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Economía Capitalista (3/3)

Crisis. Desmantelan el Estado social.

La económica capitalista se mueve de manera cíclica, a golpe de crisis, más o menos profunda, de forma habitual. En los últimos diez años, hemos atravesado cuatro grandes crisis hasta llegar a la actual; el FMI cifra en 122, las que se han producido desde la más famosa en 1929. Intentando comprender sus causas y razones, entendemos que la crisis es consustancial con el sistema capitalismo insaciable y por los errores políticos, avalados por la teoría-ideológica, de quienes las gestionan. (Ver artículos relacionados)

 

La crisis económica es una «fase recesiva de un ciclo intenso y rápido, caracterizada por un fuerte retroceso de la producción, quiebra de empresas y sensible aumento del desempleo» (Jordi Sevilla). Es más sencillo adivinar el movimiento de las estrellas, que lo que ocurrirá con el mercado, venía a decir Isaac Newton. Los partidarios del «mercado» culpan a la intervención del Estado, cuando lo que falla son los mecanismos del propio mercado, demostrado, precisamente, por la aparición de las crisis.

 

Las últimas cuatro grandes crisis se han producido en muy diferentes lugares del planeta y por distintas causas, pero con un hilo conductor: la sobredimensión, que provoca «burbujas». Los casos que vamos a sintetizar son: la llamada crisis de los «dragones asiáticos», la bancarrota de Rusia, el «corralito argentino» y la crisis de las empresas «puntocom». Ahora estamos inmersos en la del «capitalismo de casino».

 

La crisis de los «dragones asiáticos», en palabras de Paul Krugman, se inicia porque Japón vivía una burbuja en sus activos: «el terreno del Palacio Imperial de Japón valía más que todo el Estado de California». Todo comenzó a desbaratarse cuando el mercado bursátil japonés reventó, llevando a su poderosa economía a una espiral, primero de crisis, y luego de recesión total, arrastrando a sus vecinos: Singapur, Tailandia, Filipinas y Corea del Sur. Estas economías, sujetas a un tipo de cambio estable, no pudieron eludir la caída en el consumo de Japón y sucumbieron en una depresión profunda, que obligó a una reestructuración de sus economías y a la intervención del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, con sus políticas de estabilización.

 

En diciembre de 2001, Argentina instauró el «corralito», que venía a restringir la retirada de depósitos bancarios, transferencias al exterior y pagos realizados fuera de Argentina con tarjetas de crédito.

 

 

La crisis de 1998, produjo la quiebra financiera de Rusia. La enorme deuda pública instigada por la crisis asiática, fue una de las causas. La crisis se originó por los desajustes macroeconómicos de la balanza comercial, cuenta corriente, fiscal y monetarios. La caída de los precios mundiales de materias primas y la reducción de los ingresos por la venta del petróleo, hizo desaparecer la liquidez. A todo esto hay que sumarle el proceso de organización del Estado, tras el derrumbe de la URSS. Rusia no pudo cubrir la brecha fiscal y la balanza de pagos, dejó de pagar sus deudas y se declaró en suspensión de pagos el 17 agosto.

 

En diciembre de 2001, Argentina instauró el «corralito», que venía a restringir la retirada de depósitos bancarios, transferencias al exterior y pagos realizados fuera de Argentina con tarjetas de crédito. A finales de los 90, la situación económica mostraba un elevadísimo déficit fiscal. La política de estabilización monetaria que se implantó, con la degradación de la moneda, provocaron el empobrecimiento de miles de personas, lo que generó en conflicto social y la caída del primer Gobierno democrático desde la dictadura. Con un elevado endeudamiento, se paralizó el comercio y el crédito, la economía perdió competitividad, se rompieron las cadenas de pago y llegó la asfixia económica. Con la retirada masiva de dinero de los bancos, se provocó el colapso del sistema bancario y con todo, el default o la suspensión de pagos.

 

La crisis de las empresas «puntocom» en 1999, comenzó tras el colapso generalizado y la desvaloración económica de ciertas compañías que operaban en Internet, por la desconfianza generalizada en los mercados de valores, después de una rápida valorización en Bolsa. La especulación, la gran disponibilidad de capital de riesgo, junto con la ausencia de un plan de negocios claro, generó el colapso múltiple: se pinchó la burbuja. En menos de tres años, el índice Nasdaq de New York, perdió un 70% de su valor. Se estima que desde el año 2000 al 2003 desaparecieron casi cinco mil compañías de Internet, por quiebra o fusión.

 

En España la crisis de las «puntocom» tardó más en llegar, pero lo hizo con efectos ruinosos. El ejemplo que simboliza el auge y caída de las «puntocom» en España es Terra, que cerró el círculo de la burbuja en julio de 2005. Con revalorizaciones de hasta el 1.000%, las tecnológicas, empujaron hasta sus máximos históricos a todos los índices de cotización, hasta que la burbuja explotó, y la gran mayoría de los valores puntocom se derrumbaron, con caídas superiores al 60%, 70% e incluso el 90%.

 

Como el objetivo del sistema capitalista es ganar dinero, fabrica y vende cuanto más mejor y con ello, la capacidad de producir, crece más que la posibilidad de consumir.

 

La crisis que nos aqueja en España, comienza a finales de 2006, con los problemas de las entidades financieras estadounidenses, que habían popularizado las hipotecas subprime, concedidas a personas con pocos recursos. Estas hipotecas fueron vendidas, como productos derivados, a otras entidades en todo el mundo, contaminando al sistema internacional. La crisis global se origina en Wall Street, por los fallos del mercado desregulado; y la quiebra de Lehman Brothers en 2008 (nuestro ministro de Guindos es la cara de la caída de la compañía en España), transforma la crisis de liquidez, en crisis de solvencia del sistema financiero. Pese a las inyecciones de liquidez de bancos centrales y gobiernos, los créditos no llegan ni a familias ni a empresas. Los bancos utilizan esos fondos para hacer frente a una morosidad creciente. Interesa más la especulación financiera, que la inversión productiva. Con ello aparece otra fase de la crisis: la de la economía real, con el resultado de miles de empresas cerradas y 50 millones de personas más desempleadas en todo el mundo.

 

Como el objetivo del sistema capitalista es ganar dinero, fabrica y vende cuanto más mejor y con ello, la capacidad de producir, crece más que la posibilidad de consumir. Aquí es cuando entra el sistema financiero, que está en todo, concediendo créditos al consumo, provocando el endeudamiento del sector privado (familias y empresas), que al crece desproporcionadamente, hace que algunos precios suban; como el de la vivienda que resulta inflado, creando la «burbuja inmobiliaria especulativa». Cuando la distancia entre la capacidad de compra y capacidad de pago aumenta, el riesgo de impago sobrepasa los límites y estalla la burbuja. Otra crisis está servida. Ahora nos dicen que ya estamos saliendo de ella, cuando la realidad es bien distinta: las relaciones laborales deterioradas y un retroceso en materia de derechos y conquistas sociales.

 

A mediados de 2017, el Banco Popular, al borde de la quiebra, por la exposición a los activos tóxicos inmobiliarios, se convierte en el primer banco expropiado por la Unión Europea por motivos de interés general. Horas después, es comprado al precio de un euro por el Banco Santander. El 7 de septiembre, el Banco de España da por perdido el 75% del rescate bancario. Se da la paradoja de que la banca se consolida como el sector productivo que más puestos de trabajo destruye. Este año, con los ERE de Evo Banco, Santander-Popular y el de Bankia-Mare Nostrum, lleva camino de batir sus marcas propias. Entre enero y noviembre fueron despedidos 2.487 empleados.

 

El gobierno de Rajoy, que gestiona el sistema capitalista, fiel a su ideología, con la excusa de la crisis, desmantela el «Estado social».

 

Gran parte de la ciudadanía no ha tenido otra opción que la de apretarse el cinturón. El gasto medio que una familia destinaba a ocio y cultura, restaurantes y hoteles, se ha reducido hasta un 29%. Y lo peor es que esto no ha terminado. El Gobierno no se enfrenta al grave problema de las pensiones y los gastos de la Seguridad Social, que costean además desempleo y sanidad. En enero de 2018, la Seguridad Social destinó la cifra récord de 8.904,9 millones al pago de las pensiones contributivas, 3% más que en el mismo mes de 2017. Rajoy ha vaciado el 90% la «hucha». En el año 2011 el fondo ascendía a 66.815 millones y a finales de 2017 el saldo ha caído a los l8.095. «La revalorización de un 0,25% es «una mierda»», declaraba Pepe Álvarez, secretario general de UGT: «Si no tenemos un sistema público de pensiones potente, condenaremos a nuestros ciudadanos a la pobreza». La indignación crece al ritmo que el Gobierno fomenta las pensiones privadas y recorta las públicas, mientras que las personas pensionistas más vulnerables están pagando la crisis que no les corresponde.

 

La precariedad no es sólo laboral sino que se ha convertido en un nuevo modelo de vida impuesto. La precariedad impide el acceso a una vivienda digna, a una sanidad, educación y a unos servicios públicos de calidad; priva de la cultura, del deporte y el ocio, y atentan contra el medio ambiente y el patrimonio natural. La precariedad afecta a todas las esferas de la vida. El gobierno de Rajoy, que gestiona el sistema capitalista, fiel a su ideología, con la excusa de la crisis, desmantela el «Estado social». En España, tras negarse la existencia de la crisis, las soluciones se abordaron tarde y mal, al dictado del neoliberalismo económico. Pese a la austeridad, no se ha reducido el déficit público. La deuda del conjunto de las administraciones públicas aumentó en diciembre en 5.879 millones, hasta terminar 2017 en 1.144.629 millones de euros, lo que equivale al 98,08% del PIB. Según datos del Banco de España, la deuda ha vuelto a batir el récord tras crecer un 0,51% con respecto a noviembre y un 3,38% frente a diciembre de 2016.

 

Las consecuencias de la crisis y las políticas de recortes y de austeridad la estamos pagando los que siempre pagamos todo; nos quitan derechos y los sustituyen por incertidumbre y miedo. En este tiempo ha aumentado la pobreza, ha subido la deuda pública y las prestaciones sociales han mermado.

 

Moraleja: el egoísmo de unos por insaciable, perjudica la salud de otros por subsistencia. Los poderosos desmantelan el bienestar y se lo estamos permitiendo.

 

Este artículo (ahora actualizado) fue publicado en la anterior etapa de DiarioProgresista
el 6 de mayo de 2013 y en el libro Reflexiones Republicanas

 

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