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El Algarrobico, por fin

Francisco Gimenez Alemán
Francisco Giménez Alemán

Nunca me ha gustado dármelas de anticipador pero, escrito lo tengo, hace no menos de doce años fui de los primeros en advertir que en el Parque Natural de Cabo de Gata, y en primera línea a escasos metros de la raya del mar, se empezaba a levantar un atentado contra aquel paraje insólito por su abrupta belleza y en el que tantas veces de muchacho había ido en pandilla a disfrutar de la playa. La señal de alarma era una inmensa grúa de obras anclada en el desmonte que ya se había practicado y el acarreo de materiales  de construcción que, por su cantidad y volumen, denunciaban la envergadura de la obra que se iba a perpetrar.

Desgraciadamente no estábamos equivocados los amigos que avistamos el preámbulo del atropello ecológico, cuando pasamos en el barquito de uno de ellos por delante de la playa de El Algarrobico, una de las perlas más cautivadoras de ese trozo de litoral almeriense milagrosamente virgen, felizmente preservado de la mano predadora de la especulación. Nunca agradeceremos suficientemente a Green Peace su campaña de tantos años hasta conseguir la reciente sentencia del Tribunal Supremo después de cuyo pronunciamiento ya no hay escapatoria ni más dilaciones: el hotel El Algarrobico debe ser demolido y restaurado el solar como en su estado virginal.

[blockquote style=»1″]Es moralmente exigible que la Junta de Andalucía ponga en marcha planes de estimulación de la actividad económica que vengan a redimir a los campos de Níjar, a su parque natural y, cómo no, a Carboneras de la indigencia industrial en la que lleva siglos instalada.[/blockquote]

La costa mediterránea ha sido destrozada a lo largo del último medio siglo en un afán desarrollístico sin precedentes que tuvo uno de sus primeros chupinazos en el horror de Benidorm, cuando se concitaban perversamente el interés por la industria turística y el mal gusto de las autoridades franquistas que, sin las bridas de la inexistente oposición democrática, hacían de su capa un sayo y convertían en un enjambre lo que la Naturaleza había decretado para solaz y contemplación del género humano. Almería, especialmente su vertiente hacia Levante, su vino salvando de la incuria urbanística gracias al subdesarrollo de la zona sin agua, sin caminos, sin conducciones eléctricas, sin desaprensivos empresarios como los de Azata del Sol a los que no se les han conmovido el alma al perpetrar el crimen de lesa naturaleza que en buena hora –hora tardía, es verdad- ha sido condenado a desaparecer.

Tengo amigos en Carboneras que esgrimen el mismo y recurrente argumento de la falta de recursos en una zona de Andalucía tan deprimida y con tal alta tasa de desempleo. Y aunque es muy difícil rebatir esta gran verdad, no debemos flaquear a la hora de defender que no todo vale, que las cosas no se pueden conseguir a cualquier precio. Y dicho lo cual, es moralmente exigible que la Junta de Andalucía ponga en marcha planes de estimulación de la actividad económica que vengan a redimir a los campos de Níjar, a su parque natural y, cómo no, a Carboneras de la indigencia industrial en la que lleva siglos instalada.