensalzaban las pasiones más irracionales  de los diputados de las Cortes Generales y de la ciudadanía parisina.

Ánimos de venganza emergieron desde la profundidad de muchos años de sufrimiento derivando al final de todo en el Estado de Terror. La guillotina se transformó en el pan de cada día, así, las cabezas de los jefes de los contrarrevolucionarios, los traidores y por último de los mismos revolucionarios acabarían rodando por las plazas con tanta normalidad como los balones de fútbol ruedan en los estadios deportivos.

Sin embargo, en aquella Francia caótica y revolucionaria donde existía una gran facilidad para cualquier líder político de perder la cabeza, sobre todo, si se dignaba a decir alguna palabra diferente a la que pronunciara, el diputado y presidente de la Convención, el Sr. Robespierre.

 

Y es, en esta nueva república, donde sobresale por encima de todos, un personaje histórico casi desconocido por estos lares, exceptuando probablemente, por algún columnista de La Vanguardia.

Y, que por desgracia, raramente se hace referencia en ningún análisis ni tertulia política, incluso, dudo que haya más de una decena de diputados en nuestras Cortes Generales que hayan oído hablar de él, más aún, cuando vemos la facilidad que tienen nuestros representantes en adulterar su currículo vitae; demostrando empíricamente que sus cualidades intelectuales son más bien adquiridas por tráfico de influencias que no a base de esfuerzo y estudio. Pero, esto último, no es extraño en un país donde predominan los discursos emocionales por encima de los racionales y donde el nivel de nuestros políticos se sustenta más en quien ondea la bandera más grande, ya sea con estrellas, águilas o escudos heráldicos, y no en quien hace gala de una oratoria argumentada por la razón y la deducción. Este personaje y político francés, al que hacemos referencia, es llamado por el intelectual y escritor austriaco, Stefan Zweig, como el genio tenebroso y una de las mentes más privilegiadas y perturbadas de la revolución francesa. Este personaje es José Fouché.

 

Fouché, tal como explica su biografía, escrita por el mismísimo Stefan Zweig: siempre fue fiel a su partido, al partido de la mayoría,  al partido ganador, al partido que ostentaba el poder.

Y así, durante los 10 años que duró la revolución defendió todas las ideologías que se podían defender siempre que fueran las que defendiera la mayoría: moderado, realista, republicano, comunista, anticlerical, liberal, conservador, jacobino e incluso napoleónico. Fue tal su astucia que fue de los pocos que eludieron ser señalados por el dedo acusador del fanático  Robespierre, para pasar por la guillotina, y no es que este último no le tuviera ganas sino todo lo contrario, aun así, José Fouché con su sutileza y en un juego de malabarismo entre bastidores consiguió convencer a los jacobinos que el peligro para la república era nada menos que su máximo líder espiritual: Maximiliano Robespierre. Toda una jugada maestra, tono un ingenio de una mente perversa y elocuente y sobretodo, de supervivencia.

 

Un ejemplo paradigmático de un Fouché de la política española, encontramos, sin duda alguna,  al mismísimo ex­­-presidente de la Generalitat catalana, Jordi Pujol
La verdad, que el foucherismo entendido como el arte de cambiar de ideas sin moverse del mismo sitio no está nada bien visto políticamente en nuestras tierras, pero no así, en el país vecino del norte; Allí, recientemente tenemos como ejemplo: al mismo presidente de la República, el Sr. Macron o también el ex­-ministro del interior de la República gala Manuel Valls. Bueno, este último tiene cierto mérito y puede pasar a la historia como la persona que actualiza el concepto mediante la  internalización y modernización del foucherismo como modo de entender el modus vivendi político a nivel transfronterizo. Ya se sabe, que una vez que has probado la sangre del  sueldo publico volver a la privada es demasiado duro y casi imposible para cualquier mortal que ha estado cobrando más de 100.000 euros anuales para realizar tareas de difícil explicación.

 

Volviendo a lo que nos ocupa, y buscando un ejemplo paradigmático de un Fouché de la política española, encontramos, sin duda alguna,  al mismísimo ex­­-presidente de la Generalitat catalana, Jordi Pujol, que a través de su partido iba cambiando sus apoyos de acuerdo a la mayoría reinante en el Congreso de diputados, demostrando ser un gran estratega y foucherista a la vez, además de otros menesteres por todos sabido y conocidos. Y así, durante décadas la minoría catalana encabezada por su líder iba cambiando de socios en el Congreso: socialistas, centristas, conservadores. El resultado de esta estrategia para España, al final de todo fue: un gran periodo de estabilidad política, altas tasas de  crecimiento económico, modernización de las estructuras estatales anquilosadas y arcaicas. Y sobre todo, durante muchos años, el odio que hoy impregna  el ambiente peninsular se encontraba erradicado de nuestra fauna Ibérica.