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El acoso no es cosa de niños

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Caty León

El suicidio del pequeño Diego, de once años, ha vuelto a poner en el mapa mediático el asunto del acoso escolar. Se cumpliera o no en este caso el diagnóstico, el problema existe. Podemos mirar hacia otro lado, podemos convertirlo en una anécdota, podemos olvidarlo, podemos pensar que es una moda. Pero el problema existe. Y existe desde siempre. Y desde siempre lo hemos considerado un gaje del oficio de ser niño. Hay quien opina que estas cosas curten el carácter, afirman el espíritu. Pero los que así hablan quizá no han tenido ocasión de mirar cara a cara a una de esas víctimas. Quizá no conocen el sabor del miedo, de la angustia, de la exclusión o de la desesperanza. Ningún sitio adonde volver la cara. Nadie en quien confiar. Nada que decir.

El silencio es la seña de identidad del acoso escolar. Callan las víctimas, por miedo o por vergüenza. Callan los observadores pasivos porque no quieren meterse en líos. Callan los que ven “algo” porque no saben descifrar ese algo. Callan los padres porque hablar genera más incomodidades. Todo el mundo calla algo. Todos saben algo. Pero esos datos se pierden en el gran puzzle del ámbito escolar, en el que ocurren cosas de modo subterráneo que no son fáciles de descubrir ni de descifrar.

La fortaleza moral es el gran rasgo de carácter que les falta a las víctimas. Pueden ser niños brillantes, listos, sabios, guapos, inteligentes. Pero, ante la amenaza, la extorsión, el maltrato, no tienen esa fuerza interna que los impulsa a decir “basta”. Por el motivo que sea no la han desarrollado. La falta de empatía es lo que caracteriza a los agresores. Nunca han aprendido a ponerse en lugar de los otros. No tienen compasión hacia los demás. No entienden a los son diferentes. No respeta a los que se sienten más débiles. Pueden estar llenos de problemas pero el principal de todos es que no se ponen nunca al otro lado del espejo. Son egocéntricos y no han desarrollado esa emoción básica. La cobardía es el rasgo distintivo de los observadores pasivos. Una cobardía que puede estar motivada por muchas causas, querer formar parte del grupo, no señalarse, no preocuparse por lo que les ocurre a los otros, no querer ser objeto a su vez del acoso.

[blockquote style=»1″]En Andalucía disponemos de un Protocolo de actuación para casos de supuesto acoso. Pero no basta. Porque esto solo indica lo que hay que hacer cuando aparece un caso. No. Es insuficiente. Y derrotista.[/blockquote]

Así, por los patios de recreo, por las aulas, por los pasillos, circulan potenciales víctimas, futuros acosadores y previsibles mirones. Todos ellos mezclados, en esa algarabía que debiendo ser motivo de esperanza ante lo que está destinado a florecer, se convierte en caldo de cultivo de situaciones dramáticas. De sufrimiento. El dolor puede soportarse. El sufrimiento te agota.

¿Qué hacer? Los escasos estudios existentes nos dicen que hay edades de riesgo. Nueve, diez años. Un tiempo crucial. También nos dicen que hay muchas formas de acoso. Que el psicológico es el más común y el más indetectable, tanto que la mayoría de los casos no se resuelven, sino que se diluyen con el paso del tiempo. Que en la escuela primaria está el comienzo y que, si ahí no se arregla, la herida moral de la víctima será indeleble. Y la esperanza de reeducación de los verdugos, lejana. Muchos de ellos ni siquiera son conscientes de que lo que hace está mal. Otros muchos lo consideran “bromas”. Los hay que pasan la barrera de uno a otro lado. De víctima a verdugo. Cuestión de supervivencia. Y las redes sociales y la hiperconectividad a través de los móviles agravan el problema. Ojo, no lo han creado, simplemente lo han arrastrado desde el entorno escolar al personal, ocupando todo el espacio en que los niños se sitúan.

Las escuelas pueden ser entornos hostiles para algunos niños. Pero esto no debería considerarse un mal inevitable. La prevención es siempre la mejor arma. Y puede existir. No sirven las medidas puntuales, los eslóganes y las campañas ad hoc, surgidas al calor de un caso mediático. Urge un Plan Nacional de Prevención y Detección Temprana del Acoso Escolar. Sin renuencias. Hablando claro. Esto es acoso. Para que los niños lo vayan sabiendo desde los seis o siete años. Y para que los profesores observen y los padres colaboren. Es cuestión de educación y educar no se hace de la nada. Esto no es como la economía, que se aprende en dos tardes. Un Plan que incluya formación para los profesores, asesoramiento para las familias y actuaciones concretas con los niños. Y cuyos ejes sean las emociones. La educación emocional, como medio de prevenir actitudes, como forma de asegurarnos una forma de relación sana, libre, responsable, respetuosa y feliz.

En Andalucía disponemos de un Protocolo de actuación para casos de supuesto acoso. Pero no basta. Porque esto solo indica lo que hay que hacer cuando aparece un caso. No. Es insuficiente. Y derrotista. Queremos prevenir. Se previene educando. Y la educación es cosa de todos. No volvamos a olvidarlo otra vez.

«Bueno, me despido para siempre, firmado Diego»

«Os digo esto porque yo no aguanto ir al colegio y no hay otra manera para no ir»

carta del niño diego glez el mundo
Imagen: El Mundo.